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MUJERES QUE CUENTAN CRIMENES: BÁRBARA SERANELLA

Atención a Munch Mancini

Hace pocos años que Bárbara Seranella se unió al populoso ejército de mujeres que cuentan crímenes. Su novela No human involved, publicada en 1997, se vendió muy bien, y la siguiente, No offense intended (1999), cosechó excelentes críticas y fue nominada a unos cuantos premios de los muchos que se dan en el género policíaco. La siguiente, Unwanted company, salió en el año 2000 y, no sabemos si por esa condición milenaria, ha sido la elegida por Editorial Foca, dirigida por el veterano Akal, para introducirla entre el público español.

Hace pocos años que Bárbara Seranella se unió al populoso ejército de mujeres que cuentan crímenes. Su novela No human involved, publicada en 1997, se vendió muy bien, y la siguiente, No offense intended (1999), cosechó excelentes críticas y fue nominada a unos cuantos premios de los muchos que se dan en el género policíaco. La siguiente, Unwanted company, salió en el año 2000 y, no sabemos si por esa condición milenaria, ha sido la elegida por Editorial Foca, dirigida por el veterano Akal, para introducirla entre el público español.
Bárbara Seranella.
Después de esta obra, y a libro por año, Seranella ha publicado Unfinished bussines (2001), No man standing (2002), Unpaid dues (2003) y Unwilling accomplice (2004). La próxima estará al caer.
 
No vamos a discutir el tino de la editorial para elegir la tercera novela de esta autora que, en sí misma, resulta un personaje. Lo que sí sería deseable es que la próxima novela, e incluso ésta misma, sea traducida al español. La jerga en que podemos leer las aventuras de la indómita Mancini está tan llena de disparates, inexactitudes y resbalones semánticos que sólo un enemigo de Cervantes podría considerarla lengua española. Porque no se trata de que la traductora no sepa inglés, sino de que desconoce el español. Y si se quiere ganar dinero vendiendo novelas policíacas es conveniente traducirlas al idioma de los presuntos lectores. Eso, si el veterano editor Akal aún admite consejos.
 
Probablemente el mejor elogio de esta autora lo ha hecho Georges Pelecanos, el excelente autor de Música de callejón y uno de los novelistas policíacos más eficaces de estos últimos años: "Bárbara Seranella es un escritor para escritores, alguien que ha vivido la vida y no tiene miedo de contarla". Teniendo en cuenta que el gran Velázquez fue definido durante siglos como "un pintor para pintores", el elogio puede resultar apabullante. Aunque quizás el editor no piense lo mismo. Los artistas más apreciados por los propios colegas no siempre son los más queridos por el público. Nadie es perfecto.
 
Si decía antes que Seranella es un personaje tan interesante como Miranda Munch Mancini, su antiheroína, es porque se trata de una de tantas jóvenes que huyó de su casa aún adolescente, cuando tenía sólo dieciséis años. Fue dando tumbos por las comunas, vivacs, cabañas y vertederos del "hippie way of life" hasta sentar la cabeza con una profesión muy razonable entre moteros reciclados y criaturas de Easy Rider: mecánica de garaje, que es precisamente la profesión de Munch Mancini.
 
Detalle de la portada de MALAS COMPAÑÍAS.Sin embargo, su característica principal, lo que la hace particularmente atractiva (por extremadamente vulnerable) es que se trata de una ex drogadicta que, para pagar su paseo por los blancos infiernos colombianos, recurrió incluso a la prostitución.
 
Por supuesto, no cabe –y si cupiera, no vamos a hacerlo– establecer paralelismos entre el personaje y su autora más allá de la aptitud mecánica, aunque sin duda tiene mucho más mérito repararse a sí misma que a un tractor, un coche e incluso una Harley Davidson.
 
En esta novela, el pasado de Mancini se le aparece de modo poco fantasmal y demasiado material: una vieja amiga de los tiempos de la droga y el funambuleo que sale de la cárcel y se presenta dizque desintoxicada en su garaje. Mancini acaba de crear laboriosa y sacrificadamente una empresa de limusinas que consta sólo de un ejemplar de segunda mano aunque muy bien cuidado y, por supuesto, a través de la limusina, ambas se ven metidas en una complicada intriga de criminales de serie y (según una peligrosa moda que últimamente han adoptado autores como Michael Connolly) una nebulosa y poco verosímil conspiración de la CIA y los servicios secretos, en este caso a cuenta de la pasada y exitosa candidatura olímpica de Los Ángeles, que abona ciertas aprensiones progres sobre la degradación autoritaria del sistema norteamericano. Con raíces ciertas en el autoritarismo policial de siempre, pero actualizadas en clave política a través de un boscaje quizás demasiado paranoico. Claro que también resulta bastante comercial.
 
Lo mejor de Seranella es el ritmo sostenido y trepidante de la acción, así como la capacidad de Mancini y su irredimible amiga para meterse en líos, cercanías y rincones cada vez más peligrosos. México es, como en muchas novelas de misterio californianas, el segundo escenario de la trama, resuelto con pulcritud.
 
Como suele suceder con las autoras de serie negra, algunos de los mejores pasajes están dedicados a la piadosa y delicada descripción de las víctimas, cuando ya lo son de forma irremediable y se constituyen en dolorido memento de la crueldad humana. Añádase una historia de amor que queda en veremos y se obtendrá una excelente narración de estos tiempos modernos de la novela negra, el género de géneros en este balbuceante y estremecido siglo XXI.
 
 
Bárbara Seranella, Malas compañías, Madrid, Foca, 2005, 224 páginas.
 
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