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LA ÚLTIMA OBRA DE LODARES

Algo más sobre El porvenir del español

En la última columna abordamos, al hilo de El porvenir del español, el acecho a nuestra lengua. Vale la pena profundizar más en algunos de los temas tratados en ese libro, en especial en la desmitificación que hace Juan Ramón Lodares de la mal llamada normalización lingüística y en la cuestión del español en EEUU. La visión de Lodares resulta ajustada, y es un camino necesario para asegurar el futuro de nuestra lengua en la vida pública española y americana.

En la última columna abordamos, al hilo de El porvenir del español, el acecho a nuestra lengua. Vale la pena profundizar más en algunos de los temas tratados en ese libro, en especial en la desmitificación que hace Juan Ramón Lodares de la mal llamada normalización lingüística y en la cuestión del español en EEUU. La visión de Lodares resulta ajustada, y es un camino necesario para asegurar el futuro de nuestra lengua en la vida pública española y americana.
Juan Ramón Lodares.
La obra de Lodares ha tenido un papel fundamental en la exposición de un diagnóstico ajustado de la situación y estado de la lengua española en el mundo. Su muerte, que ya mereció una bitácora en Libertad Digital, coincidió casi en el tiempo con la publicación de El porvenir del español, el último de una serie de ensayos que analizan las políticas lingüísticas y sociológicas en torno a nuestro idioma.
 
"El español es la porción europea de un idioma, sobre todo, americano. Esto conviene tenerlo en cuenta y no dejarse llevar por la falsa idea de que el español es, sobre todo, un asunto de España". Vale la pena recordar esta frase, porque Lodares expone en El porvenir del español las raíces de la difusión internacional de la lengua española desde el siglo XIX hasta nuestros días. Lodares repasa las tendencias sociales, económicas, políticas y culturales que pueden tener influencia en el futuro del español en distintas partes del mundo; asimismo, aventura cómo será la evolución del español al tiempo que formula estrategias y propuestas para que éste alcance un mejor futuro.
 
Lodares realiza una valiente desmitificación de los mitos lingüísticos creados artificialmente por parte de los independentismos políticos (que en España son fuerzas ideológicas guiadas por los nacionalismos excluyentes, sobre todo de las izquierdas). Uno de esos mitos radica en el uso y manipulación de la mal llamada "normalización" lingüística. A nuestro autor le atacaron, precisamente, por ser un filólogo liberal ubicado en la mejor tradición del "internacionalismo lingüístico", en la "ideología de las lenguas grandes" propugnada por John Stuart Mill, Friedrich Engels, Karl Kautsky, Antoine Meillet, Miguel de Unamuno, Ramón Menéndez Pidal, Francisco Rodríguez Adrados y Gregorio Salvador, entre otros.
 
En El porvenir del español se denuncian las sectarias ideas de quienes pretenden poner en jaque mate al español como lengua y a España como nación, así como su cultura. Lodares nunca estuvo de acuerdo con el proyecto de la España plurilingüe, y por sus posiciones recibió, como decíamos, ataques constantes. Se le reprocharon cosas que nunca pensó ni afirmó. Lodares critica el monolingüismo separatista y la progresiva extirpación de la lengua común, así como la imagen que pinta a ésta como invasora, fascista y dictatorial.
 
Lodares procedió en sus trabajos a desmontar mitos como el que sostiene que el español se habla en España porque un poder centralizador lo impuso por la fuerza de las armas, o el que afirma que su expansión es obra del imperialismo español, de fuerza devastadora y asesina. En El porvenir del español recuerda de nuevo que hacia 1830, año central para la emancipación de las repúblicas hispanoamericanas, menos de un tercio de la población de los virreinatos hablaba la lengua de Cervantes.
 
¿Por qué, entonces, sobrevivió el español en América? Precisamente, argumenta Lodares, porque los libertadores y padres fundadores, los grandes lingüistas e intelectuales hispanoamericanos del siglo XIX –como Andrés Bello– vieron el valor unificador y homogeneizador de la lengua española. Supieron intuir que era el único idioma que podía satisfacer las ilusiones de igualdad, democracia, educación popular y respeto internacional. Además, como bien detalla Lodares, la imposición en materia lingüística fue siempre mucho menor que en los imperios británico y francés.
 
Una de las partes más interesantes del libro es el décimo capítulo, que tiene por objeto estudiar lo que puede esperarse del español en EEUU. Dice Lodares, con razón, que ya tiene allí un destacado papel económico y político, pero que todavía no ha alcanzado prestigio ni reconocimiento social; y que no es ni puede ser una amenaza para la unidad lingüística que garantiza el inglés. Acierta al recomendar el necesario reforzamiento de su papel como segunda lengua usada en EEUU, y al destacar la necesidad de imprimir un sello de calidad en su uso entre la elite cultural y política norteamericana.
 
En cuanto a los hispanos instalados en EEUU, Lodares afirma que no pueden ser tratados como un todo, dadas las profundas diferencias, por ejemplo, entre los distintos grupos y comunidades. Acierta también al afirmar que entre los hispanos no hay todavía un sentimiento de comunidad, y que no tienen al español como signo de unidad. En este sentido, explica con conocimiento de causa cómo el orgullo por el idioma propio –tan visible entre los cubanos de Miami, por ejemplo– no lo sienten por igual todos los hispanohablantes de EEUU.
 
Además, la lengua española se usa de diferentes modos y por distintas necesidades. Es normal –anota Lodares– que los inmigrantes mexicanos en situaciones precarias la asocien a la pobreza que padecen y deseen, en consecuencia, que sus hijos se pasen cuanto antes al inglés. En algunos casos, cabe añadir, hay situaciones en que los propios padres se niegan a enseñarles español.
 
Llegamos así al punto fundamental en que incide, sobre este particular, Lodares: la importancia de mejorar la imagen del español entre los anglohablantes; la necesaria presentación del español como lengua de cultura, de generación de riqueza, y no como idioma exclusivo de clases pobres y hasta ilegales. En este sentido, podemos añadir el importante papel que en ello pueden desempeñar los medios de comunicación, las escuelas y las universidades.
 
Nuestro autor sostiene que si el español quiere competir en el mercado internacional de la enseñanza de segundas lenguas tiene que vender una buena imagen. Así se logran abrir nuevos mercados, expandirse por otros ámbitos y afianzarse en ellos tanto cultural como como políticamente. Es en este punto, y a fin de contrastar las valientes tesis de un lingüista liberal como Lodares, donde valdrá la pena acercarse a la idea que sobre el español en Estados Unidos plantean otros lingüistas, no precisamente liberales, como el mexicano-americano Ilán Stavans, con sus ideas acerca del "spanglish". Pero de eso trataremos en otra columna.
 
 
Juan Ramón Lodares, El porvenir del español, Madrid, Taurus, 2005, 252 páginas.
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