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RETRATOS Y PERFILES

Aznar, en el albero

Dentro del género biográfico, las colecciones de retratos tienen entre nosotros cierta tradición. Encontramos las que desde el ángulo poético tratan de subrayar los rasgos esenciales de un creador, como las maravillosas viñetas de Juan Ramón Jiménez o de ese gran pintor-poeta que es Ramón Gaya. Más populares han sido los escritos desde la cosa pública, obra de autores de pluma diestra y con la actitud de quien ve los toros desde la barrera, aunque con puntuales incursiones en el albero. Los ejemplos de Antonio Garrigues y Díaz Cañabate o de José María Pemán son paradigmáticos.

Dentro del género biográfico, las colecciones de retratos tienen entre nosotros cierta tradición. Encontramos las que desde el ángulo poético tratan de subrayar los rasgos esenciales de un creador, como las maravillosas viñetas de Juan Ramón Jiménez o de ese gran pintor-poeta que es Ramón Gaya. Más populares han sido los escritos desde la cosa pública, obra de autores de pluma diestra y con la actitud de quien ve los toros desde la barrera, aunque con puntuales incursiones en el albero. Los ejemplos de Antonio Garrigues y Díaz Cañabate o de José María Pemán son paradigmáticos.
El libro de José María Aznar que hoy reseñamos poco tiene que ver con estas dos formas de acercarse al otro. Aznar es un estadista, un político de raza que no puede dejar de serlo en ningún momento del día. La afortunada distinción que la lengua española hace entre los verbos ser y estar nos ayuda a comprender más fácilmente la diferencia entre aquél que está de paso por la política y el que es político. Cuando habla, como cuando escribe, lo hace desde la única perspectiva en que se siente él mismo: la política. Aznar sólo sabe estar en el albero, asumiendo responsabilidades, frente al toro, oliéndolo y sintiendo su respiración.
 
Para comprender mejor el libro en cuestión no debemos olvidar que forma parte de un proyecto de mayor calado, en el que los textos publicados van cubriendo aspectos concretos. Primero fueron sus Ocho años de gobierno; ahora, estos Retratos, y después parece ser que llegarán sus memorias y algunos otros estudios sobre temas monográficos. Ésta es una obra centrada en la descripción de personajes y situaciones muy concretas de su biografía política. El lector no debe esperar otro enfoque.
 
En un momento determinado Aznar reconoce que habla poco y en voz baja. De su escritura podemos decir lo mismo, y algunas otras cosas que también nos valdrían para describir su retórica. No se recrea en las situaciones, no hay más palabras de las necesarias, no hay más vanidades de las previsibles en quien quiere reivindicar su propia obra. El control, la seriedad y el sentido de la responsabilidad tan característicos de la imagen tópica del castellano y de su propia figura política están presentes en estas páginas. Podría contar más cosas, entretener al lector... pero se limita a escribir lo que debe. Decía Ramón Menéndez Pidal que el trabajo de un historiador era como un iceberg, una décima parte visible y las otras nueve ocultas. De Aznar podemos decir lo mismo, transmite lo esencial, lo que considera realmente característico y lo que su sentido de la responsabilidad le aconseja.
 
Un libro de retratos es siempre un juego a dos. A diferencia de la clásica biografía, donde el autor no ha conocido personalmente a su "víctima" o la relación ha sido limitada, en el caso que nos ocupa el trato ha sido intenso y equilibrado. No se trata de un historiador que desde la soledad de su estudio trata de reconstruir un personaje real, sino de quien ha vivido o trabajado con el otro. Cuando Juan Ramón escribe sobre Guillén, un poeta está pronunciándose sobre otro, a quien ha conocido, querido, despreciado y leído. Cuando Garrigues nos narra su tantas veces citada conversación con Andreotti en los salones de nuestra embajada en la Plaza de España, un embajador ante la Santa Sede está describiendo a un presidente de Gobierno a quien conoce bien. Pero este juego a dos puede inclinarse más hacia uno u otro de los personajes. A veces en el retrato hay más del retratista que del retratado.
 
Para el lector atento, conocedor de nuestra historia política y de estos últimos años de vida en democracia, el libro tiene sorpresas muy interesantes. Es evidente que, a lo largo de su intensa vida pública, Aznar ha tratado a muchos personajes y que, como era previsible, los retratos que hace de ellos son atractivos. El libro se lee de un tirón y la atención no decae. Pero lo mejor es lo que no se espera. Reconozco que fui avisado por uno de sus colaboradores, impresionado por lo que leía, y que mi propia lectura corroboró aquella impresión. El libro es, sobre todo, un sincero e impúdico autorretrato.
 
Blair, Bush y Aznar, en las Azores (2003).A diferencia de Fraga, Bush o Blair, Aznar no es un político que actúe con naturalidad. Como en su día hizo Cambó, o más recientemente Mitterand, ha construido un personaje a partir de un análisis de su entorno. En ambos casos el personaje se parece bastante a la persona, pero hay diferencias de peso. El Aznar político es frío, tiene un gran control sobre sí mismo, no actúa en caliente, piensa mucho las cosas y no da una puntada sin hilo. Esa falta de naturalidad impide que el ciudadano de a pie llegue a conocerlo. Como presidente era claro y previsible, su comportamiento se atenía contra viento y marea a principios claramente expuestos... pero no era fácil llegar a la persona.
 
Tras dejar el poder voluntariamente, por primera vez se nos ofrece tal y como es. En cada viñeta asistimos a la descripción no de un personaje, sino de una relación en la que ambos se reflejan. Aznar no trata de ser historiador, busca el contraste entre distintas personalidades, y, así, la suya propia emerge una y otra vez. Nunca antes se había expresado por escrito con tanta sinceridad sobre sus propios sentimientos, creencias y opiniones, nunca antes había explicado tan claramente su propia evolución ideológica. Fuera ya de la vida parlamentaria, parece pensar que ha llegado el momento de ser él mismo.
 
No es posible en una reseña comentar cada uno de los retratos o situaciones que se recogen a lo largo de sus páginas. Son cuarenta y una viñetas, muy distintas tanto en su temática como en su enfoque. Tampoco el atractivo puede ser el mismo, en parte porque cada lector valorará más unas que otras, como resultado de su propio interés. En términos generales podemos subrayar las primeras, centradas en el ámbito familiar, donde la identidad y el carácter se van forjando en un triángulo compuesto por el abuelo, el padre y la esposa. El sentido de la trascendencia y de la responsabilidad, el concepto moral de la política, el rechazo al relativismo y, sobre todo, a la cobardía, la necesidad de asentar un programa político en el conocimiento de la propia historia y en sólidos principios y valores... surgen de forma natural en estas primeras páginas y se desarrollan a lo largo del libro.
 
Una parte importante, como era previsible, se dedica a la política exterior, en sus cuatro clásicos escenarios: Europa, Estados Unidos, Iberoamérica y el Islam. El europeísmo de Aznar es tan evidente como el rechazo que genera en sus rivales, hasta el punto de negarlo. Aznar logró colocar a España en la primera línea del proceso de toma de decisión y lideró a un conjunto de países preocupados por la decadencia del Viejo Continente. Su acción fue dirigida a revitalizarlo, mediante la misma receta con que puso en forma la economía nacional: liberalismo. Una España fuerte en una Europa dinámica que actuaba junto a Estados Unidos en la proyección de la democracia y en el combate a sus enemigos. Su apoyo a la modernización de las repúblicas iberoamericanas, así como sus actuaciones en el ámbito islámico, responden a esos mismos principios.
 
Los retratos nacionales giran en torno a los grandes temas: modernización de España, cuestión nacional y terrorismo. Si el retrato de Pujol resulta apasionante para entender el choque de mentalidades, las páginas dedicadas a Ordóñez, Blanco y al propio atentado sufrido por el autor desprenden emoción y trascendencia histórica. Lo mejor del Partido Popular de nuestros días se forjó en la crisis vasca. De esa tragedia salió un partido de mucho más calado ideológico y doctrinal, más cohesionado y seguro de sí mismo. Los partidos, como las personas, se hacen en los malos momentos.
 
Estos Retratos tienen varias lecturas compatibles, todas interesantes. Están los retratados, el retratista, una España en crisis y una Europa en decadencia. Razones de sobra para una lectura atenta y reposada.
 
 
José María Aznar, Retratos y perfiles. De Fraga a Bush, Barcelona, Planeta, 2005, 400 páginas.
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