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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

El glorioso regreso de Boris Pasternak

La historia de la literatura rusa en el siglo XX es la de un grupo de grandes escritores atrapados en la maquinaria del Estado y el Partido; una maquinaria que ellos mismos, en algún momento, con ingenuidad y buena voluntad, contribuyeron a crear.


	La historia de la literatura rusa en el siglo XX es la de un grupo de grandes escritores atrapados en la maquinaria del Estado y el Partido; una maquinaria que ellos mismos, en algún momento, con ingenuidad y buena voluntad, contribuyeron a crear.

Algunos ya eran conocidos e importantes en 1917, cuando la revolución arrasó Rusia de un extremo a otro. Maiakovski era famoso, y había sido uno de los grandes propagandistas de la URSS en Occidente, al momento de pegarse un tiro, en 1930. "Lo difícil no es morir, sino seguir viviendo", dejó escrito. Como ya estaba muerto, el día que Lili Brik, su amante –hermana de Elsa Triolet, esposa de Louis Aragon–, escribió a Stalin protestando porque sus libros no se reeditaban, el georgiano sentenció: "Maiakovski sigue siendo el mejor y más talentoso de los poetas de la época soviética. La indiferencia a su legado cultural es un crimen". En 1931 César Vallejo había afirmado, en un artículo lleno de maldad sectaria: "Maiakovski no pasa de histrión de la hipérbole. Antes que él están Pasternak, Biedny, Sayanof y muchos otros". Biedny era un poeta oficial, un perfecto mediocre del que Trotski se burlaba considerándole el más acabado (y pobre) producto del estalinismo. A Sayanof le arrastraron las corrientes del tiempo hasta el punto de que no figura en Google en ninguna de las formas en que es posible escribir su apellido. Pero Pasternak... ni el resentido Vallejo ni el miserable Gorki podían dejar de nombrarlo.

Boris Pasternak poseía un apellido prestigioso: su padre, Leonid, era un pintor notable, al que Tetriakov le había comprado su primera gran tela. En realidad, era un prestigio envenenado, porque todo el mundo sabía que era judío, cosa incómoda con los zares y con la revolución. También lo era la madre de Boris, Rose Kaufman, pianista. Aunque en cualquier familia de judíos intelectuales –y a veces no tan intelectuales– la música era una cuestión clave, Rose Kaufman influyó en la vocación inicial de su hijo. Boris, fascinado con Scriabin, estudió composición, pero abandonó a los 19 años, en 1909, convencido de que no poseía el talento necesario para ser un grande. Una última –last but not least– nota sobre los padres: Leonid Pasternak se convirtió al cristianismo ortodoxo. En algún momento habrá que estudiar el universo religioso de Pasternak, como Romano Guardini hiciera con el de Dostoievski.

Tras renunciar a la música, Boris Pasternak se enamoró, vivió la pasión y se acercó a la poesía, para la que sí se veía capaz, cosa en la que no se equivocaba. En 1913 terminó sus estudios de filosofía y publicó sus primeros versos, en una recopilación titulada Lírica, con otros siete poetas, con los cuales duró poco la unión por diferencias estéticas.

En 1915 escribió su primera obra en prosa, un relato titulado El trazo de Apeles. Pero más importante sería la aparición del libro de poemas Mi hermana la vida, subtitulado "El verano de 1917", donde se expresan aspectos que le fueron "revelados" en el verano de la Revolución: "Me resultó completamente indiferente saber cómo se llamaba la fuerza que había dado este libro, porque era inconmensurablemente más grande que yo y que las concepciones poéticas que me rodeaban", escribiría más tarde.

No voy a reseñar aquí la obra poética de Pasternak, la más importante en su lengua en las siete décadas que duró la URSS. Baste decir que de la cenestesia casi implosiva que vivió en los días de la revolución el autor pasó, dos años más tarde, a la constante sensación de ser un extranjero en aquel mundo, lo que se refleja en los poemas de Enfermedad grave. Allí habla de Lenin, tal como lo había visto aparecer en la tribuna en el IX Congreso de los Soviets:

Guiaba el curso de los pensamientos

y por ello toda la nación.

Poco después, en 1927, en El teniente Schmidt y El año 1905, pese a ser textos de inspiración revolucionaria, aparece su ya casi elaborada visión de lo que está ocurriendo a su alrededor: en Schmidt evoca "el eterno pasaje del circo romano a la Iglesia romana", la transformación de las víctimas en opresores. En Spektorski (1929), el personaje define: "Un rebelde, es decir, un déspota".

Los hechos iniciales de la década de 1930, con el gran giro de 1929, la cancelación de la Nueva Política Económica (NEP), la industrialización acelerada y la colectivización forzosa, en una especie de nueva revolución, están en la base de Segundo nacimiento (1932). La conversión de la Unión de Escritores Proletarios en Unión de Escritores Soviéticos marca también una nueva política en el ámbito cultural, de intimidación de los creadores "no comunistas" y de exigencia de sumisión explícita al régimen. En 1934, al inaugurar el congreso de la UES, Bujarin, en nombre del Comité Central de PCUS, sitúa a Pasternak en la primera fila de los escritores soviéticos, cosa que el poeta acepta con reticencia.

Dos años más tarde, en 1936, asumirá la defensa de sus colegas, víctimas en aquel momento de la campaña "contra el formalismo" emprendida por Pravda en enero. Pasternak habrá de presenciar los Procesos de Moscú y el comienzo del Terror de 1936-1938. Todo ello marca su ruptura íntima con el régimen y el abandono temporal de su obra de creación en beneficio de la más serena tarea de traducir, a la que dedicará años y de la que saldrán las versiones canónicas en ruso de Shakespeare, Goethe y Schiller.

En esa especie de ostracismo literario será concebida El doctor Zhivago, una de las grandes novelas rusas del siglo XX –junto a Vida y destino de Grossman, El Maestro y Margarita de Bulgákov o La tempestad de Ehrenburg–, una epopeya que ratifica la importancia del legado de Tolstoi por encima del de Dostoievski en los escritores de la época, en la que la vida, precisamente, fue más dostoievskiana que nunca.

Zhivago se articula en torno de las fechas relevantes del siglo: la revolución de 1905, la Gran Guerra, la revolución de 1917, la guerra civil y finalmente, en la Conclusión y el Epílogo –que preceden a los poemas de Yuri Zhivago–, la NEP y la Segunda Guerra Mundial (la trama se cierra en 1943). Es un monumento histórico, literario y hasta geográfico –cosa también muy tolstoiana–, una tremenda arquitectura de vidas y paisajes. Sospecho que por eso David Lean hizo una espléndida película sin traicionar en lo esencial la novela, sólo siete años después de la primera edición de la misma, en italiano, porque no apareció en ruso hasta 1988.

Hace poco leí una historia rocambolesca acerca de la participación de la CIA y el MI6 en un operativo para sacar una copia de Zhivago de la URSS. Si es cierta, aplauso para la CIA y el MI6. Pero si no, estoy seguro de que el proceso fue igualmente rocambolesco, pero más peligroso para todos los implicados. De Sir Isaiah Berlin, valiente amigo de Pasternak, sabemos que sacó al menos algunos capítulos, lo que me parece realmente hermoso. En cualquier caso, eso sucedió en 1956 y Feltrinelli publicó la novela a finales de 1957. En 1958 la Academia Sueca, que aún conservaba cierta dignidad, le concedió el Nobel (en 1965 se lo darían a Shólojov, reconciliándose con la URSS), cosa que no hubiera ocurrido de no estar impreso el libro. Se dice incluso que, para los suecos, se había hecho una minúscula edición en ruso. Con el tiempo lo aclararán los archivos.

Lo que sí sabemos es que las autoridades rusas impidieron a Pasternak aceptar el premio. "Considerando el significado que este premio ha adquirido en la sociedad a la que pertenezco, debo rechazar el premio inmerecido que se me ha concedido. Por favor, no lo tomen a mal", es lo que atinó a responder a Estocolmo. Hubo que esperar 31 años, hasta 1989, para que el gobierno ruso autorizara a Evgueni Pasternak, hijo del escritor, a recoger el premio póstumamente.

Para Pasternak, dejar Rusia hubiese sido una tragedia. Es posible que los soviéticos le amenazaran con expulsarle solo, reteniendo a su familia. Era lo que habían hecho con Trotski. El caso es que no dejaron de acosarlo hasta su muerte, en 1960. Kruschev dictó al jefe de las Juventudes Comunistas frases terribles que se pronunciaron en el congreso de la organización de octubre de 1958. Dijo entonces el siniestro Semichastni que Pasternak era una "oveja sarnosa", un enemigo de la URSS que escribía "calumnias", alguien peor que un cerdo, animal que "nunca caga donde come". Pero lo peor no fue eso, sino que Pasternak se deprimiera por aquel discurso hasta el punto de considerar el suicidio. No lo hizo, pero murió en 1960 con el alma destrozada.

Ahora disponemos de una nueva edición en español de El doctor Zhivago, en Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. La traducción, directa del ruso, es de Marta Rebón, a quien ya debemos Vida y destino de Grossman. Antes habíamos podido leer unas cuantas ediciones, todas hechas a partir de la primera (Noguer, 1958), a cargo de Fernando Gutiérrez y desde el italiano. Gutiérrez era un buen traductor, así que la culpa de los defectos no es de él, sino del modo en que Feltrinelli hizo su trabajo: como podía, que no era poco. El original del que dispuso no estaba corregido, o sólo lo estaba en parte, porque los amigos de Pasternak, que habían hecho circular capítulos fuera de la URSS, lo hicieron, ellos también, como y cuando pudieron, sin esperar a una versión definitiva. Ahora, Evgueni Pasternak ha ajustado todo el texto de acuerdo con las reparaciones últimas de su padre.

 

BORIS PASTERNAK: EL DOCTOR ZHIVAGO. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores (Barcelona), 2010, 750 páginas. Traducción: Marta Rebón, con la colaboración de Ferrán Mateo en las "Poesías de Yuri Zhivago".

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