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EL FANTASMA DEL 68

El porqué de un mito de época

Hacía falta un libro sobre el muy sobrevalorado año 1968, pero no era éste. El libro de Mark Kurlansky: 1968, el año que conmocionó al mundo (The year that rocked the World), título paródico del de John Reed sobre la revolución soviética: Diez días que conmovieron al mundo (Ten Days that Shook the World), está escrito desde la más radical y malévola de las ingenuidades.

Hacía falta un libro sobre el muy sobrevalorado año 1968, pero no era éste. El libro de Mark Kurlansky: 1968, el año que conmocionó al mundo (The year that rocked the World), título paródico del de John Reed sobre la revolución soviética: Diez días que conmovieron al mundo (Ten Days that Shook the World), está escrito desde la más radical y malévola de las ingenuidades.
Daniel Cohn-Bendit, Dani el Rojo, en un cartel de 1968.
El autor sabe, y por eso esboza la imitación, que 1917 y 1968 no son términos comparables. Como sabe que la guerra de Vietnam no la "llevaba a cabo una nación con un poder global sin precedentes" contra "una tierra débil y frágil luchando por la independencia".
 
No puede dejar de referir el papel de la Unión Soviética en términos generales, como cuando trata de Dubcek, pero la aísla, como aísla a China, en relación con Vietnam. Según él, "cuando los franceses se retiraron en 1954, Vietnam estaba dividido entre un Vietnam del Norte gobernado por Ho Chi Minh (...) y un Vietnam del Sur dejado en manos de facciones anticomunistas". Es evidente que no leyó El americano impasible de Graham Greene y nadie la habló de Dien Bien Phu.
 
Por otra parte, Kurlansky necesita hacer un relato universal que le permita definir su objeto de estudio como una revolución global, con cambios de régimen incluidos. Eso le lleva a decir más de una estupidez, como cuando se refiere a España con la pretensión de situar en 1967-1968 el principio del fin del franquismo a causa de la rebelión estudiantil, confundiendo rebeldía con política y desconociendo desde la reunión de Munich de 1962, el célebre contubernio. Para él, no ha habido transición y el protagonismo de la oposición lo desempeñaron unos estudiantes que, a decir verdad, poco sabían de Dutschke y de Cohn-Bendit.
 
No obstante, no se pueden llenar quinientas páginas sin proporcionar alguna información, y el esforzado lector dispuesto a recorrer ese camino minado, provisto de pinzas, podrá sacar algunas cosas en limpio si pone la suficiente atención. En esa tarea encontrará la posibilidad de recordar detalles olvidados.
 
Mark Kurlansky.A este lector, Kurlansky le ha dado ocasión de elaborar una teoría personal sobre el 68, un fenómeno que siempre le ha parecido oscuro, tal vez por su inveterada falta de fe en eso que se llama "acción espontánea de las masas", obreras, estudiantiles o de cualquier otra especie o clase. Menos fe aún tiene en movimientos espontáneos de carácter planetario y simultáneo.
 
La primera pata de la teoría se refiere precisamente a la simultaneidad. Que hayan coincidido en el tiempo, como cuenta Kurlansky, las manifestaciones contra la guerra de Vietnam, el asesinato de Martin Luther King –y el discurso sobre su sueño–, la brutalidad priísta en México y los movimientos estudiantiles en Francia y Alemania, habla más de zeitgeist que de planificación. Difícilmente haya habido contactos entre los dirigentes europeos y los mexicanos, entre Abbie Hoffman y Cohn-Bendit, entre la policía mexicana y Mr. Hoover. Pero Vietnam era un punto de contacto ideológico que relacionaba a los europeos con los americanos.
 
De 1968 es el Discurso de Vietnam de Peter Weiss, que sí recuerda y glosa Kurlansky, diciendo que para "las izquierdas francesa y británica, los norteamericanos eran colonialistas; para los alemanes eran nazis". A Weiss le cabe el mérito de haber sido el primero en invertir el discurso acerca de las responsabilidades nacionales en el nazismo, acusando a los americanos de reencarnar el Reich y preparando el terreno para hacer lo propio en un plazo muy breve con los israelíes.
 
La segunda pata de la teoría tiene que ver con la preparación de la Segunda Guerra Fría, la que estamos viviendo: el 68 fue el primer paso hacia la identificación del eje francoalemán con "la causa del progreso" frente al imperialismo americano. Y no es casual que Vietnam estuviera en el centro de sus preocupaciones.
 
Christopher Trian: MUHAMMAD ALI (detalle).Libertarios como eran –así se definía Dutschke, casado con una estudiante de Teología de Chicago, informa Kurlansky, que no deduce de ello un especial conocimiento de los Estados Unidos– o decían ser, eran alérgicos al Estado. Ellos veían lo que los demás no veían: que cuando el célebre Cassius Clay, el parkinsoniano Muhammad Alí de hoy, rompía la cartilla de reclutamiento no se estaba oponiendo a la guerra, sino rompiendo sus lazos con un Estado con el que, declaraba, "no tengo nada que ver".
 
Por una parte, tenían reivindicaciones antisoviéticas –que no anticomunistas o antiestalinistas– pero, por otra, debían de intuir que el objetivo último de su acción en ese sentido era la reunificación alemana. En el otro extremo, su preocupación no era la guerra en sí, sino su resultado: "Los radicales europeos no estaban tan interesados en el fin de la guerra como en una victoria de los norvietnamitas", apunta Kurlansky sin que se le mueva un pelo.
 
La tercera parte de la teoría tiene que ver con el mundo islámico. El 17 de marzo de 1968, 25.000 manifestantes organizados por Solidaridad con Vietnam, VSC, recorrió Oxford Street, en Londres, e intentó tomar la embajada de los Estados Unidos. Entre ellos se contaba, entre otros, Mick Jagger, cuya esposa de entonces, Bianca, nicaragüense, estaba relacionada con lo que más tarde sería el Frente Sandinista. El líder de VSC era Tariq Alí, nacido en Lahore en 1943, en lo que todavía era la India británica y pronto sería Pakistán.
 
Alí es un personaje curioso: de familia comunista y escuela anglicana, estudió en la Universidad del Punjab, y allí fue presidente de la Unión de Jóvenes Estudiantes y se opuso públicamente a la dictadura de su país. Dice la página correspondiente de la BBC, de donde tomo esta información, que, "tras graduarse, su tío, por entonces jefe de la Inteligencia Militar de Pakistán, pidió a sus padres que lo enviasen al extranjero" porque "su radicalismo estaba empezando a ser peligroso y corría el riesgo de ir a la cárcel".
 
Fue enviado al Exeter College de Oxford, donde estudió Política, Filosofía y Economía: lo menos parecido a un exilio que se pueda imaginar. Quien firma estas notas conoció a Alí en Barcelona, cuando apareció la versión española de su novela A la sombra del granado, una fantasía andalusí que no demostraba nada por sí misma, de una gran inocencia aparente, pero que terminaría encajando en un panorama más amplio tras los atentados del 11-S, cuando declaró que Bush había utilizado el acontecimiento "para rehacer el Imperio". Nada de esto, por supuesto, está en el libro de Kurlansky, que se limita a situar a Alí en el célebre año 68. Lo mismo que hace con todos los líderes de entonces, como si no tuvieran biografía posterior.
 
Antiamericanismo prosoviético –o prochino, según el momento– en relación con Vietnam, eje francoalemán como mito de progreso y primeras armas del Islam en Occidente, incluida la promoción de Arafat a cargo de los jóvenes rebeldes. También antisionismo judeófobo. No es lo que se propuso contar este hombre, pero es lo que se puede deducir. El otro libro, opuesto por el vértice a éste, sigue haciendo falta.
 
 
Mark Kurlansky, 1968, el año que conmocionó al mundo, Barcelona, Destino, 2005, 560 páginas.
 
vazquez-rial@telefonica.net
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