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HAROLD PINTER

De dramaturgo a político

El premio Nobel de literatura de este año ha recaído en un autor complicado, el dramaturgo y guionista británico Harold Pinter. Cuando surgen en el horizonte intelectuales como este reputado escritor –pues ha resultado ser todo un intelectual– no puedo dejar de pensar en George Orwell.

El premio Nobel de literatura de este año ha recaído en un autor complicado, el dramaturgo y guionista británico Harold Pinter. Cuando surgen en el horizonte intelectuales como este reputado escritor –pues ha resultado ser todo un intelectual– no puedo dejar de pensar en George Orwell.
Retrato de Harold Pinter (National Portrait Gallery).
Concretamente, en su texto Así fueron aquellas alegrías, y en muchos otros en los que describe perfectamente la situación en que había quedado el así llamado "mundo civilizado" después de la Segunda Guerra Mundial y cuya evolución él no tuvo tiempo de conocer del todo.
 
Esos jóvenes airados que en los años 50 apuntaban con el dedo a sus mayores serán los protagonistas de la Guerra Fría, y muchos tomarían claramente partido por el enemigo. Además del remo, militar en las filas del partido comunista era el otro deporte obligado de todo scholar que se preciara. No es eso lo que se le puede reprochar a Pinter, cuyo origen social le vedaba "aquellas alegrías", y que se mantuvo rigurosamente apartado de la política hasta bastante tarde, pero él encarna lo que aquellos esnobs anhelaban: una clase popular, pero ilustrada, que pusiera el dedo en la llaga de la más que escaldada burguesía. No hacía falta mucho más para que, cuando irrumpiera en el escenario (nunca mejor dicho) literario, recibiera el aplauso de todos aquellos que, por el contrario, hubieran debido sentirse sumamente ofendidos por la sátira.
 
Lo cierto es que los periódicos han recibido, desconcertados, la noticia de este Nobel que ni siquiera aparecía en la siempre equivocada lista de "novelables", razón por la cual lo que más se ha destacado en todas partes, de su vida y de su obra, ha sido su compromiso político (que no es sino un desarrollo tardío en su vida y paralelo al de su obra), así como su pertenencia a la generación de los "jóvenes airados" (mejor sería decir cabreados). En España las cosas han estado especialmente difíciles, porque sobre ser dramaturgo, género aún menos leído que la poesía, las ediciones que se han hecho de sus obras son pocas, y no en español precisamente, sino en catalán.
 
Poco a poco se han ido recopilando datos: en España se representaron sus piezas más significativas ya en los 60, dirigidas por Daniel Bohr y Luis Escobar, y recientemente se le han dedicado ciclos en la sala Pradillo de Madrid, en Valencia y en la sala Beckett de Barcelona, ciudad con la que Pinter tiene una relación muy especial, pues fue ahí donde un grupo de dramaturgos, con el valenciano José Sanchis Sinesterra a la cabeza, le preparó un homenaje en la temporada 1996-1997, con el ciclo Otoño Pinter.
 
A esas alturas, Pinter ya había abrazado la causa de los sandinistas, con tanto ardor como el que emplearía estos últimos años en contra de la guerra de Irak. De hecho, lo que más interesaba al numeroso público que asistía al homenaje no era su obra, sino el numerito antisistema que desde cierto momento de su vida Pinter montó en contra del poder y del imperialismo. Él, que había conocido el peor momento del comunismo, el soviético, el castrista y el maoísta; él, que en 1961 dijo en una entrevista: "Yo no estoy comprometido como escritor, en el sentido habitual del término, ni religiosa ni políticamente. Y tampoco soy consciente de tener ninguna función social en especial. Escribo porque quiero escribir. No quiero regirme por determinados carteles ni porto estandartes. A la postre desconfío de rótulos definitivos", tuvo que esperar a que cayera el Muro de Berlín para defender los derechos humanos. A la vejez viruelas.
 
Esto en cuanto al hombre. En cuanto a la obra, la editorial Losada de Argentina ha publicado ya dos volúmenes de sus obras más importantes, traducidas al español argentino (valija, cierre relámpago, tomá, acá tenés unos bombones, etc.), el primero por Rafael Spregelburd (El amante, Escuela nocturna y Sketches de revista) y el segundo por Laura Thierberger y Lorenzo Quinteros (El cuidador, Los enanos y La colección), y pronto aparecerán muchos más, también aquí, en la Losada española. No deja de ser curioso, a la par que contradictorio, que en el prólogo del primer volumen Spregelburd ponga tanto énfasis en el compromiso político del autor y en el segundo se publique, a modo de introducción, la conversación que Pinter mantuvo con Richard Findlater, en febrero de 1961, donde dice lo que he citado más arriba.
 
Volviendo a la prensa, lo que apenas se menciona, o se hace de pasada, es que Harold Pinter es judío y nació en el barrio judío del East End londinense. Leo en una antigua edición de una enciclopedia muy reputada que Pinter fue víctima de ataques antisemitas, tanto en los años 30 –es decir, en su infancia– como en su adolescencia, entre 1946 y 1950, "a raíz del primer conflicto en Palestina", eufemismo que utiliza la enciclopedia de referencia para hablar de la reacción beligerante de los árabes ante la proclamación del Estado de Israel. En este sentido, se cuenta una anécdota muy significativa (literariamente), según la cual Pinter se enfrentó en el instituto a un grupo de fachas que le acorralaban en el patio, con lo que podría considerarse su primer gran diálogo pinteriano: "¿Qué tal?", dijo a sus agresores. "Yo, bien. Y ¿vosotros?". Le dejaron en paz.
 
En la edición de la enciclopedia en la que me documento, de 1982, el especialista encargado de la entrada "Harold Pinter" no politiza en modo alguno al dramaturgo, que es visto bajo el prisma de un escritor vanguardista, atraído por lo popular y lo desarraigado. Y así se me ha mostrado a mí, en la lectura que, gracias a la editorial Losada, he podido hacer recientemente. Textos barrocos y herméticos que le hacen ser identificado, no tan erróneamente como se pretende, como "absurdo", término que efectivamente los lectores del montón asociamos a él, tanto como al teatro de Beckett o Ionesco. Así lo califica la profesora de inglés de Rafael Spregelburd, según cuenta él en el prólogo, y así lo "interiorizan" quienes se acercan a esos diálogos, en los que se confunde el fluir de la conciencia con el subterráneo juego del inconsciente.
 
El famoso diálogo "pinteriano" se caracteriza precisamente por su aparente banalidad, pero con verdaderas cargas de profundidad que incomodan o, como poco, inquietan. Un absurdo muy "real", pero de una realidad sin fecha de caducidad, como tampoco la tienen los sentimientos que se ponen en juego. Pensemos en la ambigua relación que se establece entre amo y criado en El sirviente, de Losey, película de la que Pinter fue guionista, faceta ésta a la que debe su mayor y más duradera popularidad.
 
Nunca como con él fue tan cierto aquello que decía Proust en Contra Sainte-Beuve de que un libro (una pieza de teatro, un cuadro) es el producto de un yo diferente del que proyectamos en nuestros hábitos, en nuestra sociedad, en nuestros vicios.
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