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UNA VISIÓN CRÍTICA SOBRE LA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL

El legado de la dictadura de Primo de Rivera

Dado que la dictadura y la República fracasaron sucesivamente en su intento de consolidarse como nuevas formas de convivencia política, y por tanto de abrir un nuevo ciclo histórico tras el hundimiento de la Restauración, debemos considerarlas como sucesivos derrumbamientos a partir de otro principal, el de la propia Restauración. Y, por tanto, como partes del mismo ciclo, comenzado en 1874 con una exitosa reorganización política liberal, progresivamente socavada por fuerzas de carácter mesiánico o totalitario, hasta provocar su caída.

Dado que la dictadura y la República fracasaron sucesivamente en su intento de consolidarse como nuevas formas de convivencia política, y por tanto de abrir un nuevo ciclo histórico tras el hundimiento de la Restauración, debemos considerarlas como sucesivos derrumbamientos a partir de otro principal, el de la propia Restauración. Y, por tanto, como partes del mismo ciclo, comenzado en 1874 con una exitosa reorganización política liberal, progresivamente socavada por fuerzas de carácter mesiánico o totalitario, hasta provocar su caída.
Miguel Primo de Rivera.
La dictadura apareció en un primer momento como una solución "a la romana", es decir, como un remedio drástico, pero pasajero, a una situación de crisis. Y de hecho resolvió con bastante rapidez los problemas principales que habían llevado el régimen liberal a la ruina: eliminó el terrorismo anarquista, consiguió la colaboración de los socialistas, cuya demagogia y golpismo tanto habían perturbado el régimen anterior, redujo a la inoperancia los separatismos, que poco antes se habían unido para promover la lucha armada, y resolvió la sangría de Marruecos.
 
La tranquilidad resultante tuvo efectos casi milagrosos: sus seis años de duración fueron también los de mayor crecimiento económico que hubiera experimentado España desde principios del siglo XIX. Por primera vez empezó a cerrarse la brecha con los países europeos ricos. Recordemos que durante el primer ciclo histórico, concluido en la I República, la inestabilidad política había hecho perder al país la Revolución Industrial, y la renta per cápita española se había estancado, mientras en la Europa industrializada subía con rapidez. Al comenzar el segundo ciclo, el de la Restauración, la renta española salió del marasmo para crecer con cierta rapidez, inferior sin embargo a la media europea (a la media de los países ricos, insistamos, una minoría dentro de Europa: Gran Bretaña, Francia, Alemania y algunos países de su entorno). Es con la dictadura de Primo cuando el desarrollo económico español comienza a aproximarse a dicha media.
 
Podrían citarse muchos datos significativos, como que el número de universitarios aumentó en casi un 30% y el de alumnos de enseñanza primaria pasó de 1.700.000 a 2.150.000, y por primera vez se prestó atención continuada a la enseñanza profesional y de especialización obrera; el analfabetismo femenino bajó de un 50% a un 39% (a 32% el general), y se duplicó la presencia femenina en la universidad. Etcétera.
 
Aquí llegados, debemos comentar una cuestión de método en la que naufragan tantos historiadores llenos de prejuicios, particularmente algunos británicos, como Preston o Beevor, tan imitado el primero en España Si atendemos al disparatado libro de Beevor, podríamos creer que la dictadura fue un fracaso económico y que legó a la República una pésima situación. El método empleado para sugerir tan curiosa conclusión es muy simple: señalar diversos fallos o errores del sistema y omitir el balance general. Con esa técnica las empresas más exitosas del mundo podrían aparecer como ruinosas ante el lector profano, pues todas tienen siempre algunos fallos y fracasos.
 
Se trata del ilusionismo del roble en el pinar: todos distinguimos perfectamente un pinar, pero con seguridad habrá en él algunos árboles de otro tipo, algún roble, por ejemplo. Está bien señalarlo, pero el ilusionista procura centrar la atención exclusivamente en los pocos robles para dar a entender la inexistencia del pinar. Así, sin duda, la política de la dictadura fue muy intervencionista y cargada de reglamentos perjudiciales para la actividad económica; pero, con esos y otros inconvenientes, nunca hubo antes tanta prosperidad en España, ni un cambio y diversificación social tan acelerados, y ese es el balance real.
 
Algunos atribuyen la bonanza económica, sin mayor precisión, a "una favorable coyuntura internacional"; otro modo de manipular la historia. Dicha coyuntura fue favorable en los años 20, pero en el siglo y cuarto anterior también lo había sido en numerosos períodos, y casi siempre España había sido incapaz de aprovecharlos, o los había aprovechado muy mal. En realidad, el factor clave en el desarrollo es siempre el interno: si un país no dispone de unas leyes básicamente correctas y una estabilidad y rigor político suficientes, nunca podrá aprovechar las "coyunturas".
 
Bartolomé Bennassar ofrece en su libro una visión bastante más objetiva que la de Beevor, si bien con observaciones como ésta: "Primo de Rivera ha cometido el error de enemistarse en 1924 con los catalanes, que fueron sus primeros valedores, proscribiendo de una forma muy torpe el uso oficial de la lengua y la bandera catalanas". Los nacionalistas catalanes de derecha (que no "los catalanes") estuvieron entre los impulsores del golpe de Primo, y el dictador esperaba su colaboración; pero, para sorpresa de éste, se la negaron.
 
Obraron así por orden de Cambó, que, como otras veces, se pasó de habilidoso: consideraba que la dictadura resolvería una crisis difícil, y en ese sentido la favoreció, pero creía también que pronto atraería el disgusto general y el descrédito de quienes hubieran participado en ella, y por eso quiso mantenerse al margen, a fin de salvaguardar su posición para cuando el dictador cayese. Debió estimar su maniobra como prueba de destreza política, pero Primo sólo podía verla como una muestra irritante de marrullería y deslealtad.
 
De cualquier modo, la persecución al idioma catalán fue muy suave, y el dictador permitió una verdadera eclosión de la prensa y las publicaciones en dicho idioma. La libertad de expresión bajo la dictadura sorprende: también fue una época dorada de la propaganda anarquista y comunista, libremente circuladas…
 
Volviendo a Beevor, su estilo manipulador es sistemático: "La primera preocupación del directorio militar fue restablecer el orden público. Para ello se proclamó el estado de guerra en toda España, se suspendieron las garantías constitucionales, se disolvieron las diputaciones provinciales y los ayuntamientos, los gobernadores civiles y alcaldes fueron sustituidos por militares y se responsabilizó a los generales Martínez Anido y Arlegui de conseguir la paz social. Con sus métodos habituales, el triunfo estaba asegurado".
 
Detalle de la portada del libro de Beevor LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA Por desgracia, el señor Beevor no nos da siquiera una indicación de las víctimas causadas por aquellos "métodos habituales", que antes de la dictadura habían causado muchos muertos. Tampoco nos aclara por qué esos métodos tenían el "triunfo asegurado", cuando en la época anterior sólo lograron, asegura él, exacerbar el terrorismo.
 
Porque, en realidad, las víctimas de la dictadura fueron muy escasas, desapareció el pistolerismo, tanto sindical como patronal, no hubo ejecuciones por motivos políticos, las medidas de excepción duraron poco. Beevor no juzga oportuno entrar en esos detalles, sólo sugiere lo contrario. Y es presentado como historiador serio por los Santos Juliá y compañía. Pero, en definitiva, la dictadura logró tales resultados aplicando la ley, una ley que se habían acostumbrado a burlar por sistema los políticos, tan despreciados, y con razón, por la ciudadanía.
 
La mayoría de las historias sigue insistiendo en que la República llegó en una coyuntura difícil, pero la verdad es justamente la contraria. La dictadura le había legado un horizonte diáfano, si lo comparamos con cualquier época anterior. Sólo la depresión mundial oscurecía un poco el cielo, pero a España llegaría con menos fuerza que a otros países europeos debido al carácter semiaislado de su economía; por otra parte, la dificultad pondría a prueba el acierto y la seriedad de los nuevos líderes. Resueltos los principales problemas del país, ¿iban los republicanos a construir sobre lo ya avanzado, o iban a reavivar dichos problemas y quizá a empeorarlos? Como es sabido, ocurrió más bien lo último.
 
Habiendo curado en tres años los tumores malignos de la Restauración, la dictadura pudo haber vuelto al sistema constitucional, como se pensó al principio, pero cayó en la tentación de institucionalizarse mediante un confuso sistema corporativo y de "democracia orgánica". Tal institucionalización fracasaría en poco tiempo, pero una de las razones de que se intentase fue, sin duda, el temor a la vuelta de la vieja politiquería corrupta e incumplidora de la ley, y a la consiguiente esterilización de todo lo adelantado con medidas excepcionales. Un temor que los sucesos posteriores a la salida de Primo de Rivera iban a demostrar muy fundado.
 
Entramos aquí en un serio problema muy difícil de objetivar: el de la baja calidad moral e intelectual de la clase política española. Una tara compartida por otros muchos países, desde luego, y que en la actualidad vuelve a manifestarse en todo su "esplendor", reduciendo la política a charlatanería, provocación y estupidez. Ni el sistema democrático mejor organizado puede resistir el protagonismo de tales elementos; o, como indica Adriana Pena en un interesante ensayo sobre José Antonio, el avión mejor construido y con mayores comodidades para sus pasajeros está en serio peligro si lo pilota un grupo de chiflados.
 
Esta realidad no suele tratarla una historiografía dedicada a buscar en los sucesos históricos unas causas "objetivas" o "materiales" por encima de las personalidades, pero sin duda constituye un serio problema explicativo de la historia. Apuntaré aquí dos causas: una, inmediata, la defección de los intelectuales de la Restauración con respecto a las libertades, ya mencionada en otro artículo; y otra más general, el bajo nivel de la enseñanza superior en España, arrastrado de mucho tiempo atrás (pero no de siempre. En el Siglo de oro España fue el país europeo, junto con Inglaterra, que mayor atención dedicó a dicha enseñanza, circunstancia sin duda no casual para explicar las capacidades del país en aquella época).
 
En los próximos artículos entraremos a ver cómo tratan los libros de historia recientemente aparecidos lo que hicieron con el legado de la dictadura, y cómo abordaron los problemas del momento aquellos políticos republicanos, arropados con tanto entusiasmo por los intelectuales enemigos de la Restauración y de la dictadura.
 
 
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