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PARA ENTENDER EL QUIJOTE

El Quijote de un humanista del siglo XXI

Ciriaco Morón Arroyo es un humanista, o sea, alguien que cree en la "relectura". Por eso, ha escrito un libro para "releer" El Quijote. Para entender El Quijote, pues, debería haberse titulado Para releer El Quijote.

Ciriaco Morón Arroyo es un humanista, o sea, alguien que cree en la "relectura". Por eso, ha escrito un libro para "releer" El Quijote. Para entender El Quijote, pues, debería haberse titulado Para releer El Quijote.
La relectura es todo. Sin ella la sagrada literatura es pura evanescencia. Y, por supuesto, la relectura es más, mucho más, que un auxilio para comprender el contenido y el sentido de El Quijote. La relectura puede ayudar a responder preguntas de índole académica del tipo: ¿en qué consiste conocer el Quijote?, ¿qué valor práctico tiene ese conocimiento?
 
Pero la creencia, la apuesta por la relectura de este libro es algo más que una tarea académica. Es un afán vital por volver a vivir. Por experimentar otra vez la profunda visión que tiene Cervantes del hombre y de las aspiraciones humanas. Para entender El Quijote es una ontología. Una descripción rigurosa, incluso una aceptación del orden inmanente del mundo, de lo real, a través del libro de Cervantes, que tiene a un loco por protagonista.
 
Selva cambiante de inagotables sorpresas, El Quijote contiene el resto. Todo. Contiene la narración y la historia. Así, cuando alguien le atribuye una frase a Joyce, cuidado, quizá esté en la inspiración Cide Hamete Benengeli, afamado historiador arábigo. Contiene la crítica y la teoría. Así, cuando uno piensa en la teoría de la novela contemporánea, cuidado, quizá ya era explícita en la censura de libros del Bachiller, el Cura y el Barbero. Contiene al crítico de lo ajeno y, sobre todo, de lo propio. Así, cuando pensamos en el poder de la crítica actual, cuidado, porque espigando en el Quijote fácilmente podemos construir un Cervantes que se objetiva y juzga.
 
Si todo está contenido ahí, releer es vital. Siempre nos parecerán nuevas las historias, las teorías, las críticas, las anécdotas, la universalidad de la humanidad contenida en una historia. La vida. Ciriaco Morón Arroyo no tiene pretensión de levantar una concepción del mundo de El Quijote, eso sería propio de filósofos idealistas, sino de hacernos volver a la vida del texto. Las lecturas simbólicas y alegóricas son insuficientes. Sólo tienen en cuenta un aspecto parcial. Incluso las propias tesis y esquemas de lecturas, en realidad de relecturas, propuestas por el humanista correrían el riesgo de parcialidad si no fuera porque se quieren "invitaciones al lector para que vuelva siempre a la riqueza del texto".
 
No obstante, Morón no quiere eludir la posible crítica que podríamos hacerle, pues, aunque él quiera ser fiel al texto clásico, su propuesta de relectura tiene que situarse en un determinado lugar. Nadie puede sobrevolar, eludir el trámite de la crítica, ante un hipotético, y casi siempre inapelable, conflicto de interpretaciones. O sea, es inevitable reconocer que también la visión de Morón es parcial. La salida del humanista es, sin embargo, tan elegante como cínica, tan discreta como docta y tan modesta como orgullosa: "Mi visión, a pesar de mi compromiso con la mayor objetividad posible, estará condicionada por mi limitada capacidad de ver. Como he dicho en otro lugar, nuestra más fuerte ideología es la ignorancia".
 
Miguel de Unamuno.Lejos de mí pensar que el cinismo es decir lo contrario de lo que se piensa, sino hacer de la ignorancia la base del conocimiento, o sea, convertir en docto al ignorante a través de la relectura, del descubrimiento permanente de nuevos tesoros que puede darnos la obra. La relectura hace posible que entre el libro y el lector acontezca algo extraordinario: una fecundación abierta sobre las perspectivas del tiempo. El mismo libro insufla renovada energía en el lector. Muchísima más energía, incluso, de la que el propio autor alguna vez se propuso.
 
El texto, el libro, vive ya por cuenta propia. He ahí el mayor descubrimiento de esta obra de Ciriaco Morón Arroyo. El Quijote no necesita ya de la interpretación de Calderón, ni de los Valera, Clarín y Menéndez Pelayo, tampoco de los Unamuno, Ortega y Morón, porque todas son simbólicas –aunque certeras en algunos aspectos, y por ellos deben ser conocidas–, mientras que El Quijote es un acontecimiento grandioso y, sobre todo, realísimo.
 
Formalmente, la obra tiene dos partes. La primera dedica siete capítulos al análisis del texto. El Quijote aparece distribuido en siete secciones. Cada una de ellas recoge los motivos fundamentales, comparados con motivos semejantes o distintos de otras secciones, los explica en su contexto histórico y social y destaca la calidad artística de los diálogos, imágenes y estilo. La segunda parte tiene tres capítulos (VIII, IX y X), pero el octavo, el de síntesis, es decisivo para comprender la interpretación de los personajes, la estructura del libro, la relación de Cervantes con su obra, la ironía y el humor y, sobre todo, cuáles son los criterios de valor decisivos del Quijote. El capítulo noveno está dedicado a la recepción de la obra. Muestra los paralelismos entre La vida es sueño de Calderón, que es la primera lectura importante de la obra de Cervantes, y el Quijote. También pasa revista con extraordinario criterio de crítico literario a la primera lectura original del Quijote en la Inglaterra burguesa del siglo XVIII; me refiero a Tom Jones (1749), de Henry Fielding.
 
El último capítulo discute las tesis de algunos estudiosos sobre el erasmismo y cierto relativismo en el texto cervantino. Pero, sobre todo, muestra que el humor del libro es la placenta de hondas verdades. El humor, o mejor, la ironía es la base de la inteligencia de la obra. El apartado sobre la limpieza de sangre es tratado con especial esmero. Quizá mucho tenga que ver en ello que Morón es el traductor al español de los libros de Benzion Netanyahu, especialista en el asunto de los judíos y conversos españoles.
 
En cualquier caso, según Morón, en el Quijote apenas se alude a los judíos, y en cuanto a los moriscos, Cervantes los rechaza o acepta según la sinceridad de su fe cristiana. La mora Zoraida, que renuncia a sus comodidades y a su padre para convertirse al cristianismo, y la morisca Ana Félix, cristiana sincera, son recibidas con amor por los cristianos viejos de las clases sociales más altas.
 
En fin, muchos otros temas trata el autor. Entre ellos cabe destacar el de la posible modernidad o, mejor, consciencia de modernidad que tenía Cervantes de su obra; y otro, que espero extenderme en mejor momento, se refiere a la interpretación que ha hecho Cesáreo Bandera, profesor brillante y gran conocedor de Cervantes, de la figura del Quijote como un trasunto de Cristo. Pero de esto hablamos la próxima semana.
 
 
Ciriaco Morón, Para entender El Quijote, Madrid, Rialp, 2005, 348 páginas.
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