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CIENCIA

Cartas a una joven matemática

Es el lenguaje de todo. Cada una de las manifestaciones de la naturaleza química, física, biológica, astronómica…, se puede representar con mayor o menor elegancia en una sucesión de signos matemáticos. La matemática está en el trasfondo del latido de un corazón, en la decadencia de una fruta podrida que suda azúcares, en el imperceptible crecimiento de las montañas...

Es el lenguaje de todo. Cada una de las manifestaciones de la naturaleza química, física, biológica, astronómica…, se puede representar con mayor o menor elegancia en una sucesión de signos matemáticos. La matemática está en el trasfondo del latido de un corazón, en la decadencia de una fruta podrida que suda azúcares, en el imperceptible crecimiento de las montañas...
Puede que no haya conocimiento más universal ni lengua más unificadora. Sin embargo, la mayoría de los mortales no tenemos ni pajolera idea de ella. Se nos escapa su sintaxis, de la que nos hemos ido librando con más o menos éxito desde la infancia. Quien estudia matemáticas no puede dejar de pensar que se trata del conocimiento más importante que un ser humano puede alcanzar. Pero para el resto de los mortales (tristemente, la mayoría) no deja de ser una asignatura oscura y difícil que, afortunadamente, dejamos de estudiar hace muchos, muchos años.
 
Hay gente, sin embargo, empeñada en cambiar ese estado de cosas. Divulgadores científicos que se han propuesto demostrarnos que los números no sólo son útiles, sino tremendamente bellos. Entre esos soñadores ha destacado en los últimos años la figura de Ian Stewart, director del Instituto de Matemáticas de Warwick y miembro de la Royal Society de Londres, que ha parido unos cuantos libros de acercamiento a la ciencia de las ecuaciones y cuya última aportación nos ofrece ahora la editorial Crítica.
 
Stewart ha escogido el socorrido género epistolar para simular la existencia de una joven que duda si estudiar Matemáticas o dedicarse a otra carrera más convencional. El autor despliega aquí toda la pasión que es capaz de transmitir por esta ciencia desconocida con la intención de reforzar la elección de la muchacha. "El mundo necesita desesperadamente a los matemáticos", le dice. Y es cierto.
 
El mundo de los aviones, de las telecomunicaciones, del despliegue digital, de la exploración espacial, de los nuevos materiales, de la nanotecnología…, necesita grandes dosis de combustible matemático. Pero también el de los amantes que se paran a contemplar un arco iris en una tarde de primavera (a los ojos de un matemático, existen tantos arco iris como espectadores, "porque los arco iris son personales"); el del niño que se pregunta por qué cabecea su peonza (de adulto descubrirá que la Tierra cabecea de manera similar, y por las mismas causas); el del estresado conductor que siempre llega tarde, ignorante de las curvas gráficas que podrían dar sentido al atasco y al flujo circulatorio. También por ellos puede la matemática hacer algo: "Esto es lo que las matemáticas hacen por mí: me hacen consciente del mundo que habito de una forma completamente nueva", escribe Stewart.
 
El autor desbroza el lado más bello de las ecuaciones, "que de por sí pueden ser exquisitamente elegantes", aparte de útiles. Para ello, nos habla, más que de números, de frases de textos escritos en una grafía de infinitos caracteres, nos explica dónde reside la estética de una fórmula, y nos aconseja sobre cómo debemos leer las curvas, las coordenadas, las abscisas…, para que disfrutemos del espectáculo.
 
Lean este libro como si fuera una obra de literatura epistolar; sobre todo si son de la legión que odiaba al profesor de matemáticas en la escuela. Quizás, después de hacerlo, deseen que sus hijos no lo hagan.
 
 
IAN STEWART: CARTAS A UNA JOVEN MATEMÁTICA. Crítica (Barcelona), 2006, 230 páginas.
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