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CIENCIA

Cómo construir una máquina del tiempo

Los viajes en el tiempo han sido materia de estudio de escritores de ciencia ficción, filósofos, físicos teóricos, cineastas…; pero sólo serán reales el día en que se pongan a ello los ingenieros.

Los viajes en el tiempo han sido materia de estudio de escritores de ciencia ficción, filósofos, físicos teóricos, cineastas…; pero sólo serán reales el día en que se pongan a ello los ingenieros.
En el intangible mundo de las ideas, viajar en el tiempo es posible. En el pedestre devenir cotidiano, también. Basta con sentarse tranquilamente en el sillón y mirar por la ventana para trasladarse al futuro: cada minuto, un minuto más lejos. Las mentes más osadas de nuestra estirpe llevan siglos indagando en la posibilidad de estirar o encoger el tiempo; de hacer que el viaje del sillón sea más veloz que las agujas del reloj, o mejor aún, que tenga por destino el pasado.
 
La idea hubiera sido una solemne estupidez de no haber venido a este mundo un tal Albert Einstein, que estaba empeñado en trastocar los conceptos asentados de la física y en abrir un nuevo universo teórico a la comprensión del mundo, a medio camino entre la física material y la teoría extrema. Al convertir el tiempo en una dimensión física más y dotarnos de aparato matemático para engranar esa variable en la geometría cósmica, Einstein abrió el grifo que, más de un siglo más tarde, sigue regando la imaginación de los físicos teóricos.
 
Para muchos de ellos, la dimensión temporal es maleable, puede retorcerse, estrujarse, romperse. El tiempo ya no es un continuum inquebrantable: más bien se parece a una pella de barro susceptible de ser moldeada.
 
Lo malo que tienen los físicos teóricos es que a menudo, muy a menudo, se les entiende poco. Construyen su discurso en los áticos andamios de las físicas relativista y cuántica. Disfrutan atizándonos con ristras de ecuaciones. Aman la esotería de la metáfora. Que son un peñazo, vamos
 
A nuestro socorro vuelve a acudir Paul Davies, una de las pocas mentes capaces de hacerte comprender la teoría de la relatividad con un par de viñetas en una revista popular. En esta ocasión nos habla de agujeros de gusano, paradojas cuánticas y supercuerdas cósmicas, con la misma naturalidad con que Arguiñano salpimenta la lubina ante las cámaras y las mete en su horno pirolítico. Algunas de esas ideas que siempre le levantan a uno dolor de cabeza cada vez que ha de abordarlas (por ejemplo, las referidas a la cuántica) se pasean por estas páginas como Pedro por su casa, y hasta diríase (si no se temiera ser tenido por pervertido) que da gusto leerlas.
 
La posibilidad de que los recursos de una supercivilización futura puedan ponerse al servicio de la creación de una máquina del tiempo (un taladro que confeccionara puentes en medio de un agujero de gusano supermasivo en el corazón de una remota galaxia, por ejemplo) es impensable. Pero pensar en ello resulta tremendamente útil. Forma parte, como nos ilustra Davies, de esos experimentos mentales a que se suelen someter los científicos geniales, con su pasión por llevar a los extremos del aburdo los modelos conocidos por el simple vicio de ponerlos a prueba. Es así como Galileo intuyó la ley de caída de los graves y como Einstein predijo el efecto de las lentes gravitacionales sobre la luz.
 
Quizás a los físicos de hoy el juego de la máquina del tiempo les sirva para ampliar el campo teórico del modelo actual del Cosmos, a todas luces insuficiente. La máquina del tiempo es una herramienta de trabajo mental, un ejercicio de musculatura teórica muy apetecible. La otra, la que de verdad nos permitiría visitar el mundo de nuestros abuelos, es cosa de ingenieros.
 
 
PAUL DAVIES: CÓMO CONSTRUIR UNA MÁQUINA DEL TIEMPO. 451 Editores (Madrid), 2008, 184 páginas.
 
JORGE ALCALDE dirige y presenta en LDTV el programa VIVE LA CIENCIA.
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