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LA UTOPÍA NAZI

El Estado del Bienestar de Adolf Hitler

Nada más desacertado que considerar a los nazis "anarquistas", o sostener que el nacionalsocialismo es el último estadio del capitalismo. Si algo caracterizó al régimen hitleriano fue precisamente su afán intervencionista, su populismo, su estatismo.

Nada más desacertado que considerar a los nazis "anarquistas", o sostener que el nacionalsocialismo es el último estadio del capitalismo. Si algo caracterizó al régimen hitleriano fue precisamente su afán intervencionista, su populismo, su estatismo.
La utopía nazi arroja luz sobre algunos de los mitos y malentendidos que aún circulan sobre ese totalitarismo, una dictadura de los jóvenes que propagó "una de las utopías socialrevolucionarias" del siglo XIX: el Estado social, en el que, como afirmó Hitler, quedarían abolidas todas las barreras.
 
A este discurso socialista del nazismo y a las directrices de su política económica dedica Götz Aly, periodista, historiador y politólogo, la primera parte del libro, "Demagogos en acción". Al contrario de lo que algunos han afirmado, la estructura estatal nazi no conducía al caos; de hecho, lo que hizo Hitler fue aprovechar buena parte de los cuadros funcionariales de la República de Weimar para erigir su Estado total.
Las bases de la ordenación agraria de la Unión Europea, la regulación de la circulación en las carreteras, el seguro obligatorio para los automóviles, la declaración tributaria conjunta para los matrimonios, las subvenciones por hijos, el escalonamiento de tramos impositivos (…) provienen de aquellos años.
Por otro lado, el socialismo hitleriano restringió los derechos de los acreedores a fin de desarrollar "una sensibilidad genuinamente social". Las políticas fiscales redistributivas y los presupuestos en continua expansión contribuyeron decisivamente al éxito popular cosechado por los nazis, así como su "proximidad antielitista" al pueblo, "tan tentadora para los intelectuales europeos del siglo XX". Esto permitió que numerosos gestores del régimen anterior se prestaran a colaborar con los Gobiernos de Hitler; por ejemplo, el aristócrata e intelectual Schwerin von Krosigk, ministro de Finanzas cuya carrera política culminó en 1945, cuando fue nombrado jefe del Gobierno del Reich, o el secretario del propio Krosigk, Fritz Reinhardt, que se veía a sí mismo como promotor del Estado social.
 
Además, en sus primeros años en el poder el NSDAP se atrajo la simpatía, cuando no el apoyo explícito, de trabajadores socialistas y empleados con ansias de mejora social. "Dicho de otra forma, se trataba de aquellas capas sociales que treinta o sesenta años antes, impulsadas por la pobreza, habían emigrado a América", explica Aly. 
 
Sin embargo, esta "tercera vía" que prometía "una justicia compensatoria y la lucha contra cualquier tipo de discriminación, ya fuera de naturaleza capitalista liberal o doctrinaria bolchevique", requirió la puesta en marcha de un aparato recaudatorio centralizado y crecientemente voraz, algo exigido tanto por las medidas económicas niveladoras como por los gastos militares, transformados más tarde en costes de guerra y ocupación.
 
Obsesionados con no repetir los errores del káiser durante la Primera Guerra Mundial, que llevaron Alemania al colapso, los nazis idearon un eficaz sistema para expoliar a sus víctimas, fueran o no judías, aunque la lógica del antisemitismo nacionalsocialista y las necesidades pecuniarias del Reich llevaron de manera casi necesaria al exterminio del pueblo hebreo.
 
A este respecto, las tesis de Aly se inscriben en la corriente funcionalista dentro de los estudios de la Shoá, es decir, aquélla que considera el genocidio un acontecimiento sobrevenido por el desarrollo del totalitarismo nazi, sobre todo a partir de 1941, más que un plan diseñado antes de la toma del poder por parte de Hitler (1933). Directamente relacionada con el Holocausto está la denuncia que Aly formula contra algunos funcionarios alemanes y contra diversos Gobiernos, como el húngaro, que, por descuido o negligencia, han permitido la desaparición de numerosos documentos que habrían posibilitado a muchos descendientes de judíos exterminados presentar reclamaciones de restitución (algunos hasta prohíben el acceso a ciertos archivos de aquellos años).
 
Tras describir los mecanismos de ingeniería fiscal y financiera de los primeros años de la Alemania nazi –aumento espectacular de impuestos para los empresarios, endeudamiento compulsivo, "vertiginoso déficit", defensa de la moneda alemana por cualquier medio–, Aly explica cómo Hitler recurrió a partir de 1938 a la arianización como método de financiación de la guerra (el traductor prefiere el término, a mi juicio incorrecto, de ariación; única falta que cabe achacarle a un trabajo impecable, en el que Juanmari Madariaga ha forjado un estilo correcto, preciso y ameno, algo ciertamente difícil en una obra de este tipo).
 
A este afán obedece la constante creación en los territorios ocupados por Alemania de empresas fantasma, nominalmente privadas pero gestionadas directamente por funcionarios del Reich, dedicadas al saqueo de los bienes de los judíos, que oficialmente no fueron robados, sino simplemente "depositados". Unos depósitos cuyos dueños nunca pudieron retirar... De esta forma, Hitler consiguió establecer una apariencia de legalidad y respeto a la propiedad privada y al Convenio de La Haya, cuyo artículo 46 prohíbe la confiscación de bienes de no combatientes ni enemigos. Esto ha llevado a numerosos historiadores a la falsa conclusión de que los principales beneficiarios del expolio nazi fueron algunos empresarios y banqueros. En realidad, y dejando de lado la complicidad de determinados bancos alemanes y foráneos –otros, como los belgas, se negaron a colaborar; a cambio, Bélgica fue uno de los países más duramente tratados por Alemania– y la corrupción, por otra parte permitida e incluso fomentada por Göring,
en casi todos los países de Europa en los que se produjo la ariazión fue el correspondiente aparato del Estado o de ocupación el que liquidó los bienes patrimoniales judíos (…) En todas partes las propiedades se nacionalizaron antes de la privatización, "cayendo" en manos del Estado, como acostumbraban a decir los funcionarios de la Hacienda alemana.
A la descripción pormenorizada y comparativa de esta política (especialmente interesantes son los capítulos dedicados a Francia y Bélgica, por la sofisticación de los medios empleados para canalizar los recursos de estos dos países hacia Alemania; y escalofriantes los relatos del expolio y exterminio de los judíos en Serbia y Hungría) dedica Aly las partes segunda y tercera del libro. Un esfuerzo expresado de forma brillante gracias sobre todo a las numerosas referencias a las reuniones y pronunciamientos de la elite nazi y a los relatos de algunos testigos directos. Estos recursos complementan una importante labor de búsqueda y descubrimiento que supone la publicación, por primera vez, de una ingente cantidad de documentación relativa a la financiación de la guerra de Hitler.
 
La última parte de la obra es un conveniente resumen cuantitativo de lo que el autor denomina Crímenes en beneficio del pueblo. Una de las conclusiones que Aly extrae es que la maquinaria nazi de robo no hubiera funcionado sin la cooperación de numerosos técnicos y expertos no politizados pero que, sin embargo, llevaron a cabo las instrucciones recibidas a sabiendas de sus ominosas consecuencias (los hubo que incluso llegaron a tomar la iniciativa): "La coalición establecida entre una pericia técnica de alto nivel y una política demagógica concentrada en el bienestar del pueblo se mostró siempre fructífera".
 
Volviendo sobre la Shoá, el autor desliza este comentario que parece contradecir las tesis funcionalistas expuestas en páginas anteriores:
Cualquiera que fuera la opinión de Schwerin von Krosigk sobre los judíos en general, incluía en sus cálculos la desaparición definitiva de las personas expoliadas. Más aún: mucho antes de que se tomara la decisión de exterminar a los judíos europeos, Reinhardt [secretario de Von Krosigk] inventa sin cesar nuevos procedimientos para desposeerlos, hasta convertirlos en miserables que no podían sino convertirse en una carga para el Estado.
Son precisamente estas aparentes contradicciones y la complejidad del modelo causal de Aly lo que ha llevado a algunos a criticar La utopía nazi por falta de profundidad teórica. Sin embargo, más que carecer de hipótesis, y menos aún de respuesta a las preguntas de investigación, como la sempiterna "¿cómo fue posible?", este texto replantea una de las interrogantes fundamentales de la sociología política contemporánea, contenida, entre otras, en la magistral investigación de Zygmunt Bauman Holocausto y modernidad: ¿cómo conseguir la aquiescencia, complicidad y silencio de tantos?
 
Se trata de una pregunta cuya respuesta preliminar: "Quienes se niegan a hablar de las ventajas disfrutadas por millones de alemanes corrientes no deberían atreverse a hablar del nacionalsocialismo ni del Holocausto", debería provocar más reflexión y menos escándalo.
 
 
GÖTZ ALY: LA UTOPÍA NAZI. CÓMO HITLER COMPRÓ A LOS ALEMANES. Crítica (Barcelona), 2007, 488 páginas.
 
ANTONIO GOLMAR, politólogo y miembro del Instituto Juan de Mariana.
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