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MANUEL DURÁN

Diario de un aprendiz de filósofo

El autor de este libro nació en Barcelona, en 1925, pero salió de España nada más acabar la Guerra Civil. Su persona y vida reúnen todas las virtudes y vicios del exiliado típico de nuestra incivil guerra.

El autor de este libro nació en Barcelona, en 1925, pero salió de España nada más acabar la Guerra Civil. Su persona y vida reúnen todas las virtudes y vicios del exiliado típico de nuestra incivil guerra.
Dejaré los vicios para otro día, que siempre están relacionados con una visión sectaria e historicista de una España vista a distancia por alguien que está "condenado" a vivir alejado de la circunstancia política cotidiana, pero que siente miedo de lo "real", de la vida, cuando alguien quiere liberarlo de sus viejas cadenas para que se enfrente a los cambios de la historia; hoy, pues, me centraré en las virtudes, que pasan por descubrir España, su cultura e historia, en el extranjero, especialmente en EEUU de Norteamérica, que ha sido su principal lugar de residencia.
 
Ese descubrimiento de España en la cultura occidental hubiera sido imposible sin su dedicación a la historia de la literatura española en EEUU. Si Durán es, en efecto, alguien intelectualmente hablando no es por haber fundado la North American Catalan Society, eso más bien forma parte de su "memoria mítica", o peor mágica, sobre el tabú del incesto con la tierra, o sea, el perverso nacionalismo, que de la gran civilización hispánica a la que él ha dedicado lo mejor de su vida intelectual. Durán es más que un historiador de la filosofía y la literatura de lengua española. Es un singular humanista de la cultura española como demuestran sus ensayos literarios, antropológicos e, incluso, filosóficos, que ha prestado especial atención gran literatura en lengua española para descubrir en ella el poderío de nuestro pensamiento.
 
También el libro que reseño pertenece a ese género tan hispánico que es el diario, en realidad, casi una guía al modo de la Guía espiritual de Miguel de Molinos, o el Libro de las Fundaciones de Teresa de Jesús, que sirven no tanto para ayudarnos a pensar por pensar, a la pura especulación diría algún cursi, sino a pensar para algo en concreto. Para la vida. Para Durán pensar por pensar carece de "sentido". Es una mera abstracción. La vida exige que pensemos para ella. Eso es, en verdad, este diario: una agenda intelectual, casi filosófica, para que no olvidemos que "todavía aprendemos", o sea, pensamos. He aquí un repaso hispánico a una buena parte de la historia de la filosofía para justificar racionalmente que aún existen personas que piensan "por cuenta propia acerca de problemas eternos, acerca de preguntas esenciales, y al hacerlo se ven obligados a descartar en buena parte las 'ideas recibidas' que su sociedad, la tradición, la religión y el gobierno les habían proporcionado. Resulta que en este caso los filósofos son mucho más numerosos de lo que creíamos. Por lo menos lo son los aprendices de filósofo".
 
No importa la edad del aprendiz, tampoco la materia a estudiar, ni mucho menos el método que utilicemos, lo decisivo es abrir los ojos, escuchar atentamente y no olvidar nunca que hemos de escribir, escribir y escribir sobre todo aquello que leemos, sabemos o, sencillamente, relacionamos de modo arbitrario o metódico. Eso es, al fin, la filosofía: escritura sobre la vida, o mejor, sobre determinadas materias que, según el autor, determinan su vida intelectual. Durán escribe sin cansancio sobre magia, religión y ciencia, para después corregir, corregir y corregir lo escrito. No hay creencia holgazana en el pensamiento de Durán, sino el constante fortalecimiento de la idea de un antropólogo del siglo XXI por ahondar en las invasiones recíprocas entre los mundos de la magia, la religión y la ciencia, que son para Durán más fronterizos de lo que un dogmático racionalista estaría dispuesto a admitir con sus cánones kantianos.
 
Todo el diario de Durán es una permanente revisión sobre las relaciones entre esos tres ámbitos, a veces tan ambiguos como desbordantes, de representación de la experiencia humana. Magia, religión y ciencia quieren ser los tres vértices de un triángulo que delimita la sabiduría filosófica, pero que, por fortuna, el autor no consigue fijar al suelo quebradizo de la vida del pensamiento. Sí, a pesar del dogmatismo utópico que a veces proyecta el autor, especialmente cuando se pone agresivo y perversamente laicista con la religión católica, tiene que corregirse y reconocer que no todas las religiones son iguales. He aquí un ejemplo: "Las religiones engendran fanatismo, que degeneran en opresión y, actualmente, en terrorismo. El creciente fanatismo en el mundo musulmán ha convulsionado las sociedades occidentales. La respuesta ha sido un rechazo de la actitud religiosa en general".
 
Y, sin embargo, unos párrafos más adelante tiene que reconocer que "si la magia y la religión han durado tanto, es porque hemos encontrado en ellas una fuente de conocimiento, incluso una fuente de poder, un mapa del mundo, una forma de conocer el Universo, un repertorio de valores éticos (…) Posiblemente a los seres humanos les sea factible vivir sin matemáticas, pero no sin religión". No obstante, Durán no renuncia fácilmente a su ideal secularizador y contraataca ante quienes sólo fundamentan su vida en el fideísmo religioso: "Creo que los que levantan el estandarte de la religión como guía indispensable de la conducta ética y cimiento igualmente indispensable de la sociedad no quieren no pueden darse cuenta de que la actividad científica entraña también una serie de principios éticos, igualmente valiosos, e incluso somete a los científicos a una disciplina vigilante y rigurosa".
 
Hay, sin embargo, una religión que, como diría el castizo, es más que una religión, si por tal entendemos la religión reducida a pura fe, la católica, que no debería caer en la contradicción señalada por Durán. Sí, sí, el catolicismo es la única religión que distingue y separa de forma radical la fe de la ciencia y a la vez, por decirlo en términos de Ortega y Gasset, postula la una para la otra sin allanar violentamente su fecunda diferencia. La fides quarens intellectum de San Anselmo es acaso el lema más fértil que se ha inventado y el que más agudamente define la mente del hombre.
 
Esa gran originalidad, en mi opinión, no la ha percibido Durán en su libro. Es mi mayor crítica. Fuera de esa observación, aconsejo la lectura de este libro porque, además de repasar con gracia hispánica una buena parte de la historia de la filosofía, está muy bien escrito. Es una obra de voluntad humanística, casi filosófica, muy bien escrita, o sea, una excepción. Durán no cae en lo que critica.
Me doy cuenta de que escribir bien es difícil. Escribir con claridad lo es también. Repaso, releo lo que escribí ayer. Tacho, corrijo, cambio palabras, párrafos. Me siento vagamente culpable. Para atenuar mi sentido de culpabilidad, me basta recordar que no soy, todavía, filósofo, sino, más bien, aprendiz de filósofo.
 
¿Cuántos son los filósofos que verdaderamente escriben bien, con gracia, con recursos artísticos, basados en la retórica tradicional o en sus equivalentes modernos? Pocos, muy pocos. Platón, sobre todo en el Simposio y en la Apología de Sócrates. San Agustín. A veces Descartes, el Descartes directo y "confesional". Voltaire, desde luego, irónico y juguetón (…). Schopenhauer, Nietzsche, Bergson (a ratos), Unamuno, Ortega. Y muy poco más".
 
MANUEL DURÁN: DIARIO DE UN APRENDIZ DE FILÓSOFO. Renacimiento (Sevilla), 2008, 279 páginas.
 
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