Menú
AYAAN HIRSI ALI

El horror entre nosotros

Antes aún que una denuncia del Islam, del infierno en que el Islam ha convertido la condición femenina, el Yo acuso de Ayaan Hirsi Ali es una lúcida denuncia del cinismo con que, bajo etiqueta multiculturalista, abandonan las muy democráticas sociedades occidentales a quienes han tenido la desdicha de nacer en un horizonte al cual los europeos gustan contemplar con la condescendiente placidez del respeto a lo exótico.

Antes aún que una denuncia del Islam, del infierno en que el Islam ha convertido la condición femenina, el Yo acuso de Ayaan Hirsi Ali es una lúcida denuncia del cinismo con que, bajo etiqueta multiculturalista, abandonan las muy democráticas sociedades occidentales a quienes han tenido la desdicha de nacer en un horizonte al cual los europeos gustan contemplar con la condescendiente placidez del respeto a lo exótico.
Detalle de la portada del YO ACUSO de Hirsi Ali.
Ayaan Hirsi Ali nació en Somalia y musulmana. Cliteridectomizada en Kenia, al llegar a la edad púber. En la Holanda inmemorialmente tolerante, logró ser una mujer libre. Theo van Gogh pagó con su vida el haber filmado su lucha contra la opresión de las mujeres musulmanas. Ayaan Hirsi Ali, diputada liberal del Parlamento holandés, sigue amenazada de muerte: cualquier buen musulmán tiene el derecho (¿o el deber?) de asesinarla. Estuvo el mes pasado en Madrid. Para presentar este libro, de título sencillo e irrevocable: Yo acuso. Que es una demoledora denuncia de nuestras complacidas sociedades multiculturales:
 
"Mi crítica a la fe y la cultura islámica se percibe como 'dura', 'ofensiva' e 'hiriente'. Pero la oposición de los relativistas culturales es, de hecho, más dura, más ofensiva y más hiriente si cabe. Se sienten superiores, y en un proceso de diálogo tratan a los musulmanes no como sus iguales sino como el 'otro' que debe ser respetado. Y piensan que debe evitarse la crítica al Islam, porque temen que los musulmanes se ofendan y recurran a la violencia. En tanto verdaderos liberales, nos abandonan a los musulmanes que hemos atendido la llamada de nuestro espíritu cívico, a nuestra suerte. He corrido un riesgo enorme al prestar oído al ruego de la reflexión y participación en el debate abierto que se generó en Occidente tras los atentados del 11 de septiembre. ¿Y qué dicen los relativistas culturales? Que debería haberlo hecho de otra manera".
 
El libro recopila textos de origen y forma muy diversos: conferencia, ensayo, entrevista, guión televisivo… Y, a través de ellos, mantiene una blindada coherencia interna: la de una batalla que es quizá, hoy, la más sociológicamente prioritaria del mundo en los inicios siglo XXI: la liberación de la última bolsa masiva de esclavitud, la de la mujer musulmana. Una esclavitud de dimensión demográfica colosal y ante la cual todos los organismos internacionales siguen empecinados en ser ciegos. No, no ciegos, cómplices activos: desde las Naciones Unidas hasta las miserables ONG empeñadas en defender un "derecho a la diferencia" que es, en sentido estricto, el derecho a sufrir una servidumbre abominable, una servidumbre en la cual están en juego libertad, dolor y muerte, puesto que la mujer no es sujeto de pleno derecho en tan "distintas" sociedades. Y su vida no vale mucho más de lo que vale la de una bestia.
 
"Mi religión ha sido una religión del miedo", escribe Hirsi Ali. "Miedo a que Alá se enfadase. Miedo a ser arrojada al infierno. Miedo de las llamas, del fuego… Ofender al profeta, Mahoma, se castiga con la muerte… Y yo puedo pensar: Mahoma, como individuo es despreciable, Mahoma dice que la mujer debe quedarse en casa, que debe llevar el velo, que no tiene que realizar determinados trabajos, que no tiene los mismos derechos de herencia que el varón, que debe ser lapidada si comete adulterio…" El museo de los horrores de ser mujer y musulmana va siendo desgranado por Ayaan Hirsi Ali con la objetual contención de un etnólogo; y con la carga casi inexpresable de dolor de quien las ha sufrido sobre sí o sobre sus cercanas (así el relato de la locura y muerte de su hermana, devorada por la irrebasable carga de culpa religiosa que fuera su patrimonio). Y en esa descripción hay la denuncia, no sólo, no sobre todo, del bárbaro universo en el cual tales prácticas son posibles, sino, y aún más, de la insufrible hipocresía de un mundo "civilizado" que ve ese genocidio material y moral como un "asunto interno" de específicas sociedades soberanas.
 
La cliteridectomía, sí. Esa terrible práctica de la cual la autora fuera víctima en su infancia y que describe en páginas difícilmente soportables:
 
Ayaan Hirsi Ali."La forma más extrema de salvaguardar la virginidad es la mutilación de clítoris junto con la extirpación de los labios mayores y menores, y por último un raspado de las paredes vaginales con un objeto punzante: un trozo de vidrio, una cuchilla de afeitar o un cuchillo de cocina. A continuación se atan juntas las dos piernas, de modo que las paredes vaginales se toquen. Esta práctica se lleva a cabo en más de treinta países, entre ellos Egipto, Somalia y Sudán. Si bien es cierto que no aparece prescrito en el Corán, para aquellos musulmanes que quieren evitar que la joven trabaje fuera de casa esta práctica tribal se ha convertido casi en una obligación religiosa… La llamada infibulación o sutura ofrece una garantía extra para los guardianes ojos de madres, tías, abuelas y otras vigilantes femeninas".
 
Pero también la cínica "tolerancia" occidental, el despliegue de retóricas de doble moral que eluden confrontarse con lo inadmisible:
 
"Para aquellas chicas de determinadas familias que ejercían controles rigurosos, en Occidente existe –también en Holanda– la posibilidad de restaurar la virginidad, una práctica hasta hace poco cubierta por la Seguridad Social: si perteneces a una cultura en la que se práctica la ablación y has tenido relaciones antes de tu boda, entonces te haces suturar de nuevo a demanda del hombre; si eres una mujer somalí en Europa, te renuevas las suturas vaginales con el ginecólogo sudanés que ejerce en Italia; si eres sudanesa, entonces acudes al médico somalí en Italia. Las direcciones son conocidas…"
 
Un llamamiento casi desesperado atraviesa las páginas de este Yo acusso. No va dirigido a los varones musulmanes. La autora sabe demasiado bien que eso sería tiempo perdido. Nos interpela a nosotros, ciudadanos de la tierra de acogida de millones de estas mujeres explotadas y amputadas. "¡Permitidnos tener nuestro Voltaire!". No hagáis de la Ilustración una apropiación privada de vuestro autosatisfecho racismo: ése al cual dais nombre de multiculturalidad.
 
Pocos libros recientes pueden decirse imprescindibles. El de Ayaan Hirsi Ali debiera ser texto de lectura obligada en las escuelas europeas. Que nuestras hijas sepan, al menos, el horror del cual ellas se han librado; el horror que sigue vivo, no ya en lejanos horizontes africanos; a apenas tres o cuatro estaciones de metro.
 
 
Ayaan Hirsi Ali: Yo acuso. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2006; 196 páginas.
 
Pinche aquí para acceder al blog de Lucrecio.
0
comentarios