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MUJERES QUE CUENTAN CRÍMENES

Algo mejor de lo que parece

Aunque en materia de novela criminal, especialmente si está escrita por mujeres, soy decididamente omnívoro, llevaba años resistiéndome a Donna Leon, que en los últimos tiempos se ha convertido en una de las grandes figuras del género en España. ¿Por qué? Seguramente por la propaganda que de sus obras hace su editorial, Seix Barral. Desde unas portadas horrorosas, que le hubieran resultado ya poco sutiles al Daniel Gil de los comienzos de Alianza Editorial, hasta las frases publicitarias de fajas y solapas, de un progre que apesta, nada me invitaba a sumergirme en sus novelas.

Aunque en materia de novela criminal, especialmente si está escrita por mujeres, soy decididamente omnívoro, llevaba años resistiéndome a Donna Leon, que en los últimos tiempos se ha convertido en una de las grandes figuras del género en España. ¿Por qué? Seguramente por la propaganda que de sus obras hace su editorial, Seix Barral. Desde unas portadas horrorosas, que le hubieran resultado ya poco sutiles al Daniel Gil de los comienzos de Alianza Editorial, hasta las frases publicitarias de fajas y solapas, de un progre que apesta, nada me invitaba a sumergirme en sus novelas.
Donna Leon

¡Hay, además, tanto que leer! ¡Surgen tantas escritoras interesantes al año, incluso al trimestre! Además, por experiencia más que por principio, desconfío de las europeas no británicas. Lo confieso. Así que, mientras la novelista presuntamente italiana –es de Nueva Jersey– iba conquistando la zona noble de los escaparates, yo seguía brujuleando las novedades de bolsillo en los kioskos o curioseando en las librerías de lance, polvorientas o virtuales, como manda el género.

Para que vean que no exagero en cuanto a la propaganda disuasoria, así presenta Seix Barral su segunda novela, Muerte en un país extraño: "El cadáver de un ciudadano americano aparece en un canal de Venecia. Resistiendo a presiones superiores debidas a razones políticas, Brunetti llega a relacionar esta muerte con una trama controlada por el gobierno italiano, el ejército americano y la mafia". ¿No parece un argumento de Michael Moore? Y atención a Mientras dormían, cuarta de la serie: "El comisario Brunetti investiga las extrañas circunstancias de la muerte de unos ancianos en una residencia geriátrica. Se topará con el poderoso Opus Dei y descubrirá las perversas prácticas que llevan a cabo algunos miembros de la Iglesia Católica". ¿Diríase más cerca de El Código Da Vinci que de la biografía no autorizada de Peces Barba? ¿No, verdad? Pues por eso me mantenía a prudente distancia. Del comisario Brunetti y de su madre literaria.

Sin embargo, como una de las maneras de celebrar a Cervantes es leer cualquier cosa, hasta el papel más arrastrado que pueda encontrarse en la calle, el otro día encontré en un kiosko la edición de bolsillo de Amigos en las altas esferas, cuya recomendación editorial es la siguiente: "Mientras investiga la muerte de un inspector del catastro, Brunetti se ve envuelto en facetas desconocidas de la vida veneciana –drogas, chantaje, corrupción y especulación– que van a demostrarle que en Venecia es indispensable tener amigos en las altas esferas". Total, que, pensando en Berlusconi, la compré. Y apenas unos minutos después, al fondear en la librería para preparar las vacaciones de Semana Santa, volví a tropezarme con la última novela de Leon, Pruebas falsas. Exhibía una de las cubiertas más horrendas que recuerdo, nada parecido a las ediciones de Ediciones B o RBA en tapa dura, que suelen ser buenas o muy buenas y, en algunos casos, de quitarse el cráneo. Lo entendí como un reto, la compré también, las eché en la maleta y, en estos días de penitencia, he leído las dos. Sin arrepentirme, salvo de haber tardado tanto en superar los prejuicios.

Una curiosa libertad
 
Donna Leon, que es nieta de español aunque perdió la lengua con el acento, ha viajado por todo el mundo ganándose la vida de muy diversas maneras. La más habitual, antes de hacerse rica, fue dar clases de literatura inglesa en distintas instituciones públicas o privadas, civiles o militares, de los Estados Unidos por cualquier rincón del mundo. Su último destino pedagógico fue la sección que la Universidad de Maryland tiene en la base militar USA en Venecia. Eso le permitió vivir en una ciudad y en un país que adoran la ópera, objeto predilecto de su idolatría. También ha ejercido la crítica de novela policíaca en el londinense Sunday Times desde hace varios años. Prefiere a las autoras británicas. Cómo no.
 
Un día, hablando con un taxista sobre un crimen en la ópera de Venecia, escribió su primera novela, Muerte en La Fenice, ya con el comisario Brunetti como protagonista. No sabía qué hacer con ella y con una amiga de por medio acabó enviándola a un concurso en Japón, que ganó. El éxito y la fama fueron casi inmediatos. Y entonces tomó una curiosa decisión para asegurar su libertad: sus libros no se traducirían al italiano. Dijo ella en una entrevista que era para asegurarse de que no la trataran de una forma especial, haciéndola sentirse incómoda. Será por eso. Pero también podría deberse a la forma en que habla de los italianos en general y de los venecianos en particular, tan rigurosa como implacable. No estoy muy seguro de que a todos sus vecinos venecianos les gustase. Así, sin traducir es sólo una señora que no oculta sus cincuenta, con el pelo blanquinegro a lo Highsmith o Sontag, que se conserva delgada y a la que saludan amables vecinos y gatos. Solitaria, parece. ¿Habrá alguna Elsie?
 
Los reproches habituales que dirige Leon a los italianos es que se niegan a colaborar con la justicia y dejan a las víctimas abandonadas, aunque las víctimas sean ellos mismos más tarde o más temprano. De esa abdicación moral no los absuelve ni el comportamiento de la policía, que es tan brutal como ineficiente. De una de sus personajes dice que estuvo casada con un hombre mitad vago, mitad violento y que eso la preparaba para enfrentarse a la policía italiana. A diferencia de Andrea Camilleri, con quien tiene bastantes puntos en común, la "straniera" Donna Leon se mece en las descripciones culinarias pero no se complace en esa glorificación local, entre misógina y nacionalista, que arrincona estratégicamente las referencias a la Mafia y al envilecimiento de la sociedad. Lo que en el comisario Montalbano de Camilleri (no en balde homenaje a Vázquez Montalbán) y también en la obra de Petros Markaris (tres comunistas) es idolatría de los frutos del mar y apología de la cocina popular, se convierte aquí, en casa del comisario Brunetti, en algo más doméstico y menos épico, una suerte de diligencia femenina en alimentar con tino y buen gusto a la familia, empezando por el marido. Machista de fondo, pero más aseado de forma. No obstante, salvo la satisfacción narcisista de presumir de grandes gourmets, no acabo de entender por qué los escritores europeos de novela negra se demoran tanto en la descripción de los platos y en su ditirambo. Ya lo hacía en los cincuenta el Nero Wolfe de Rex Stout, pero sólo como burdo alarde de riqueza y sofisticación, bastante hortera pero más breve.
 
Las tramas de Amigos en las altas esferas y Pruebas falsas son típicas del género. En el primer caso, se trata de misterios superpuestos a modo de círculos concéntricos en espiral creciente: un muerto simpático, modesto funcionario del Catastro, que va llevando a crímenes de cada vez mayor envergadura y a situaciones inevitablemente más peligrosas para el comisario. En el segundo, la clásica investigación del asesinato de alguien tan desagradable como insignificante pero cuyo esclarecimiento nos permite acercarnos a la complejidad de la vida, en lo social y lo individual. La primera fórmula sería la típica de la novela americana; la segunda, más cerca de la europea tipo Simenon, pero no de las novelas de Maigret sino de las menos conocidas de esos tristísimos crímenes de provincias cometidos a la luz macilenta de la mediocridad. Brunetti es un héroe corriente, es decir, un antihéroe cuya vida es feliz en lo personal y crecientemente desgraciada en lo profesional. Un vago izquierdismo lo une con su esposa Paola y les lleva a compartir de vez en cuando reflexiones amargas o actuaciones de adolescente jubilado, típicamente sesentayochistas. No cae en la demagogia pero resulta a veces demasiado banal.
 
 
MUJERES QUE CUENTAN CRÍMENES: Minette WaltersJodi Compton – Patricia Cornwell – Patricia MacDonald – Mary Higgins Clark.
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