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ELEGÍA VERSUS PANFLETO

Claudel, Bernanos: España, 1937

Los que tengan una cultura afrancesada me entenderán enseguida. Paul Claudel, con su poema A los mártires españoles, fue liturgia arrolladora para los intelectuales falangistas, y Georges Bernanos, con su panfleto literario Los grandes cementerios bajo la luna, fue prosa incendiaria para los intelectuales católicos y republicanos.

Los que tengan una cultura afrancesada me entenderán enseguida. Paul Claudel, con su poema A los mártires españoles, fue liturgia arrolladora para los intelectuales falangistas, y Georges Bernanos, con su panfleto literario Los grandes cementerios bajo la luna, fue prosa incendiaria para los intelectuales católicos y republicanos.
Claudel escribe desde la exégesis de la Biblia. Bernanos escribe desde la fragilidad, desde la llaga abierta del mundo. Escribe contra sí mismo.

Claudel y Bernanos son los dos grandes de la literatura católica. Ambos fueron escritores anómalos dentro del mundo literario de entre-guerra. La guerra de España les hizo ser antagónicos, y el mundo partido en mil pedazos quiso convertirlos en arquetipos ideológicos con retóricas contrapuestas. Pero los salmos de Claudel y el panfleto de Bernanos no se prestan a la caricatura. Nunca fueron amados por la intelectualidad francesa. Ellos dos tampoco la soportaron. Por otro lado, se odiaban mutuamente, y dejaron buena constancia de ello.

¿Qué ve un escritor religioso?, se preguntaba el excelente crítico Philippe Murray. La respuesta estaba ya cerrada por el cáustico François Mauriac unas cuantas décadas antes:
No hay escritores católicos: si lo sabré yo, que soy uno de ellos...
No es posible intentar trazar una línea única de afinidad entre ellos.

Claudel y Bernanos miraron hacia España y dieron con dos visiones insoportables de la guerra. Y escribieron con la sacudida personal. Los españoles enloquecían ebrios de sangre. Bernanos in situ describe mejor que nadie la vileza humana en una guerra fratricida:
La vergüenza de las guerras civiles es que son esencialmente operaciones policíacas. La policía inspira y ordena todo. No se hace una guerra civil con guantes blancos. El terror es su ley, y ustedes lo saben. Los obispos españoles lo saben.
La práctica del Terror suprime cualquier forma de legitimación, y recae sobre todos como un contagio: nada ni nadie está a salvo.
Uno no va a una guerra civil con abogados, jueces y códigos de instrucción criminal en los furgones. No tengo ninguna afición por ese tipo de empresa, pero es posible que me la impongan un día.
Claudel y Bernanos saltaron al ruedo público en el momento en que la literatura se transformaba en arma de propaganda. Ambos pusieron eco a la efervescencia de las matanzas. Ambos escribieron en el paroxismo de la guerra. Ambos lloraron el apogeo del crimen.

Y constatan que en 1937 la sangre de los vivos vale muy poco.

El origen de estos dos textos procede pues de dos miradas estupefactas. Por un lado, la destrucción de la catedral de Vic, con los frescos de Josep Maria Sert; las profanaciones macabras de conventos y el asesinato del canónigo de la catedral fueron el desencadenante del largo poema que Claudel escribió el 10 de marzo de 1937. Por otro lado, los fusilamientos masivos de los campesinos de Palma de Mallorca bajo la mirada impasible de las autoridades eclesiásticas, así como el rastro de los cuerpos esparcidos por la isla, fue lo que impulsó a Bernanos a escribir y a convertirse en "un católico contra los católicos".

En 1937 Claudel es un hombre de 69 años que vive retirado en su castillo de Brangues para dedicarse a la exégesis de la Biblia. Bernanos tiene 49 años y vive desde 1934 en Palma de Mallorca con su mujer y sus seis hijos. Bernanos, siempre falto de dinero, se muda a lugares baratos para seguir escribiendo. Y la guerra arrasó su alma atrabiliaria. El autor de El miedo de los biempensantes en 1931 retorna al panfleto. A lo excelso de la escritura rápida. Claudel por su parte, siempre mantuvo buenos amigos en España. Las relaciones de la Acción Francesa de Charles Maurras fueron muy fluidas con la derecha afrancesada, ultra-conservadora y catalanista del entorno de Cambó. Por ello, Claudel acepta prologar el libro de Joan Estelrich La persecución religiosa en España con su poema "A los mártires españoles". Poema que sería inmediatamente traducido por Jorge Guillén, en el año 38.

Hoy, la editorial Encuentro presenta una edición bilingüe, con una nueva traducción de Tomás Salas, que incluye una introducción muy precisa y un riguroso apéndice que permite al lector español acercarse a un texto nada fácil. Lo que es siempre de agradecer.

Dos católicos a los que todo separa: incluso su forma de vivir la fe, de construir literariamente lo sobrenatural. Dos biografías antitéticas: Claudel es el converso de que encuentra la fe escuchando el Magnificat en Notre Dame. Bernanos es el católico por devoción y tradición que arrastra su misión evangélica a cuestas, con la escritura y la cruz sobre los hombros. Claudel desgrana una poética de verso libre cuyo significado críptico toma del Apocalipsis. Bernanos escupe uno de sus mejores panfletos contra la molicie espiritual y repite como letanía dolorida: "La ira de los imbéciles llena el mundo"; apela a la rebeldía y sabe que no será escuchado: "Vuestro profundo error es creer que la estupidez es inofensiva".

Ambos viven alejados de Francia, viajando por distintas geografías, pero no pisan el mismo suelo. Paul Claudel, embajador de oficio, pudiente administrador de empresas y diplomático, recorre continentes y escribe en sus despachos, pisando alfombras mullidas, aplastando ánades y gacelas. Bernanos, en cambio, escribe en las mesas de los cafés, en casas llenas de gente titubeante, para percibir "la justa medida entre la alegría y el dolor" que se halla en la condición humana. Pisa la tierra pedregosa y polvorienta de Mallorca, Paraguay o Brasil. Pisa el suelo sagrado de los pobres en Almas da Morte. Deambula de un continente a otro. A contracorriente. Es un vagabundo evangélico. Un profeta de los humillados, como lo fue su maestro Léon Bloy, autor poco conocido en España.

Dos católicos a los que todo los separa, incluso la finalidad de la escritura: Claudel escribe para ser el mejor, y lo afirma categóricamente:
Se trata de no ser lo que he visto en ese desdichado de Verlaine o en Villiers de l'Isle-Adam. No ser lo que encontré en casa de Mallarmé, es decir, un vencido. Yo quiero ser un vencedor.
Su poema A los mártires españoles es un poema de madurez. Y lo escribe con el impacto del Magnificat de Notre Dame. Su poética acoge una sobreabundancia rítmica que él mismo comparaba con el movimiento de la ola. El verso de Claudel no es versificación ni prosa rítmica. Por eso hay que recitar a Claudel, y lo críptico se diluye súbitamente. Porque es la música del verso infinito. El propio poeta habló de "la dilatación de la ola" que se nutre de los ritmos del hombre y Dios.

Para Bernanos, éste es un "poema de guerra", un poema que une las Letras y las Armas. Un ejemplo arcaizante del "monje y el guerrero", tan bien recreado en los carteles de Carlos Sáenz de Tejada. Y se ve a años luz de la retórica beatífica de la cruzada a la que se acoge Claudel. No forma parte de la tradición francesa. El escritor falangista Rafael García Serrano subrayó ya entonces la incompatibilidad entre las dos tradiciones literarias: "Según la tradición francesa y europea, las armas estorban para el ejercicio de la pluma" (v. J. C. Mainer, Falange y literatura, Labor, 1971). Y acertaba. La intelectualidad francesa coquetea con el mundo de la política. Pero raramente con el de las armas.

Bernanos. El silueteado de los hombres que bajan de los camiones para ser fusilados, sin saber por qué, le obsesiona:
Los rojos de Palma no pertenecían en su gran mayoría más que a partidos moderados de izquierda, no participaron en los asesinatos de Madrid o Barcelona. Y fueron abatidos como perros.
Es la claridad de la oración de Millet lo que se desprende de la escritura de Bernanos. Ningún tenebrismo. Ningún afán antropológico le mueve. Sólo esperanza, porque, simplemente,
los pobres tienen el secreto de la esperanza.
El Dios de Bernanos es aquél que "rasga la piel", es el que no acepta los trapicheos de la beatería. Bernanos, predicador de la rebeldía:
Encontré una sonrisa de Dios sobre mi rebeldía.
Y otra vez:
La ira de los imbéciles llena el mundo.
Pero las compuertas del fanatismo quedan abiertas. El Vaticano restablecía en septiembre del 37 sus relaciones con el gobierno del general Franco. Los católicos se citan, bueno, se insultan. Se firman manifiestos. La división es inevitable. "La traición de Bernanos" es imperdonable. ¡Él, que fue hijo de la Acción Francesa, y que hoy sigue siendo conservador, monárquico y ferviente antiliberal! Claudel exacerba a Maritain, a Mauriac, a Mounier. Bernanos insulta a Claudel. Su martirologio le saca de quicio.

Claudel compone como se rezan los salmos en Notre Dame. Bernanos desafina con la voz de la rebeldía metida en la plegaria.
¿Retractarse? ¿De qué?
Bernanos nos introduce en la carne del dolor. Claudel inmortaliza el dolor coagulado.

Pero hay una línea de continuidad, pese a todo; sí, parece que la hay:
"Todo lo que ocurre es adorable". Léon Bloy.
"Todo es Gracia". Georges Bernanos.
"Yo uno las manos solamente y lloro y digo que esto es bueno y bello". Paul Claudel. 
Emocionarse con Bernanos. Recitar a Claudel. Si ustedes quieren, pueden.


PAUL CLAUDEL: A LOS MÁRTIRES ESPAÑOLES. Encuentro (Madrid), 2009, 99 páginas. Edición bilingüe a cargo de Tomás Salas.

GEORGES BERNANOS: LOS GRANDES CEMENTERIOS BAJO LA LUNA. Lumen (Barcelona), 2009, 320 páginas. Traducción de Juan Vivanco.
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