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VUELVE EL CLÁSICO DE LOS FRIEDMAN

El poder de elegir en libertad

Milton Friedman (1902-2006) fue uno de esos pocos hombres que han sido capaces de lograr que al menos una parte del mundo se conduzca de acuerdo con sus ideas. Asestó un golpe mortal al keynesianismo y ofreció el armazón teórico de una nueva ortodoxia, la monetarista. Además, fue un gran publicista del liberalismo, como se ve claramente en Libertad de elegir, que acaba de regresar al mercado español gracias a la editorial Gota a Gota.

Milton Friedman (1902-2006) fue uno de esos pocos hombres que han sido capaces de lograr que al menos una parte del mundo se conduzca de acuerdo con sus ideas. Asestó un golpe mortal al keynesianismo y ofreció el armazón teórico de una nueva ortodoxia, la monetarista. Además, fue un gran publicista del liberalismo, como se ve claramente en Libertad de elegir, que acaba de regresar al mercado español gracias a la editorial Gota a Gota.
Cuando aún no había caído en manos del PSOE, TVE emitió la serie de televisión Libertad de elegir, presentada y dirigida por Milton Friedman. Esos episodios son el origen del libro del mismo título, que quiso reformular la relación entre libertad y economía.
 
El punto de partida, esto no sorprenderá a nadie, es Adam Smith. Lo más sorprendente es que comienza con las tres tareas que el escocés dejaba en manos del Estado. Podía haber comenzado por reflexionar sobre su sistema de "libertad natural" y haber avanzado desde ahí. Lo que hace, en cambio, es asumir los tres supuestos en que se justifica la coacción estatal (la defensa frente a la coacción exterior e interior y la provisión de servicios necesarios para la comunidad pero económicamente ruinosos para la iniciativa privada); y como le parecen pocos añade uno más: la protección de las personas que, como los niños o los dementes, no pueden actuar de forma plenamente responsable.
 
La defensa de la libertad de Friedman es puramente instrumentalista. El tercer argumento de Smith para defender al Estado incluye, en la formulación de aquél, la intervención para solventar los "fallos del mercado". Potencialmente, reconoce el propio Friedman, esa consideración podría llevar a la justificación de cualquier intervención, o al menos él no cuenta con argumentos que se le pudieran oponer. Pero viene en su rescate la constatación de que también hay "fallos del Estado".
 
Rose y Milton Friedman.Con este pobre armazón de partida, la labor de defender la libertad en el aspecto económico de nuestra vida se pone muy cuesta arriba. Pero Milton y Rose Friedman (pues esta obra la firmaron ambos, marido y mujer) se ponen manos a la obra con gran entusiasmo. Les asiste una gran capacidad para exponer sus propias ideas con un lenguaje sencillo y convincente. Así, leemos, por ejemplo, lo que sigue: "El beneficio que obtenemos del comercio exterior es, precisamente, lo que importamos. Las exportaciones son el precio que pagamos para obtener las importaciones". En este capítulo, el que defiende el comercio internacional, los Friedman recurren a argumentos llamados "estáticos", como la ventaja comparativa, y a los dinámicos, como la mejora de las propias empresas por la competencia exterior. Pero acto seguido colocan el libre comercio en cuarentena ante argumentos como la seguridad nacional (aunque ofrecen soluciones alternativas) o el deseo nacionalista de empobrecer al vecino, aunque sea a costa propia.
 
Efectivamente, si los objetivos políticos son otros distintos de la prosperidad y la paz, un liberal instrumentalista centrado en el análisis coste-beneficio tiene que reconocer que suprimir la libertad puede tener validez. Al menos, Friedman no se deja engañar por otros argumentos proteccionistas, como que el libre comercio no es beneficioso si se adopta unilateralmente, o el de la "industria naciente".
 
Al comienzo del libro se citan dos ventajas de los precios libres: la transmisión de información (un tema muy hayekiano) y los incentivos. Cuando habla de la planificación central no aprovecha su primera exposición para, sensu contrario, explicar las razones por las que está condenada al fracaso. Friedman hace paralelismos históricos que considera más cercanos a "experimentos controlados", como cabe esperar de un positivista en la ciencia económica como él.
 
La parte central del libro es la más valiosa. En ella se analizan los efectos del Estado de Bienestar, que nos acompaña "de la cuna a la tumba", como bien reza el título de uno de los capítulos. Aquí vemos al mejor Friedman. El que explica que el sistema de reparto de la Seguridad Social supone una transferencia de la clase baja a la media, ya que los miembros de ésta cotizan más años (no van a la Universidad) y viven menos, por lo que también obtienen menos beneficios del mismo. Llama la atención cuando, en mitad de su análisis de las pensiones públicas, se sorprende de que "individuos que no mentirían a sus hijos, sus amigos o sus colegas" hayan propagado a sabiendas "una visión falsa de la Seguridad Social".
 
El Estado de Bienestar, que surgió con la idea de que muchos se beneficiasen de las aportaciones de unos pocos, ha resultado en esto: "Todos nosotros estamos pagando programas con el dinero de uno de los bolsillos en un intento de llenar el otro". Es la falacia de que "todo el mundo [viva] a costa de todo el mundo", que decía Bastiat; a lo que hay que sumar los malos incentivos de la gestión pública, a los que Friedman presta atención.
 
Es muy claro, ilustrativo y provechoso el análisis que hace de las consecuencias de la educación pública, las oficinas que dicen erigirse en defensoras del consumidor y los sindicatos. La competencia sale siempre como el instrumento más poderoso para que se cumplan, en la medida de lo posible, nuestras aspiraciones en el mercado. Así, frente a la visión del empresario como explotador, Milton y Rose Friedman inciden en que la mejor protección que tiene el trabajador es un número potencialmente alto de empresarios que se vean obligados a pujar por sus servicios.
 
Como Henry George con la renta, Milton Friedman dedicó la mayor parte de sus esfuerzos al aspecto de la teoría económica que peor entendía. Si bien el conjunto del libro es aprovechable, los dos capítulos dedicados al dinero y el crédito, de malos que son, resultan estupefacientes. El dinero es un medio de intercambio generalmente aceptado, pero no nos dice cómo alcanza ese estatus, ni que, además de ser un medio de intercambio, es un bien.
 
Friedman se aferra a la teoría cuantitativa del dinero: "Sigue siendo tan cierto ahora como antes que un aumento más rápido de la cantidad de dinero que de la de bienes y servicios que se pueden comprar provocará inflación y aumentará los precios en términos de ese dinero". "Probablemente", dice más adelante, "no existe en economía una propuesta tan bien establecida". Es, por el contrario, una teoría burda y que no puede explicar ciertos fenómenos monetarios, pero que le permite a Friedman saltar sobre el carácter de bien que tiene el dinero y sobre las cualidades que le hacen funcionar como tal. Como lo que importa es la cantidad, da igual que hablemos de oro que de dinero-papel; y como éste se puede gobernar con criterios científicos (que el propio Friedman propone en ésta y otras obras), pues resulta preferible a aquél.
 
Su explicación de la Gran Depresión es chocante. Elogia la actuación de la Reserva Federal hasta 1928, pero luego dice que en el 29 estalla una burbuja especulativa... que no se sabe de dónde viene, especialmente si la Fed había sabido estabilizar la moneda. Y comete fallos como confundir el depósito regular con el irregular.
 
Sobre la edición de Gota a Gota, hay que destacar las notas que se han introducido para que el lector maneja ciertas claves culturales necesarias para la comprensión de determinados pasajes. Lo malo es que han mantenido la traducción de 1980, que no sabe qué hacer con expresiones como bank run o bank hollyday y que tiene varios fallos; alguno tan gracioso como el traducir "Director's Law" como "La ley del director": debieron poner "Ley de Director", pues hace referencia a Aaron Director, economista de Chicago que observó que los programas de transferencias beneficiaban mayoritariamente a la clase media, de donde procede la mayoría de los votos. Se da la circunstancia, por añadidura, de que Aaron Director es hermano de Rose Director Friedman, coautora del libro.
 
Libertad de elegir es un libro interesante, cuya lectura sigue siendo de provecho. El acierto de sacarlo de nuevo a la luz debería animar a los responsables de esta edición a lanzar una obra anterior de los mismos autores mucho más provechosa: Capitalismo y libertad, así como su secuela, La tiranía del statu quo. Los lectores lo agradecerían.
 
 
MILTON Y ROSE FRIEDMAN: LIBERTAD DE ELEGIR. Gota a Gota (Madrid), 2008, 485 páginas.
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