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HISTORIA

1808: la nación y la guerra

Durante el siglo XX la interpretación liberal de la Guerra de la Independencia fue arrinconada por las de signo tradicionalista, izquierdista y nacionalista. De ahí que se perdiera de vista la concepción del levantamiento de 1808 como una revolución que puso los cimientos de la nación de ciudadanos vinculada a la libertad.

Durante el siglo XX la interpretación liberal de la Guerra de la Independencia fue arrinconada por las de signo tradicionalista, izquierdista y nacionalista. De ahí que se perdiera de vista la concepción del levantamiento de 1808 como una revolución que puso los cimientos de la nación de ciudadanos vinculada a la libertad.
Si grave es que en el mundo académico español no exista en la práctica el debate científico, y sí el sectarismo y la marginación del discrepante, lo es más el arcaísmo característico de las referidas interpretaciones tradicionalista, izquierdista y nacionalista de la Guerra de Independencia, que no por casualidad coinciden con el discurso político de algunas opciones gobernantes. Se trata, en definitiva, de la historia al servicio de la conveniencia política. Tan es así que veremos congresos organizados por instituciones públicas que evitarán la palabra "nación" por no caer en una incorrección política que perjudique la relación del socialismo zapaterista con los nacionalistas.
 
En el año que acabamos de estrenar se va a librar una auténtica batalla por imponer una interpretación de la Guerra de la Independencia. Unos tratarán de resucitar los tópicos más propios del franquismo. Otros aprovecharán la efeméride para hablar de la España "plurinacional", del "débil nacionalismo español", de la burguesía "insignificante" y la revolución "fracasada", así como para inventarse categorías y conceptos varios. La batalla de 2008 se enmarcará en un enfrentamiento más amplio, que tiene que ver con el futuro de la España democrática y liberal y de la nación española como sujeto de soberanía. Nada hay objetivo, mucho menos la historiografía.
 
Ésta es una de las razones por las que es importante la publicación de la obra de Miguel Artola La Guerra de la Independencia. Este donostiarra nacido en 1923 representa una línea interpretativa de la historia del Ochocientos que, sin ser liberal en sentido estricto, se alejó del tradicionalismo y el socialismo académicos y recogió y actualizó a los grandes historiadores liberales del XIX. El espíritu y el lenguaje de los Toreno, Flórez Estrada, Alcalá Galiano, Modesto Lafuente, Antonio Pirala, etcétera, están, en consecuencia, en aquellas de sus obras referidas a la contienda; no puede decirse lo mismo de otros dos textos suyos, La burguesía revolucionaria (1973) y Antiguo Régimen y revolución liberal (1978), donde es perceptible la influencia del análisis socioeconómico de corte marxista propio de esa época.
 
Artola defendió, ya en su monumental Los orígenes de la España contemporánea (1959), que la Guerra de la Independencia no sólo supuso la restauración del Rey y la religión, sino una auténtica revolución, tesis ésta que se contrapuso a la visión tradicionalista del también gran historiador Federico Suárez. No era una aportación novedosa, pues lo mismo pensaban no pocos protagonistas del acontecimiento, aunque sí alternativa y sólida. La importancia que Artola daba al proceso político y a la labor de los liberales en el mismo desbarataba la instrumentación de la Guerra de la Independencia que llevó a cabo la historiografía tradicionalista.
 
A esto contribuyó una segunda obra, Los afrancesados (1989), que recogió el proyecto de aquellos patriotas –a su manera– que intentaron aplicar un programa que para 1808 había quedado obsoleto, tras la Revolución Francesa. Esos afrancesados (¿quién no lo era a finales del XVIII y principios del XIX?) no fueron unos traidores ni unos vanguardistas; simplemente estuvieron en un bando, el josefino, en el que ni el mismo Napoleón creyó.
 
Fernando VII.La Guerra de la Independencia completa la visión artoliana de la contienda con un relato que se suma al de la revolución y al del proyecto afrancesado. Está dividida, implícitamente, en dos partes. La primera trata de la quiebra del Antiguo Régimen, que comienza con la crisis dinástica provocada por los indignos Carlos IV y Fernando VII y que soluciona la nación recogiendo la soberanía que la Corona y las viejas autoridades habían dejado caer en mayo de 1808. Fue la nación, dice Artola, quien creó las Juntas, para recuperar la libertad. La segunda parte relata el desarrollo militar del conflicto. En este punto Artola sigue el estilo del amenísimo Juan Priego y López, y se aleja de la conmiseración británica del historiador Charles Esdaile, del simplismo del levantamiento unánime o del tópico goyesco de la tropa de salvajes.
 
Por último, es preciso señalar que se han cometido varios errores que ensombrecen esta edición de tan importante obra. Faltan una introducción y una conclusión que vistan la desnudez del texto y guíen al lector, así como un estudio bibliográfico final que supla las citas añejas. El corto número de libros citados al final es claramente insuficiente. Además, la portada, con un peripuesto general Castaños, no es significativa del contenido.
 
Sea como fuere, en el mar de refritos y oportunismos del bicentenario, La Guerra... de Artola sigue siendo de lo mejor que se puede encontrar en las librerías –de momento– para acercarse a aquel momento en que vio la luz la nación de los ciudadanos.
 
 
MIGUEL ARTOLA: LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA. Espasa (Madrid), 2007, 288 páginas.
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