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'DESMONTANDO EL TERRORISMO'

Disculpando a ETA

Empecemos por el terrorismo. Empecemos por ETA. Empecemos por España en este recorrido sobre las entrañas del progresismo y las cavernas de la izquierda. Y es que la expresión más clara, y la más grave, de las tentaciones radicales y antiliberales de la izquierda está en el terrorismo. En la comprensión del terrorismo. Siempre que el terrorismo sea de izquierdas, antiimperialista o nacionalista o, en nuestro caso, antifranquista.


	Empecemos por el terrorismo. Empecemos por ETA. Empecemos por España en este recorrido sobre las entrañas del progresismo y las cavernas de la izquierda. Y es que la expresión más clara, y la más grave, de las tentaciones radicales y antiliberales de la izquierda está en el terrorismo. En la comprensión del terrorismo. Siempre que el terrorismo sea de izquierdas, antiimperialista o nacionalista o, en nuestro caso, antifranquista.

Dado que casi todo el terrorismo de cierta relevancia de la actualidad está encuadrado dentro de esos adjetivos ideológicos, nos encontramos con el hecho de que el rasgo más inquietante del progresismo es precisamente su coqueteo con el terrorismo, con los diversos terrorismos.

En la izquierda radical, la cercana a ETA en el caso español, la justificación del terrorismo es directa. La expresaba uno de sus intelectuales más importantes, el dramaturgo Alfonso Sastre, en 2008:

Una parte de la opresión de España sobre el País Vasco ha desaparecido tras 30 años de democracia, pero otra no. La violencia siempre es indeseable. Ahora bien, para obtener la paz hay que llegar a un acuerdo con esa violencia existente de ETA. Solo con la actuación de la policía no se acabará con la violencia etarra y eso parece indudable. Por tanto es necesario negociar con ETA, y, sin negociación, no habrá paz.

Por supuesto, el coqueteo de la izquierda moderada con el terrorismo no se hace en forma de abierta justificación de ese terrorismo, ni siquiera en forma de simple justificación. Pues la izquierda democrática condena el terrorismo en cualquiera de sus formas. "Que quede claro que yo condeno con claridad a este grupo terrorista...", el discurso progresista empieza habitualmente así, pero inmediatamente surge el inevitable pero, "pero... debemos resolver un conflicto pues hay que ir a las raíces del problema, a las causas". Algunos ni siquiera se toman la molestia de establecer la introducción de la condena. Simplemente, van directos a las causas. Como el escritor Bernardo Atxaga, insigne representante de ese nutridísimo grupo de intelectuales vascos que jamás se ha movilizado contra ETA y, sin embargo, o, mejor dicho, por eso mismo, ha recibido todo tipo de parabienes de las instituciones vascas.

Lo de Atxaga ocurría en la última negociación del Gobierno socialista con ETA, allí donde la poco edificante relación de la izquierda con el terrorismo se puso de nuevo en evidencia. Atxaga, siempre ausente en los largos años de movilización contra ETA, consideró necesario, sin embargo, salir a la palestra en abril de 2006 para ¿condenar a ETA?, ¿celebrar el posible triunfo de la democracia?, ¿recordar a las víctimas? Pues no, lo hizo para recordar el franquismo, es decir, lo que consideraba la causa del terrorismo etarra:

Euskadi era el pájaro, y la dictadura del general Franco era la jaula. El pájaro quería ser libre, volar. Pero nadie iba a abrirle la jaula, tenía que rebelarse, perder el miedo y luchar.

Y por si no lo habíamos entendido bien, insistía el autor en las causas, las dos causas que dieron lugar a ETA, los movimientos de liberación nacional y la revolución cubana de los sesenta y lo que denominó la "especificidad de la represión franquista en el País Vasco". Y esta "canción", título de Atxaga para la defensa de las causas de ETA, ha durado cuarenta años incluso tuvo "una subida de volumen durante el Gobierno Aznar", en la época que siguió al cierre del periódico Egunkaria, concluía el autor, con la poco sutil conexión entre el franquismo y el cierre de Egunkaria durante el Gobierno Aznar. ¿Y el periodo democrático, el de casi todos los crímenes de ETA? Carece de relevancia, pues las causas, como se ve con Egunkaria, siguen ahí, nos explicaba Atxaga.

Es aparentemente algo más sutil la vía habitual de la izquierda para colocar la teoría del conflicto, la consistente en poner sobre la mesa la existencia de un sector social que apoya el terrorismo y que los demócratas estaríamos obligados a integrar. Como es bien sabido, la izquierda aplica esta teoría a todos aquellos casos de criminales en la órbita de la izquierda y el mismo argumento vale para ETA, para las FARC o para los fundamentalistas islámicos. Hay que integrarlos. Y, por supuesto, eso se hace negociando con ellos. Pues si no les damos nada, seguirán instalados en el extremismo. Operación que, dicho sea de paso, no desagrada a la izquierda, pues eso que hay que darles forma parte, casualmente, del espectro ideológico de la izquierda.

Durante la pasada negociación, el politólogo y articulista Ignacio Sánchez-Cuenca fue probablemente el representante intelectual más significado de esa teoría, precedido por su más conocida incursión en el análisis del terrorismo, un libro en el que nos explicaba que la mejor manera de acabar con el terrorismo era negociar con él. Por si no habíamos caído todavía en tan brillante a la par que sencilla solución. Dado que su consejo no había sido tenido en cuenta por los Gobiernos de Aznar y, por lo tanto, el terrorismo de ETA persistía, volvió a la carga en la negociación de Zapatero, esta vez, eso sí, con el apoyo total del presidente, fiel seguidor de sus consejos.

Sánchez-Cuenca nos lo resumió en julio de 2006: "Para conseguir el fin del terrorismo, es necesario hablar no solo con ETA, también con Batasuna". ¿La razón de tan relevante descubrimiento? Muy sencilla de entender, proseguía el autor:

Si queremos que ETA no vuelva a matar nunca más, hay que conseguir que su base social, los seguidores de Batasuna, se integren en el sistema democrático. En los términos utilizados por Zapatero, se requiere un gran pacto de convivencia en el País Vasco que desactive el tinglado montado en torno al terrorismo. Dicho pacto requiere algunas concesiones simbólicas y procedimentales, como las famosas mesas de diálogo, que sin duda serán piezas importantes en este acuerdo incluyente que cierre para siempre el conflicto creado por ETA.

Sobre esa base teórica había anunciado José Luis Rodríguez Zapatero a finales de junio de 2006 la apertura de un diálogo con ETA. Sin precio político, añadió, pero, eso sí, "con un pacto de convivencia política en el País Vasco". Pues, al parecer, los vascos no habían sabido convivir adecuadamente y de ahí que a los de ETA les diera por asesinar. El periodista de El País Luis R. Aizpeolea, depositario periodístico privilegiado de las informaciones procedentes de La Moncloa en esta y otras cuestiones durante los dos Gobiernos socialistas, había contado el plan de negociación con ETA del Gobierno unos días antes sin tantos cuidados lingüísticos para disfrazar la negociación. Lo llamó "hoja de ruta para el proceso de paz" y la dividió en seis pasos: 1) el presidente anuncia al líder de la oposición su comparecencia en el Congreso para iniciar el diálogo con ETA, 2) el presidente comparece en el Congreso y anuncia el inicio de conversaciones con los terroristas, 3) se inician las conversaciones con ETA, 4) se entrevistan el PSE y Batasuna, 5) se legaliza Batasuna y 6) se inicia la mesa de partidos.

Los socialistas vascos estaban plenamente de acuerdo con la negociación. Y lo dejaron claro en un documento hecho público en febrero de 2006 y redactado por Jesús Eguiguren en el que definieron el problema "político" que se debía resolver con la negociación:

Ha existido en Euskadi un problema de normalización política, derivado de un consenso insuficiente en torno al marco jurídico-político y a las reglas de juego que hay que respetar (...) De ahí que nos enfrentemos a dos procesos que deben ser encauzados mediante un orden de prioridades: cese de la violencia, en primer lugar, como paso previo al diálogo entre fuerzas políticas para resolver, sin interferencias del terrorismo, los problemas políticos.

Y por si los ejes de la negociación entre la izquierda española y ETA no hubieran quedado claros, la propia ETA los ratificó en entrevista concedida a Gara, su diario de referencia, en mayo de 2006. Lo esencial, afirmaron los terroristas, es superar el conflicto, es decir, lo que Zapatero llamaba "acuerdo para la convivencia política en el País Vasco":

Para nosotros, la clave principal y la base imprescindible se encuentra en el proceso democrático que debe desarrollarse en Euskal Herria, y ahí hay que lograr el acuerdo principal para superar el conflicto, es decir, entre los agentes vascos (...) La esencia de la negociación entre ETA y los Estados proviene de este punto de partida.

En palabras de José Luis Rodríguez Zapatero, "primero la paz y luego la política", es decir, que "el Partido Socialista está dispuesto a dialogar, pero a través de los cauces institucionales. Además, como es evidente, de las cuestiones políticas solo hablarán las fuerzas políticas. El diálogo con ETA no incluirá ninguna cuestión política". Entusiasmado por su negociación, el presidente se adelantaba al tiempo y ya daba por legalizado al brazo político de ETA, a Batasuna, incluso lo separaba de ETA para así poder afirmar que el diálogo no se haría con ETA. La misma anticipación del futuro le llevó en esa entrevista a concluir, tras la comparación de las fotografías de la dirigente de Batasuna, Jone Goirizelaia y la dirigente del PSE, Gema Zabaleta, por un lado, y la dirigente del PP Pilar Elías y la eurodiputada socialista Rosa Díez, por otro, que "una foto [la de Goirizelaia y Zabaleta] se adelantaba a su tiempo y que quizás la otra [la de Elías y Díez] era una foto un poco retrasada en relación a su tiempo" .

Queremos la paz

No solo tenemos que resolver el conflicto, dice la izquierda cuando de terrorismo de izquierdas se trata. Además, debemos lograr la paz. La paz es el complemento imprescindible del conflicto, pues lo que viene tras la negociación con los terroristas de izquierdas es la paz. No la negociación política, la discusión con los terroristas sobre unos objetivos bastante menos presentables para los ciudadanos, sino algo con mucha mejor imagen popular como es la paz. Así lo anunció el diario cercano al Gobierno, El País, en junio de 2006: "El Gobierno y ETA iniciarán de inmediato las conversaciones de paz". El contenido de las conversaciones entre Gobierno y terroristas, según este periódico, no eran los acuerdos políticos con ETA, sino que se limitaban a la paz. ¿De qué hablarán ETA y el Gobierno? Del concepto de paz, exclusivamente, ¡cómo nos gusta la paz!, ¡viva la paz!, en esos términos conversarían, ahora un etarra, ahora un representante del Gobierno. El periódico referencia del progresismo español podía haberlas llamado "conversaciones de violencia", pues se iban a entablar con unos asesinos que exigían algunas concesiones a cambio del fin de los crímenes, pero, como es habitual en el universo conceptual del progresismo, a lo que ellos acuerdan con los criminales siempre se le llama paz.

Y ¿quién es el malnacido que no quiere la paz? Entre violencia y paz, entre guerra y paz, ¿por cuál apuesta usted? Trampa progresista habitual y siempre muy eficaz. Y la disyuntiva sirve tanto para las guerras como para los terrorismos. La izquierda, prescribe el universo progresista, apuesta por la paz y la derecha lo hace por la violencia y la guerra, máxima que los progresistas repitieron machaconamente cada día de su negociación con los criminales etarras.

La derecha, proclamaba José Luis Rodríguez Zapatero en septiembre de 2006, en pleno proceso de paz con los criminales, no distingue entre guerra y paz:

Han pasado más de dos años y hay una derecha que no ha cambiado nada desde su derrota electoral y sigue sin distinguir procesos elementales, como son su proyecto y la España real. No distinguen. Lo vemos ante la decisión de enviar tropas al Líbano para garantizar la paz. No saben si decir sí o decir no porque la derecha no distingue entre la guerra y la paz... Ese es su problema.

Los intelectuales, siempre menos cuidadosos con la corrección política que los políticos, explicaron su proceso de paz con los terroristas. La paz es una buena noticia, escribía Francisco Bustelo en El País, "¿por qué, entonces, tantas reticencias de algunos". ¿Por qué molestarse por esa paz en la que los progresistas se habían puesto de acuerdo con los criminales? Y nos explicaba la paz del progresismo español, corolario de la contienda entre el Estado español y el nacionalismo vasco radical:

Mediante la rendición de una parte o bien con un armisticio, toda guerra, por larga que sea, tiene un final. Hasta la llamada Guerra de los Cien Años lo tuvo. Ganen unos, ganen otros, la paz siempre es bienvenida, pues los conflictos violentos, incluso cuando luchan buenos contra malos, acarrean muertes, sufrimiento, dolor. En la contienda, vieja de 30 años, entre el Estado español y el nacionalismo vasco radical, ambas partes han declarado su disposición a firmar la paz. Una buena noticia, diríase. ¿Por qué, entonces, tantas reticencia de algunos?

(...)

De vuelta a la fase final de la negociación con ETA, en 2011, los intelectuales de la izquierda insistieron en la paz, entre ETA y la otra parte, y en el recordatorio del origen de todo esto en el universo progresista, el franquismo, claro está. Manuel Rivas escribía en febrero de 2011 sobre la "paz vasca" y nos evocaba un idílico País Vasco que no éramos capaces de ver, concentrados como estábamos en la violencia y el miedo. Animado el escritor por el surgimiento de Sortu, la nueva esperanza de la izquierda, pero firme en su recordatorio del gran mal, el franquismo, "el otro lado del terrorismo etarra", nos daba una perfecta descripción de las dos partes del conflicto según el progresismo:

Condenar la muerte, el crimen como arma política, eso es de verdad nacer. Muchos que lo entienden de forma meridiana respecto de los crímenes de ETA no se muestran, sin embargo, tan esclarecidos cuando se trata del holocausto español causado por una dictadura fascista e impune.

[...]

Vivir del terrorismo

Las negociaciones con los terroristas tienen habitualmente dos opositores centrales: aquella parte de la población que se ha resistido al terrorismo y las víctimas. Las segundas, las víctimas, son, en una buena parte de los casos, miembros de la resistencia al terrorismo y, precisamente por serlo, acaban siendo objetivos de los terroristas. Por lo que ambos grupos, resistencia al terrorismo y víctimas, están mezclados y coinciden en sus planteamientos y en su oposición a la negociación con los terroristas.

Dos tipos de razones llevan a la resistencia al terrorismo a rechazar frontalmente la negociación con los grupos terroristas. Las razones morales, en primer lugar, las mismas que han sustentado su lucha antiterrorista. No es éticamente aceptable negociar con grupos totalitarios que asesinan para lograr sus fines. Por eso se movilizaron en la resistencia al terrorismo, por esas razones morales, por eso pusieron en riesgo sus vidas o, en el menor de los casos, pusieron en riesgo su integración en la comunidad. Pues, como ya ha sido ampliamente constatado por los propios perseguidos por el terrorismo, el terrorismo tiende a provocar actitudes de rechazo hacia aquellos que se resisten al terrorismo. Un estudio del Gabinete de Prospecciones Sociológicas del Gobierno Vasco lo ponía en evidencia en febrero de 2011. El estudio, realizado entre jóvenes de entre 15 y 29 años, constataba que a la pregunta sobre vecinos poco deseables (¿Te importaría tener de vecino a... ?), los jóvenes vascos ponían en el mismo nivel a los terroristas y a los perseguidos por los terroristas. A un 62% le importaría tener como vecinos a neonazis o miembros de grupos de extrema derecha, a un 55% le importaría que fueran miembros de ETA y a un 51% le importaría que fueran amenazados por ETA.

La segunda razón por la que los grupos de resistencia al terrorismo rechazan frontalmente el terrorismo está relacionada con las víctimas. Un Estado de Derecho debe castigar el delito y reparar a las víctimas, por lo que una negociación es inaceptable en cualquier caso, pues todas las negociaciones con grupos terroristas incluyen, obviamente, una de las reivindicaciones centrales de los terroristas, la referida a sus miembros condenados y encarcelados. Y todas las negociaciones con los terroristas conllevan beneficios para los terroristas encarcelados. O incumplimiento de parte de sus condenas. Injusticia, en definitiva.

(...)

Y hay dos formas perversas de descalificar e intentar deslegitimar y desactivar a ambos grupos opuestos a la negociación de los progresistas. Sugerir que el terrorismo se ha convertido para ellos en un negocio, en un modo de vida, que viven de ello, y afirmar que las víctimas del terrorismo no reúnen las condiciones de "imparcialidad" suficientes para juzgar lo que las instituciones democráticas deben o no deben hacer con los terroristas. Sobre lo primero, Felipe González tuvo su momento especial de vileza cuando, sobre Jaime Mayor Oreja, dijo aquello de que "Mayor Oreja tiene una especie de terror al vacío de que no haya ETA". Era febrero de 2011 y Sortu, la nueva marca del brazo político de ETA, hacía su presentación en sociedad para exigir ser legalizada. En ese momento, algunos partidarios del diálogo con los terroristas volvieron nuevamente a cuestionar a quienes se oponían a las nuevas formas de integración del terrorismo en las instituciones democráticas. Convirtiendo a los resistentes, más que a los terroristas, en el problema.

(...) Francisco J. Laporta, defensor de la negociación con los etarras, abogaba por impedir la opinión de las víctimas sobre la negociación "por razones de imparcialidad", pues, si a uno le ponen una bomba, a efectos democráticos, dice el universo progresista, "deja de ser imparcial". Según Laporta,

es hora ya, por tanto, de que tracemos líneas claras que definan el lugar de las víctimas en nuestro espacio político y nuestro sistema legal. Y que sigamos la vieja sabiduría que nos sugiere que deben quedar excluidas del proceso de toma de decisiones. Las víctimas, por definición, no deben participar ni en la política legislativa, ni en la política criminal ni en la política penitenciaria. Eso por razones elementales de imparcialidad. Tampoco en el proceso electoral. Eso por razones de decencia. Las víctimas son simplemente personas heridas por un daño cruel que se produjo, entre otras cosas, porque el Estado con su violencia institucional no estaba allí para evitarlo.

(...)

La historia de esta negociación ha acabado, hasta ahora, tal como quiso el progresismo, con el abrazo progresista de San Sebastián, el 17 de octubre de 2011. El abrazo progresista entre socialistas y comunistas, nacionalistas y el brazo político de ETA en lo que todos ellos habían llamado la "Conferencia para el final del terrorismo", que consistía en la escenificación pública de los acuerdos logrados a lo largo de los Gobiernos de Zapatero entre todos estos grupos. El abrazo público era la condición necesaria para que ETA emitiera poco después un comunicado de final del terrorismo que, hasta el momento de escribir estas líneas, sigue en el mismo punto de ese comunicado, es decir, con la organización terrorista aún activa, las armas en su mano, su brazo político en todas las instituciones, sus reivindicaciones en la calle y en las instituciones y con el progresismo en el liderazgo de la búsqueda de concesiones a los terroristas, comenzando por todo tipo de beneficios o alivios penitenciarios, pasando por la legitimación del discurso terrorista del conflicto y las dos partes y acabando por... cualquier cosa es posible. 


NOTA: Este texto está tomado de DESMONTANDO EL PROGRESISMO, el más reciente libro de EDURNE URIARTE, que acaba de publicar la editorial Gota a Gota. MARIO NOYA entrevistará a URIARTE este sábado en LD Libros (16,30-17,30 horas).

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