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LUCRO SUCIO

Cómo ser de izquierdas pero no idiota

Siguiendo la senda que ilustraron con profusión Vargas Llosa, Mendoza y Montaner, en este periódico la hipótesis de partida es que los de izquierdas son congénitamente idiotas. En Lucro sucio, el filósofo de izquierdas Joseph Heath plantea otra hipótesis: no es que sean idiotas; es que tienen malas influencias culturales, lo que les ha conducido inexorablemente al precipicio de la ignorancia, sobre todo en materia económica.

Siguiendo la senda que ilustraron con profusión Vargas Llosa, Mendoza y Montaner, en este periódico la hipótesis de partida es que los de izquierdas son congénitamente idiotas. En Lucro sucio, el filósofo de izquierdas Joseph Heath plantea otra hipótesis: no es que sean idiotas; es que tienen malas influencias culturales, lo que les ha conducido inexorablemente al precipicio de la ignorancia, sobre todo en materia económica.
Empiezas leyendo a Marx, el gran corruptor de las tiernas mentes infantiles según Heath, y ya estás condenado a usar para siempre la etiqueta de lo social para justificar cualquier barbaridad económica.

Cabe partir de un hecho: casi todo el mundo, de derechas y de izquierdas, tiene intuiciones morales que son anticapitalistas: que está mal, y debería evitarse, que los precios suban cuando hay escasez, que si hay ricos es porque hay pobres y los primeros han explotado a los segundos (el comercio como juego de suma cero)… Antonio Escohotado hace en Los enemigos del comercio la arqueología del pobrismo, la alergia conceptual al lucro (otra cosa es la práctica) que une a la derecha y a la izquierda:
Los siglos oscuros fueron un ensayo de autarquía económica donde los negotiatores desaparecieron, la tierra se hizo intransmisible y el hecho de que el metálico desapareciese fue saludado como antídoto idóneo para la codicia. Lucro, por ejemplo, será un término lo bastante obsceno como para abandonar las crónicas del siglo VII al X (...) Desde el siglo siguiente, la antítesis entre Dios y el Dinero es puesta en entredicho por una circulación monetaria que potencian las primeras formas del cheque y la letra de cambio. La incipiente mercantilización representa un seísmo para el imaginario ebionita o pobrista.
Los economistas han intentado alfabetizar a la población, desde Henry Hazlitt (La economía en una lección) hasta Levitt y Dubner (Freakonomics), pasando por el patrio Sala i Martín (Economía liberal para no economistas y no liberales). El manual para dummies de Heath va en esa dirección, con la salvedad de que él cree en la honestidad de los que intuitivamente se oponen a la economía de mercado; y además les supone un mínimo de inteligencia para comprender los teoremas de la Economía del Bienestar.

Dividido en dos partes, en las que pone de manifiesto las falacias económicas de la derecha y de la izquierda, los ataques más feroces, por sarcásticos, se los dedica a sus compañeros de orilla ideológica, quizás porque él mismo reconoce que en no pocas ocasiones, y antes de ilustrarse, cayó en los sofismas habituales contra la libertad económica. Recuerda con vergüenza, por ejemplo, que se manifestó contra el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Lo hice porque estaba convencido de que el acuerdo de libre comercio sería un desastre para el país. Y la razón por la que estaba convencido de esto tenía mucho que ver con el hecho de que no sabía nada de economía. En esto, estaba en buena compañía. Efectivamente, la mayoría de la intelectualidad de izquierdas de Canadá (especialmente escritores y artistas) se manifestó abiertamente contra el acuerdo de libre comercio, y en el camino demostró una escandalosa falta de conocimiento económico. Escudriñando en esos documentos a posteriori, se puede decir con seguridad que prácticamente nadie de la gente de izquierdas del país sabía nada sobre comercio internacional.
¿Por qué sigue siendo de izquierdas, entonces? Comparte, dice, el malestar que la mayoría de la gente siente ante el sistema capitalista. Y también porque tiene un concepto de dignidad, esgrimido de forma más sentimental que racional, que lo lleva a no cruzar determinadas líneas rojas en el intercambio libre entre personas. Y es que aunque, salvo para deconstruirlas, no da valor alguno a las doctrinas marxisto-comunistas que todavía configuran gran parte del código cultural de la izquierda, tiene que dar cancha y discutir seriamente las tesis libertarianas que tratan de reconducir la elefantiasis del Estado del Bienestar (sic) a su mínima expresión.
Quizá la gente esperara que todo este rollo del capitalismo explotara pronto, de modo que no fuera necesario aprender nada sobre las matrices de producción de Leontief o los teoremas del hiperplano separador o cualquiera de los otros pertrechos que, en opinión de los economistas, son esenciales para la comprensión del precio de la leche (...) el analfabetismo económico de la izquierda lleva a la gente de buena voluntad a desperdiciar incontables horas promulgando políticas que no tienen ninguna oportunidad de éxito o es poco probable que ayuden a sus pretendidos beneficiarios (...) El acto reflejo de la gente de izquierdas cuando se enfrenta a una cuestión económica es cambiar de tema.
Parece increíble, pero Heath se llega a preguntar: "¿Por qué reciclar papel?". Pero ya que la mayor parte de la izquierda occidental ha aceptado que la democracia liberal es la única forma creíble de organización política, y el capitalismo más o menos regulado, aunque no intervenido, es la única forma plausible de organización económica, de lo que se trata es de no caer en los errores del pasado (véase Argentina) o en los espejismos del futuro (mírese hacia China).

Las dos principales fuentes para el pensamiento absurdo de la izquierda son, en su análisis: la no consideración de los efectos que producen los incentivos y la tendencia a igualar por debajo, es decir, la preferencia por la pura redistribución (subsidiando precios, interviniendo en los salarios…), lo que conduce inexorablemente a una pérdida de eficiencia social. La mayoría de los errores que la gente de la izquierda comete se debe a falta de autocontrol, de voluntad para tolerar los errores morales de la sociedad, incluso cuando no tiene ni idea de cómo arreglarlos y ninguna razón para pensar que el remedio no será peor que la enfermedad.

Heath ha cambiado el izquierdismo dogmático por una aproximación pragmática orientada al liberalismo, tratando de encontrar un equilibrio entre la eficiencia (el talón de Aquiles de la izquierda) y la igualdad (a la que la derecha sería ciega):
El alcance de la acción del Estado y el nivel apropiado de tributación dependen de la respuesta a cuestiones empíricas.
Así, aunque se muestra de acuerdo con la reforma sanitaria que está impulsando Obama –ya que el principio del seguro social incrementaría la igualdad sin menoscabar la eficiencia, teniendo en consideración el presunto fallo de mercado en el sector de los servicios privados que ocasiona el problema de la selección adversa–, apunta:
Del mismo modo que una política monetaria más efectiva disminuyó la necesidad del gasto anticíclico keynesiano, una tecnología médica más efectiva puede disminuir la necesidad de seguros sociales.
Y nos da un pista, involuntaria, acerca de por qué es tan importante para la izquierda que se consolide la creencia en la existencia de un cambio climático: el futuro de las políticas redistributivas pasan por el establecimiento de impuestos verdes, que sólo serían eficientes en el caso de que el calentamiento global estuviese justificado.

Félix de Azúa lanzaba una andanada a los izquierdoides que aún dominan el panorama intelectual en la rive gauche. Pero caía al mismo tiempo en una de las falacias metodológicas que ha fosilizado el pensamiento de izquierdas: el desprecio por el pensamiento afín a la derecha, a la que despacha con superioridad, como si fuese un comando de ingenieros y podólogos. Ha sido sin duda en la economía donde el pensamiento de derechas ha demostrado su superioridad y donde se ha producido la debacle de la izquierda, refugiada en el relativismo cultural de la antropología, la pedagogía y la sociología, convertidas en auténticas marías de la comprensión conceptual, irrelevantes en el mejor de los casos, devenidas sectas en los peores.

Joseph Heath es, como Azúa, alguien de izquierdas que se avergüenza de la corriente mayoritaria en su tradición intelectual. Y que, antes de cambiarse de bando, como hizo –justificación mediante– David Mamet, intenta llevar un poco de lucidez, honestidad y riqueza conceptual a cierta izquierdona.

Decía Gaspar Llamazares: "El gran error de la izquierda es haber renunciado a la política económica". El primer paso para que los de IU tengan un ministro de Economía es la lectura de este libro. Falta les hace.


JOSEPH HEATH: LUCRO SUCIO. ECONOMÍA PARA LOS QUE ODIAN EL CAPITALISMO. Taurus (Madrid), 2009, 360 páginas.

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