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UNA VISIÓN CRÍTICA SOBRE LA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL

El personal republicano

De este modo un tanto extravagante, tras haber fracasado su golpe militar y perdido las elecciones, alcanzaron el poder los republicanos, en abril de 1931. Muchas historias lo presentan como si su triunfo obedeciera a luchas o impulsos sociales de envergadura, pero la verdad la indica Miguel Maura, auténtico organizador del movimiento: el poder les fue regalado por los monárquicos. En ello coinciden otros, como Lerroux, el único republicano con respaldo popular –después de los socialistas, tan beneficiados por la dictadura de Primo–y único realmente histórico, pues los demás se habían aficionado a la república desde pocos años o meses atrás.

De este modo un tanto extravagante, tras haber fracasado su golpe militar y perdido las elecciones, alcanzaron el poder los republicanos, en abril de 1931. Muchas historias lo presentan como si su triunfo obedeciera a luchas o impulsos sociales de envergadura, pero la verdad la indica Miguel Maura, auténtico organizador del movimiento: el poder les fue regalado por los monárquicos. En ello coinciden otros, como Lerroux, el único republicano con respaldo popular –después de los socialistas, tan beneficiados por la dictadura de Primo–y único realmente histórico, pues los demás se habían aficionado a la república desde pocos años o meses atrás.
Por tanto, ninguna ley histórica ni movimiento social profundo determinaba la caída de la Corona: sólo la flojera casi inconcebible del personal monárquico, como observó Cambó. Quizá la figura más característica del momento fuera el conde de Romanones, muñidor del proceso y modelo del político "listo y hábil" pero esencialmente necio e irresponsable, que, entre otras proezas, había frustrado, por interés partidista, las reformas democratizadoras de Antonio Maura a principios de siglo, o una ley antiterrorista cuando el pistolerismo ácrata aún no había alcanzado el nivel desestabilizador que alcanzaría –gracias, en parte, a las demagogias del conde.
 
También había estado a punto de meter a España en la I Guerra Mundial, aprovechando unas vacaciones estivales de las Cortes. En 1930-31 adoptó las medidas más convenientes para los republicanos, incluidas fuertes presiones de última hora para empujar a Alfonso XIII al exilio. Cambó escribió de él: "Tenía más coraje del que se le supone. Lo perdía totalmente, sin embargo, cuando lo tildaban de reaccionario. Con tal de evitar ese dicterio se convertía en cobarde y cometía toda suerte de claudicaciones".
 
Pero quizá no fuera sólo cobardía. Juan Simeón Vidarte expone en sus memorias otra pista sobre la extraña conducta de Romanones, pista casi nunca señalada ni investigada por los historiadores:
 
Retrato de Gregorio Marañón (imagen tomada de la web del Ateneo de Madrid)."Cuando salimos en unión de Marcelino Domingo de su despacho, le pregunté a éste si don Gregorio [Marañón] era o había sido masón, ya que con tanta libertad se habló con él del trabajo en las Logias. Domingo me informó de que Marañón fue iniciado en secreto por su suegro Miguel Moya, cuando éste era Gran Maestre. Estas iniciaciones constan en un libro especial que lleva la Gran Maestría, y sólo figuran en él los nombres simbólicos. El caso del ilustre médico y escritor era semejante al del conde de Romanones, quien también había sido iniciado en secreto por Sagasta y quien siempre cumplió bien con la Orden (…) Ya comprenderá usted, terminó Domingo, que muchas veces nos interesa que no se sepa que son masones algunos políticos de nuestra confianza. Fallecidos, lo mismo el conde de Romanones que el querido y admirado doctor Marañón, me encuentro en libertad para revelar estos secretos" (Vidarte: No queríamos al rey. Grijalbo, 1977. Páginas 227-8).
 
El testimonio, aunque insuficiente por sí solo, tiene el mayor interés, porque Vidarte, además de socialista destacado y uno de los organizadores de la insurrección del 34, es también de los poquísimos políticos masones que revela entresijos de la orden.
 
Casualmente, fue en casa de Marañón donde Alcalá-Zamora negoció con Romanones la huida del rey. La masonería estaba muy por la República.
 
Sin duda, la popularidad que adquirió de pronto el nuevo régimen, como había ocurrido con la dictadura de Primo, debía mucho a la repulsa general hacia los politicastros tipo Romanones. En aquellos días de triunfo casi todo el mundo, muchos monárquicos incluidos, esperaba una gestión más honrada y resuelta, y mayor altura de miras. El entusiasmo de varios de los más descollantes intelectuales del país por la República parecía garantizar tales esperanzas.
 
Pero ¿correspondían esas esperanzas a la realidad? La mayoría de las historias mantienen aun hoy la misma versión difundida por el historiador stalinista Tuñón de Lara, muy reverenciado durante décadas, también por la derecha tuselliana. Tuñón nos presentaba unos políticos republicanos ilustrados, idealistas, profesorales, gente reformista y moderada. Si acaso excesivamente moderada para los cambios radicales necesitados, según los comunistas, por la sociedad española. Gabriel Jackson, de origen y concepción general marxista, ofrece una pintura similar, incluso lo hace el mucho más objetivo Bennassar. "República de los profesores" o "de los intelectuales"; o "de las letras", como la ha llamado, confundiendo algunos conceptos, la peculiar historia servida semanalmente por El Mundo.
 
Álvaro de Albornoz.Pero los testimonios de la época, y los de los propios líderes republicanos, dejan una impresión muy distinta de la elaborada por tales historiadores. El nuevo régimen iba a hacer una depuración administrativa a fondo, y miles de izquierdistas se apresuraron a pedir cargos políticos. Miguel Maura cuenta la significativa anécdota de un individuo que se ofrecía para gobernador civil de Segovia:
 
"Es que mi compadre, el padrino de mi hija, ¿sabe?, tiene un hermano que está establecido en Segovia y tiene una casa de bebidas (…) y los veranos vamos allí a pasar dos semanas y lo pasamos muy bien, y ahora, con esto de los gobernadores, pues hablé con don Álvaro de Albornoz y le dije a ver si podía ser, porque desde el cargo podía ayudar a mi amigo, que quiere establecerse arriba, en la Plaza, y poner ya un café serio, ¿sabe?".
 
Aún más ilustrativa fue la reacción de Álvaro de Albornoz, uno de los prohombres de la república: "Esa gente es utilísima y hace republicanos con sus entusiasmos. Son como misioneros". El mismo Álvaro había instruido al peticionario sobre las cualidades para ejercer el cargo: "Me dijo que era cosa de mano izquierda y de quinqué –señalando el ojo con el índice–, y eso, aunque me esté mal el decirlo, yo tengo para vender…".
 
Vale la pena leer también a Josep Pla para entender la mezcla de picaresca, demagogia y pintoresquismo campantes por el país en esos días. Alcalá-Zamora da cuenta, aprobándola, de la pésima impresión de Besteiro sobre el conjunto de diputados, flor y nata de la República, que elaboró y aprobó la nueva Constitución; y en algún momento describe al personal republicano como "un manicomio no ya suelto, sino judicial, porque entre su ceguera y la carencia de escrúpulos sobre los medios para mandar, están en la zona mixta de la locura y la delincuencia".
 
No menos radical se muestra Azaña en sus diarios, donde una y otra vez trata a aquellos políticos de "obtusos", "loquinarios", "botarates", "gente impresionable, ligera, sentimental y de poca chaveta", insufrible por su "inepcia, injusticia, mezquindad o tontería". "No saben qué decir, no saben argumentar. No se ha visto más notable encarnación de la necedad. Me entristezco casi hasta las lágrimas por mi país, por el corto entendimiento de sus directores y por la corrupción de los caracteres". "Zafiedad", "politiquería", "ruines intenciones", "gentes que conciben el presente y el porvenir de España según se los dictan el interés personal". "Política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta". Sus descripciones de personajes como Companys o Prieto, o de cómo se preparaba la reforma agraria, etcétera, difieren por completo de las que solemos leer en las historias actuales.
 
Manuel Azaña.Estos dicterios abundan demasiado en los escritos de Azaña como para obedecer a ocasionales accesos de ira. Revelan una opinión profunda y tanto más amarga cuanto que, como vimos anteriormente, él aspiraba a gobernar con una inteligencia republicana que no aparecía por ninguna parte, salvo contadas excepciones: "Rodeado de imbéciles, gobierne usted si puede". Por otra parte, existe un acuerdo general en considerar a Azaña el hombre más perspicaz y talentoso de la nueva situación.
 
Volviendo al plano de las anécdotas, Portela Valladares, alto cargo de la masonería, relata algunas muy descriptivas: "El Gobierno provisional [de la República] había acordado almorzar en el aristocrático Lhardy. Faltaba un ministro, y después de esperarle, sentáronse a la mesa. Llegó, por fin, y desde la puerta prorrumpió en enormes carcajadas que le sacudían el poderoso vientre. 'Ríome –pudo por fin explicar– de que estéis aquí y de que seamos nosotros quienes gobernemos a España'". Probablemente hablaba de Prieto. Y comenta Portela: "Eran los tiempos de júbilo por los goces no esperados".
 
Otro sucedido: "En un consejo, el siempre almibarado Fernando de los Ríos dijo incidentalmente que un futuro ministro técnico 'era un veterinario capaz de poner unas herraduras de plata a un santo Cristo'. '¡Qué blasfemia tan magnífica!', gritó uno de los consejeros, apretándose los ijares, y entre blasfemias cada vez más resonantes y espantosas hubo de suspenderse el consejo".
 
A juicio de Lerroux, el histórico líder republicano, los nuevos amos del poder "no traían saber, ni experiencia, ni fe, ni prestigio. Nada más que esa audacia tan semejante a la impudicia, que suele paralizar a los candorosos y de buena fe cuando la ven avanzar desenfadadamente, imaginando que es una fuerza de choque". Dejo aparte las furiosas imprecaciones proferidas contra ellos, ya en la Guerra Civil, por los padres espirituales de la República, Marañón, Pérez de Ayala y Ortega, que con sus entusiasmos tanto habían prestigiado en un principio la República.
 
Podríamos extendernos casi interminablemente. Creo fundamental acudir a las fuentes más directas, por dos razones: porque permiten constatar hasta qué punto se ha amañado la historia en estos años, incluso por historiadores derechistas sometidos al mismo temor de Romanones a pasar por reaccionarios; y sobre todo porque ayudan a explicar los fracasos de la República mejor que mil lucubraciones supuestamente objetivas y hasta con pretensiones científicas. Gran parte de la historiografía al respecto parece contagiada de la obstusidad y botaratería distinguidas por Azaña en los políticos de entonces. Una sociedad intelectualmente sana y democrática simplemente no puede aceptar tales versiones, que empujan a reincidir en los mismos errores.
 
 
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