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UNA VISIÓN CRÍTICA SOBRE LA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL

El proceso revolucionario

Desde el mismo comienzo de la República las izquierdas promovieron el acoso a las derechas y la demolición de la ley, a partir de las jornadas de quema de iglesias, bibliotecas y centros de enseñanza. A continuación la CNT declaró abierto el período revolucionario, con sus reiteradas insurrecciones. Pero ninguna de estas dos tendencias significaba un peligro inminente para la República, por cuanto las jornadas incendiarias no se repitieron con semejante amplitud y porque los anarquistas, aunque numerosos, eran incapaces de coordinar un movimiento generalizado.

Desde el mismo comienzo de la República las izquierdas promovieron el acoso a las derechas y la demolición de la ley, a partir de las jornadas de quema de iglesias, bibliotecas y centros de enseñanza. A continuación la CNT declaró abierto el período revolucionario, con sus reiteradas insurrecciones. Pero ninguna de estas dos tendencias significaba un peligro inminente para la República, por cuanto las jornadas incendiarias no se repitieron con semejante amplitud y porque los anarquistas, aunque numerosos, eran incapaces de coordinar un movimiento generalizado.
La situación se agravó desde el verano de 1933, cuando el sector mayoritario del PSOE impuso la preparación de una guerra civil para instaurar la "dictadura proletaria" e intentó, en octubre del 34, el asalto a la República, con participación de los nacionalistas catalanes, los comunistas, un sector anarquista y el apoyo político de los republicanos de izquierda.
 
Como hemos visto, las izquierdas acudieron a las elecciones de febrero de 1936 unidas mayoritariamente en el Frente Popular, con el apoyo externo de la CNT. Tras los peculiares comicios pasaron a gobernar los republicanos, quedando fuera del Gobierno sus aliados socialistas y comunistas. La cuestión era: ¿se habrían moderado lo suficiente los insurrectos del 34, o utilizarían su éxito para la revancha? La segunda opción resultó la real. Desde el primer momento las masas revolucionarias pasaron a imponer la ley desde la calle, en particular la amnistía y la ocupación de ayuntamientos, sin esperar a que sus propias autoridades izquierdistas siguiesen los trámites legales. Las nuevas autoridades se vieron arrastradas por las turbas y reconocieron los hechos consumados.
 
Los autores de la sangrienta intentona guerracivilista del 34 pasaron a convertirse en héroes, fueron repuestos en sus anteriores cargos con todos los honores y los empresarios, obligados a readmitirlos, lo que en muchos casos significaba despedir a los trabajadores pacíficos que habían contratado en sustitución de los insurrectos. Se dio el caso de alguna viuda forzada a readmitir a los triunfantes asesinos de su marido.
 
Manuel Azaña.Recomenzaron de inmediato los incendios de iglesias y los asaltos a sedes políticas derechistas, así como los asesinatos. El 17 de marzo, apenas un mes después de las elecciones, Azaña consignaba:
 
"Hoy nos han quemado Yecla: 7 iglesias, 6 casas, todos los centros políticos de la derecha y el registro de la propiedad. A media tarde, incendios en Albacete, Almansa. Ayer, motín y asesinatos en Jumilla. El sábado, Logroño, el viernes Madrid: tres iglesias. El jueves y el miércoles, Vallecas… Han apaleado a un comandante, vestido de uniforme, que no hacía nada. En Ferrol, a dos oficiales de artillería; en Logroño acorralaron y encerraron a un general y a cuatro oficiales. Creo que van más de doscientos muertos y heridos desde que se formó el Gobierno, y he perdido la cuenta de las poblaciones en que se han quemado iglesias".
 
El 25 de marzo la UGT organizó la invasión simultánea de 3.000 fincas en Badajoz, acompañada de talas y violencias, marcando con ello los rumbos que iba a seguir una "reforma agraria" que el Gobierno legalizaba ilegítimamente.
Muchos esperaban que tras los primeros "desahogos" la situación se calmase, pero ésta no hizo más que empeorar durante los meses siguientes. Salvador de Madariaga lo describe:
 
"Ni la vida ni la propiedad contaban con seguridad alguna. No era sólo el dueño de miles de hectáreas quien veía invadida su casa y desjarretado el ganado sobre los campos donde las llamas devoraban las cosechas. Era el modesto médico o abogado de Madrid con un hotelito de cuatro habitaciones y media y un jardín de tres pañuelos, cuya casa ocupaban obreros del campo ni faltos de techo ni faltos de comida, alegando su derecho a hacer la cosecha de su trigo, diez hombres para hacer la labor de uno; era el jardinero de la colonia de casas baratas que venía a conminar a la muchacha que regaba los cuatro rosales del jardín a que se abstuviese de hacer el trabajo que pertenecía a los obreros sindicados; era la intentona de prohibir a los dueños de los automóviles que condujeran ellos mismos, obligándoles a tomar un conductor sindicado; era la huelga de albañiles de Madrid, con una serie de demandas absurdas con evidente objeto de mantener abierta y supurando la herida del desorden, y el empleo de la bomba y el revólver por los obreros contrarios al laudo contra los obreros que lo habían aceptado".
 
El 1 de mayo, mientras por numerosas poblaciones desfilaban miles de milicianos izquierdistas, uniformados y en formación marcial, el mismo Prieto, asustado, peroraba en Cuenca:
 
"¡Basta ya! ¡Basta, basta! La convulsión de una revolución, con un resultado u otro, la puede soportar un país; lo que no puede soportar un país es la sangría constante del desorden público sin una finalidad revolucionaria inmediata; lo que no soporta una nación es el desgaste de su Poder público y de su propia vitalidad económica, manteniendo el desasosiego, la zozobra y la intranquilidad. Podrán decir espíritus simples que ese desasosiego, esa zozobra, esa intranquilidad, la padecen sólo las clases dominantes. Eso, a mi juicio, constituye un error".
 
Indalecio Prieto.Pese a sus razonables palabras, Prieto se hallaba en plena campaña electoral en Cuenca, donde sus guardaespaldas de la Motorizada imponían el terror en los pueblos, arrestando arbitrariamente a gentes de derechas hasta después de la jornada electoral, entre otras tropelías.
 
La inseguridad retraía a la iniciativa privada, que antes había ido superando, poco a poco, el estancamiento del primer bienio. Con ello aumentaban rápidamente el desempleo y la miseria, y a finales de mayo Largo Caballero denunciaba en un discurso la existencia de "un millón de obreros parados, lo que viene a representar cuatro millones de personas hambrientas". Sin embargo, para él y la izquierda en general, tal situación no tenía nada que ver con sus violencias, sino con la maldad congénita de los propietarios, que huían con sus capitales para sabotear a "la República". Y así, los revolucionarios explotaban el paro para soliviantar todavía más a las masas y aumentar sus exigencias, en un círculo vicioso que multiplicaba las huelgas y el caos económico.
 
En sólo cinco meses hubo unos 300 muertos, cientos o miles de incendios, asaltos a locales y domicilios de derechistas, daños gravísimos al patrimonio artístico y una constante imposición de la ley desde la calle. Tal fue, muy resumido, el proceso revolucionario de aquellos meses, organizado por las izquierdas, y de ningún modo espontáneo.
 
La derecha percibía la amenaza con cierta confusión, considerándola, en general, comunista. La historiografía de izquierda ha sacado mucho partido de ese equívoco, señalando la poca importancia del Partido Comunista por entonces e insistiendo en que éste no pretendía imponer su revolución de la noche a la mañana. Lo cual no pasa de ser una mixtificación.
 
En realidad había tres tendencias revolucionarias en marcha, en colaboración y rivalidad simultáneas. Los anarquistas, como de costumbre, practicaban la "gimnasia revolucionaria", extremando y alargando las huelgas y chocando a veces con la UGT, hasta llegar al asesinato mutuo entre sus pistoleros. En mayo la CNT, eufórica ante la efervescencia social, celebró un magno congreso, planteándose ya una próxima liberación revolucionaria de todo el país.
 
Respecto de los socialistas, se ha acusado al grupo de Largo Caballero de practicar una política alocada, al desestabilizar el Gobierno de izquierdas. Pero esa desestabilización perseguía el objetivo, muy racional, de llevar dicho Gobierno a una crisis, para poder heredarlo el PSOE como parte del Frente Popular triunfante en las elecciones. Con ello los socialistas pasarían a imponer su dictadura proletaria desde el poder, aplastando con él todos los obstáculos y sin correr el riesgo de otra intentona insurreccional como la del 34. El sector minoritario del partido, el de Prieto, prefería colaborar con el Gobierno, y las tensiones intrasocialistas llegaron al intento de linchamiento de Prieto por los partidarios de Largo en el famoso mitin de Écija.
 
Dolores Ibárruri, la Pasionaria.La política del PCE parecía la más sutil. No aspiraba al poder inmediato, sino a organizar la presión revolucionaria desde la calle para obligar al Gobierno a realizar una serie de medidas ilegales que allanasen el camino a la revolución. Se trataba principalmente de prohibir y liquidar todas las organizaciones de derecha ("fascistas"), especialmente la moderada CEDA, y de encarcelar o ejecutar a sus líderes. Lo explicaron por activa y por pasiva en aquellos días. La Pasionaria dijo:
 
"Vivimos una situación revolucionaria que no puede ser demorada con obstáculos legales, de los que ya hemos tenido demasiados desde el 14 de abril. El pueblo impone su propia legalidad y el 16 de febrero pidió la ejecución de sus asesinos. La República debe satisfacer las necesidades del pueblo. Si no lo hace, el pueblo la derribará e impondrá su propia voluntad".
 
Podemos hacernos otra idea de la política "respetuosa con la democracia" del PCE, según tantos historiadores de izquierda, citando estas palabras de Mije, el 19 de mayo:
 
"Yo supongo que el corazón de la burguesía de Badajoz no palpitará normalmente desde esta mañana, al ver cómo desfilan por sus calles con el puño en alto las milicias uniformadas; al ver cómo desfilaban esta mañana millares y millares de jóvenes obreros y campesinos, que son los hombres del futuro ejército rojo. Este acto es una demostración de fuerza es una demostración de disciplina de las masas obreras y campesinas encuadradas en los partidos marxistas, que se preparan para muy pronto terminar con esta gente que sigue en España dominando de forma cruel y explotadora".
 
Que tantos historiadores se las hayan arreglado durante tantos años para negar las evidencias y ocultar las frases de los líderes izquierdistas no deja de tener mérito, a su modo.
 
 
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