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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

De tejas abajo (y III)

"El nazismo (como el fascismo) conquistaron sin violencia". Así terminaba mi anterior crónica. Efectivamente, ni la "marcha a Roma" ni las manifestaciones nazis, antes de la toma del poder por Hitler en 1933, fruto de sus victorias electorales, tienen comparación posible con las largas y cruentas guerras "revolucionarias" de los comunistas en Rusia, China, Vietnam, Camboya y hasta en Cuba. Fue desde el poder que los nazis impusieron su totalitarismo, y Mussolini el fascismo en Italia, infinitamente menos represivo, como queda dicho.

"El nazismo (como el fascismo) conquistaron sin violencia". Así terminaba mi anterior crónica. Efectivamente, ni la "marcha a Roma" ni las manifestaciones nazis, antes de la toma del poder por Hitler en 1933, fruto de sus victorias electorales, tienen comparación posible con las largas y cruentas guerras "revolucionarias" de los comunistas en Rusia, China, Vietnam, Camboya y hasta en Cuba. Fue desde el poder que los nazis impusieron su totalitarismo, y Mussolini el fascismo en Italia, infinitamente menos represivo, como queda dicho.
Benito Mussolini.
Esto me conduce al eterno debate sobre el papel de la violencia en la Historia. Sin remontarnos al Corán, con su exaltación de la Guerra Santa, desde Marx, fundador del totalitarismo comunista, hasta nuestros días existe una fuerte tradición de pensadores, jefes de Estado o partido, políticos reaccionarios o revolucionarios que sacralizaron y sacralizan la violencia "parturienta de la Historia" (Engels). Enfrente y paralelamente, existen diferentes corrientes para las cuales la paz constituye el bien absoluto y la guerra el mal absoluto.
 
Ni que decir tiene, muchos instrumentalizaron la noción de paz para mejor preparar la guerra. Buen ejemplo de ello fue el "movimiento de la paz" filosoviético, que a partir de 1945, y de la misma manera que el "antifascismo", constituían las máscaras de carnaval del totalitarismo comunista. Por los años 30, en España, periodo que aún suscita tantas controversias, aparte de ciertos políticos, como por ejemplo Gil Robles o Azaña, que no habían perdido toda esperanza en la vía democrática parlamentaria y en las elecciones, la mayoría de las fuerzas políticas, sindicales y militares, de signo contrario, odiaban o depreciaban la "democracia burguesa", considerando que las soluciones tenían que pasar obligatoriamente por la violencia, la revolución o la guerra. Y así fue. Las cosas han cambiado mucho, y para mejor, salvo en el País Vasco.
 
No voy a expresarme en nombre de la "ideología liberal" (De Benoist), sino en el mío propio: la libertad individual, que cuenta con tantos enemigos, constituye uno de los principios básicos de lo que yo entiendo por liberalismo. Pues bien, ni sacralizo la violencia como único medio para cambiar las cosas, aunque admito que a veces sea necesaria, ni sacralizo la paz como bien absoluto, al que todo debe sacrificarse. Lo que condeno absolutamente es el Terror, lo cual no es exactamente lo mismo, y además se puede llegar al Terror pacíficamente, como Hitler.
 
"Resulta a este respecto significativo que la Revolución francesa pueda figurar a la vez en el árbol genealógico de las democracias liberales y de los totalitarismos", escribe Alain de Benoist (pág.163). Esto es totalmente falso: los liberales de verdad, sin la confusión de De Benoist, condenan el terror jacobino, mientras que los nazis respetaban, y los comunistas admiraban, la conquista del poder y el Terror como ejemplares. Y no sólo el Terror jacobino, porque los comunistas lo eran, no a pesar del Gulag, sino a causa de él. No por peculiar sadismo, o no sólo, sino porque representaba la fuerza, el poder, la disciplina y el Orden. "Valores" compartidos con la derecha carca, señor De Benoist.
 
También es cierto que esta confusión no es propia de este autor: en Francia la enseñanza sobre la Revolución y el Terror poco tiene que ver con la realidad histórica. Y en la democracia parlamentaria, pero no liberal, presidida por Mitterand, cuando se celebró el bicentenario de dicha revolución (1989) se exaltaron las figuras de Robespierre y Saint-Just y no la de Dantón, por ejemplo. Curiosamente, dichas ceremonias resultaron ser una celebración del Terror jacobino.
 
La Revolución Francesa no se limita al Terror, escribe De Benoist, y en otro párrafo añade, displicente, que fue una revolución totalmente burguesa. Pues ¡a mucha honra! Y en este aspecto se diferencia de los totalitarismos, tan antiburgueses. Pueden señalarse dos aspectos positivos, no terroristas, no jacobinos, de 1789: un conato de democracia parlamentaria, con una extensión de las libertades, y una transformación del derecho de propiedad, sentando el principio de la propiedad privada burguesa.
 
Pese al Terror, pese a Napoleón y su Imperio, a trancas y barrancas, estas conquistas revolucionarias burguesas se han mantenido hasta hoy, incluso si el liberalismos sigue siendo una meta no totalmente lograda, y siempre combatida. Bien sabido es que otros países han logrado sistemas políticos semejantes por otras vías, sin Terror, pero no exentas de violencia, como la guerra de la Independencia de Estados Unidos, por ejemplo.
 
Al señor De Benoist no le gusta ni la Revolución Francesa, ni la Ilustración ni el progreso. Está en su derecho. Sin embargo, no puede negarse que la Ilustración y sus enciclopedistas, como se les define en Francia, por ejemplo Diderot, Voltaire, Rousseau y, sobre todo Montesquieu, combatieron el absolutismo político y la intolerancia religiosa de su época, y en este sentido se merecen mi respeto, sin que ello signifique una adhesión total a todas y cada una de sus ideas. Ahora bien, afirmar que el totalitarismo comunista admiraba y consideraba a estos pensadores como precursores y maestros es confundir una vez más las palabras con los hechos, la demagogia embustera con la realidad. Los enciclopedistas lucharon contra los dogmas, los comunistas impusieron su Dogma.
 
Caricatura de Jean-François Revel (tomada de http://jeanfrancoisrevel.net).Evidentemente, uno puede entretenerse buscando semejanzas entre diferentes teorías, incluso opuestas, porque, según las épocas, los hombres utilizan un relativamente reducido número de conceptos que no tienen el mismo significado para todos. Hoy cualquiera habla de democracia, paz, progreso, derechos humanos, etcétera, sin que signifiquen lo mismo para Castro o para Jean- François Revel, por citar a un liberal intransigente.
 
En este sentido, sería interesante analizar el amor a la Naturaleza de los nazis y el amor a la bondadosa Naturaleza de nuestros ecologistas. Alain de Benoist defiende la Tradición, con mayúscula, y condena el progreso, sin decirnos explícitamente lo que entiende por Tradición ni si prefiere el reino de Luis XI o el de Luis XIV. Nos acusa a todos, tanto a liberales como a totalitarios, lo cual ya es de aquelarre, de odiar el pasado y venerar el progreso, lo cual es sencillamente falso.
 
Yo me considero liberal y progresista (en serio), lo cual no me impide admirar las capillas románicas y la música de Bach. Y odiar el rap... No desprecio en absoluto, al revés, los desarrollos científicos y tecnológicos, pero sé que si el descubrimiento y la producción del petróleo constituyeron un formidable progreso, también condujeron a conflictos y guerras. Y al chantaje de la OPEP. La abolición de la esclavitud, otro ejemplo del pasado, fue un progreso, y la lapidación de las mujeres, una tradición para los islamistas, y lo reafirman estos días: tradición cultural y derechos de los hombres. Está visto que las palabras no significan nada en ciertos contextos.
 
Señalaré que en su libro, publicado en 2004, De Benoist no dice absolutamente nada sobre el islamismo integrista y su terrorismo; somos, creo, bastantes los que lo consideramos el más grave peligro actual, que ha sustituido por su peligrosidad al nazismo y al comunismo. Y la guerra santa es su Tradición, también con mayúscula.
 
Por lo que hace al pasado, tampoco dice nada sobre las guerras de religión, la Inquisición, etcétera, y, sin ser creyente, me parece un progreso que la Iglesia Católica –la única, por cierto– se haya arrepentido oficialmente de esos y otros abusos, a veces sangrientos.
 
En resumidas cuentas, lo que viene a decirnos De Benoist es que toda empresa humana está condenada al fracaso. Desde luego, no existen sociedades "buenas", pero las hay peores. Como moraleja, cita a Solzhenitsin: "La frontera que divide el bien del mal pasa por el corazón de cada hombre". Y ¿si empezáramos por definir qué es el Bien y qué es el Mal?
 
 
De tejas abajo (I).
De tejas abajo (II).
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