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DOS NUEVOS TÍTULOS DE CHAVES NOGALES

De pardos nazis, rojos andaluces y la Blanca Paloma

Decía Oscar Wilde: "Cualquiera puede hacer historia; pero sólo un gran hombre puede escribirla". Pues pasen y lean. Dos libros perfectamente complementarios del reportero sevillano Manuel Chaves Nogales acaba de publicar la editorial andaluza Almuzara: Bajo el signo de la esvástica y Andalucía roja y 'la Blanca Paloma'.


	Decía Oscar Wilde: "Cualquiera puede hacer historia; pero sólo un gran hombre puede escribirla". Pues pasen y lean. Dos libros perfectamente complementarios del reportero sevillano Manuel Chaves Nogales acaba de publicar la editorial andaluza Almuzara: Bajo el signo de la esvástica y Andalucía roja y 'la Blanca Paloma'.

Bajo el signo... y Andalucía roja... son unos reportajes periodísticos que publicó el periodista sevillano en el periódico Ahora en los años 30. Son títulos no sólo complementarios, sino que se pueden barajar y hacer con ellos una lectura cronológica. Así, habría que empezar con los reportajes sobre la Andalucía roja escritos y publicados –coincidiendo con la recolección de la aceituna– entre el 8 y el 29 de noviembre de 1931, con los títulos de "Con los braceros del campo andaluz", "El señorito", "Comunismo indígena" y "La recolección de la aceituna".

Es significativa la casualidad de que comenzasen estos relatos sobre la vida en el campo andaluz en tiempos republicanos justamente el día en que Ortega y Gasset pronunció su célebre discurso parlamentario en el que recomendó cambiar el perfil de la República porque, a su juicio, el sistema había entrado en vía muerta y, en vez de simpatías, no hacía sino ganarse enemigos. Pues bien, Chaves Nogales pone rostro y voz a ese perfil torcido cuando se pasea por los campos de aceituneros altivos, que le cantaba Paco Ibáñez a Miguel Hernández, y atestigua cómo el cáncer comunista y anarcosindicalista se ha infiltrado entre los braceros y jornaleros andaluces, no con el ánimo de mejorar sus condiciones de vida y trabajo sino para llevar el enfrentamiento, la lucha y la discordia hasta el desencadenamiento del conflicto armado.

Todo esta buena gente no tiene, sin embargo, contra el amo un verdadero odio de clase; se dejan llevar fácilmente por los tópicos de una propaganda demagógica que les halaga; pero sin ninguna convicción, sin esa dureza y ese odio inextinguible del verdadero marxista. Todos exhiben razones sentimentales; todos envidian al señorito; todos quisieran ser como el señorito.

Si algo se respira en las crónicas tanto españolas como alemanas de Chaves Nogales es el aroma de la pólvora. Éste es el índice de su libro sobre la Alemania nazi:

  • Antes de tres años otra vez la guerra.
  • Cómo están organizadas las fuerzas de asalto y protección del nacionalsocialismo.
  • Una visita a un campamento de trabajadores voluntarios. Los hombres que trabajan por dos reales.
  • La conquista de la juventud.
  • ¿Por qué son nazis las mujeres?
  • La vida cotidiana; usos y costumbres.
  • La extirpación metódica de los judíos.
  • La lucha política y la represión policíaca.
  • Adolfo I, Emperador.
  • Entrevista a Goebbels.

Hitler había sido nombrado canciller en enero de ese mismo 1933, y empezaba la transformación de la República liberal de Weimar en el Tercer Reich totalitario. En las crónicas de Chaves Nogales está todo: desde la militarización de Alemania a la fascinación de los alemanes por su carismático líder, pasando por el talante obediente y agresivo de los germanos o el antisemitismo furibundo, que llevaría, banalidad del mal mediante, a la II Guerra Mundial y el Holocausto. El periodista andaluz aplica la máxima de que es mejor pedir perdón que permiso y se cuela en los campos donde, con la excusa de la gimnasia, se adiestra y entrena militarmente a los civiles u observa, sine ira et estudio, cómo tanto los jóvenes como las mujeres se echan a los amorosos y comprensivos brazos de Hitler: en tiempos de una crisis al lado de la cual la que vivimos parece el sueño de una noche de verano, ven mágicas las soluciones brutales, por su violencia y estupidez, aportadas por ese fracasado pintor y genial demagogo.

Antes, el ario puro, convencido de su incapacidad para este menester (comprar y vender), dejaba libre al judío el campo del comercio y se iba a arar la tierra o a barrer las calles a sueldo, metido en un impresionante uniforme. Pero cada vez hay menos uniformes de barrendero municipal y menos tierras que labrar y el ario puro, cuando se pone a hacer la competencia al judío con su pobre tiendecita cubierta de polvo y visitada sólo por las moscas, está perdido. Hitler ha venido a resolver a favor de este ario puro el problema de la competencia comercial, que él, por sí solo, era incapaz de salvar. Hitler ha dado al ario puro que no vende un talismán maravilloso para que su tiendecita se llene de clientes capaces de cargar con géneros manidos. Este talismán es la cruz gamada, la svástica de los arios.

Esta reseña de Carmen Pulín viene ilustrada con un cartelito muy apropiado a esto que les cuento... Chaves Nogales se había olido en Alemania que antes de tres años habría otra guerra. Lo que no se podía imaginar era que no sería de los nazis contra el mundo (todavía) sino entre las dos Españas, que él había relatado cómo se iban separando a pasos agigantados. Sin embargo, este extraordinario observador de la vida común, este sociólogo de la cotidianidad, no quiso o no pudo valorar cómo el drama político se convertía ante sus ojos en tragedia militar. Burgués y patriota al fin y al cabo, quería creer que, con el tiempo, hablando se entendería la gente. Pero hay dilemas que, como mostró Alejandro Magno ante el nudo gordiano o teorizó Karl Popper sobre el decisionismo del fundamento último de las teorías, sólo cabe resolverlos por la espada o dando un puñetazo en la mesa. Y ante las narices de Nogales fueron pistoletazos los que se repartieron. Los relatos que escribe en 1935 sobre la Semana Santa sevillana –"Las cofradías y la República", "Los cofrades en la intimidad", "Liturgia de la flor", "Joyero, tocador y vestuario de las vírgenes sevillanas", Monte de luz", "Los que van debajo"– son una magistral crónica antropológica sobre el cómo y el porqué del fenómeno capillita y mucho más: si aquí ya no está prefigurada la guerra civil, que baje Jesús del Gran Poder y lo vea:

Los sevillanos, republicanos o monárquicos, no estaban dispuestos a que su tradicional conmemoración se perdiese para siempre. Se consiguió al fin arrastrar a una hermandad, de la Estrella de Triana, para que saliese en procesión. Fue un desastre. Le dieron una pedrada al Cristo y al pasar por la Puerta del Perdón le hicieron dos disparos a la Virgen.

Y sin embargo... Nogales se negaba a ver lo que se le venía encima. Quizás porque, a la manera de Truffaut, pensaba que las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan. Un humanista en aquellos tiempos de positivismo ramplón y heoricismo homicida, pobre... Nogales, en el fragor de junio de 1936, a un mes del golpe de estado que haría estallar la guerra, hace de lazarillo a un periodista francés que quiere recorrer Andalucía para comprobar si hay una revolución bolchevique en marcha. Nogales cree que sobrevalora el francés los acontecimientos, pero lo tragicómico es que es Nogales quien se niega a ver en lo que es, por un prejuicio de supervivencia tanto vital como simbólico entendible: la guerra civil ha estallado ya de forma larvada.

Mi enviado especial anota apresuradamente: "Los revolucionarios atracan a los turistas y les imponen contribuciones".

–¡Hombre, no! –le he dicho–. Eso no es cierto.
–¿Cómo que no? ¿No hemos sido asaltados?
–No, hombre, no. Nos han detenido, con mayor o menor cortesía, para pedirnos que auxiliemos a unos hombres necesitados.
–¿Qué habría pasado si nos negamos?
–No lo sé; probablemente, nada.
–¡Oh! ¡Es usted optimista! ¡Si nos negamos hubiésemos sido linchados!

Y la verdad es que yo mismo no sé qué es lo que hubiera pasado.

Que en mitad de la revolución roja se pudiese llevar a cabo una romería como la de la Blanca Paloma no hace sino mostrar el carácter ideológico de ambas manifestaciones culturales, dicho sea esto sin ánimo peyorativo ni hacia las revoluciones ni hacia las procesiones.

Chaves Nogales es el reportero perfecto. A diferencia de otros periodistas, no se cree el ombligo del mundo, ni tiene una grandiosa teoría sobre el ser del periodismo, y mucho menos se ha creado un afectado estilo. Asume que el periodismo es una función vicaria de otras actividades más importantes, religiosas o políticas, sin las cuales no podríamos vivir; mientras que el hecho de contar lo que sucede a personas que podrían pasar perfectamente sin tener ni idea de las mismas es un lujo de la civilización burguesa, como el sucedáneo de caviar o la margarina. Del estilo de Howard Hawks, Nogales pone la cámara –en su caso, la estilográfica– a la altura de los ojos de sus protagonistas y sin efectismos, subrayados ni narcisismos permite que se expresen con total libertad, ganándoselos con esa empatía que tienen los hombres auténticamente buenos y realmente cultos.

Empezábamos con una cita de Wilde y terminamos con otra: "El periodismo moderno justifica su existencia por el gran principio darwiniano de la supervivencia del más vulgar". Manuel Chaves Nogales ha sido una de las pocas excepciones conocidas a tan rotunda verdad.

 

MANUEL CHAVES NOGALES: BAJO EL SIGNO DE LA ESVÁSTICA y ANDALUCÍA ROJA Y 'LA BLANCA PALOMA'. Almuzara (Córdoba), 2012.

Pinche aquí para acceder al blog de SANTIAGO NAVAJAS.

twitter.com/santiagonavajas

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