Menú
CARTA DE TESA

El fin del mundo antiguo

Creo que fue Pessoa quien dijo que todo lo que rodea a la novela es sucio y triste. En cierto modo es natural que alguien tan fragmentado, y que prefería soñar a vivir, afirmara tal cosa, porque la novela es el género literario más largo y reiterativo de todos y el más parecido a la vida real. Por eso la imaginación no es lo más importante en un novelista, y aún menos la fantasía.

Creo que fue Pessoa quien dijo que todo lo que rodea a la novela es sucio y triste. En cierto modo es natural que alguien tan fragmentado, y que prefería soñar a vivir, afirmara tal cosa, porque la novela es el género literario más largo y reiterativo de todos y el más parecido a la vida real. Por eso la imaginación no es lo más importante en un novelista, y aún menos la fantasía.
José Jiménez Lozano
El material del que están hechas las novelas de José Jiménez Lozano –premio Cervantes, premio Castilla y León, premio Nacional de las Letras Españolas– es puro barro humano, del que surgen destellos luminosos, que son, a su vez, la ganga. Luces y sombra de la vida corriente, la más extraordinaria de todas.
 
Hay mucho mérito en seguir en el tajo, en no salir de estampida por la calle de en medio, la calle de la introspección o el callejón del lirismo, por ejemplo, manteniendo un proyecto literario tan serio y riguroso como el que sostiene, novela a novela, José Jiménez Lozano. Hasta cuando se desvía del trayecto, como en El viaje de Jonás (Cuadernos del Bronce), lo hace siguiendo una parábola que nos lleva al tema central: el fin del mundo antiguo y sus consecuencias.
 
La destrucción sistemática de eso que conocemos como valores (palabra tan degradada últimamente que casi necesitaría comillas) produce en nuestra sociedad los mismos efectos devastadores que el mal de Alzheimer en el cerebro humano. No es exactamente un olvido –que se podría subsanar con el recuerdo–, es la desmemoria, la anulación de lo ocurrido. Pero el vacío tarda poco en ser colonizado por elementos extraños, incluso hostiles, a los que hemos dado entrada en nuestro abandono suicida; esos bárbaros, cuya llegada hemos propiciado nosotros ("El pueblo y las élites de la inteligencia están siempre en la calle o en la plaza pública, hablando chin y distribuyendo cornezuelo, para exaltar al chin y al cornezuelo", dice uno de los personajes de Carta de Tesa, en un intento de explicar la degradación universal), son ya nosotros, o las personas que nos rodean, iguales a nosotros en apariencia. Jiménez Lozano ha desarrollado también estas tesis en numerosos artículos de prensa, cuyo eco encontramos, debida y sabiamente dosificado, en estas páginas.
 
Carta de Tesa es, por así decirlo, la continuación o prolongación de una novela anterior titulada La boda de Ángela. La misma familia, casi el mismo entorno, incluso los mismos personajes. Algunos ya han muerto pero son rememorados a cada instante, como la madre de Tesa, y abuela de Ángela, nuevo avatar de las ancianas sabias de Las Señoras y de tantos otros personajes de Jiménez Lozano que se oponen a la domesticación de los sentimientos y de las creencias, con esa resistencia pasiva e irónica que consiste en no dejar de ser ellos mismos, en no someterse.
 
Detalle de la portada de CARTA DE TESA.¿Pero someterse a qué? ¿A las costumbres o a las leyes? Ambas van vertiginosamente juntas: las costumbres recién adquiridas se imponen con extraña virulencia y encuentran pronta justificación legal. Su aplastante victoria amenaza seriamente a lo que somos y a aquello en que creemos: desde el latín, la lectura reposada, la manera de ocupar el tiempo libre, de ordenar la naturaleza, pasando por la altura de las edificaciones o la degradación de la enseñanza, hasta el respeto a los muertos y a los sentimientos religiosos. Muchos lo saben y pasan desapercibidos y resignados, pero otros, como María y como Tesa, no temen en dejarse la piel.
 
Tesa es la hermana ausente y, al mismo tiempo, la destinataria del relato que le hace su hermano de los cambios que se van produciendo en su entorno, así como de los desagradables sucesos acaecidos a la gran amiga de Tesa, María, que dejó el convento para convertirse en maestra y que ha sido agredida por unos alumnos.
 
Nada que no hayamos visto, demasiado a menudo, en los periódicos: una profesora es maltratada, incluso violada, sencillamente porque no está "enrollada", y eso, según una explicación que agrada mucho a los psicólogos, la convierte en sospechosa y nociva para sus alumnos. María se niega a tomar "el cornezuelo" y a convertirse en una "persona normal", según las normas de esa suerte de nuevo orden social que excluye la individuación de la especie; en su negativa a pasar por el aro rechaza incluso defenderse, porque sería dar pábulo a esa sinrazón.
 
Se da la paradoja de que los conservadores, María, Tesa y la familia de esta última, son los rebeldes, como en aquella novela de Richard Matheson (Soy leyenda) en la que el humano más corriente y más convencional es el que se convierte en mito, ante la victoria aplastante de los vampiros. Tesa, la hermana activista, filósofa, doctora en medicina, que tras varios años en el convento se marcha a Sudamérica como médica voluntaria, también será cruelmente castigada por haber tenido la osadía de hacer el bien, a contracorriente.
 
Las cartas de Tesa, que todos creen recibir en exclusiva, les animan a resistir. Cuando al fin regrese recuperará a su amiga y a su ya mermada familia, para esperar todos juntos la llegada definitiva de los bárbaros, "como uno de aquellos pequeños patricios romanos de en torno al siglo III que vivían en el campo, y vieron las primeras señales".
 
 
José Jiménez Lozano, Carta de Tesa, Barcelona, Seix Barral, 2004, 214 páginas.
0
comentarios