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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

El talento

Creo en los dones, aunque exista gente que no ha recibido ninguno. La mayoría, a decir verdad. Como compensación, unos cuantos los reciben en abundancia; lo cual no significa que por ello obtengan el éxito, el bienestar y, mucho menos, la felicidad.


	Creo en los dones, aunque exista gente que no ha recibido ninguno. La mayoría, a decir verdad. Como compensación, unos cuantos los reciben en abundancia; lo cual no significa que por ello obtengan el éxito, el bienestar y, mucho menos, la felicidad.

La escritura es un don que se tiene, como la pintura, la música, las matemáticas, las ciencias naturales o la capacidad de hacer dinero. Y se nota cuando está ahí. Hay buenos libros redactados por personas que carecen del don de la escritura, del talento para esa labor. En general, no superan su época, el tiempo hace una limpieza implacable, brutal, despiadada. La literatura de género es favorable a los sin talento, de modo que salen cientos, miles de volúmenes con novelas románticas, de ciencia ficción, de vampiros y, sobre todo, policiales o negras con una buena trama, correctamente expuesta, que uno lee por adicción y después no conserva en su biblioteca. Puedo dar fe de ello: he releído durante años a Raymond Chandler, a Ross McDonald, a Jim Thompson, y seguiré; pero también he leído una ingente cantidad de obritas de las que no recuerdo el título ni el nombre del autor.

No me va a pasar con Tana French, que acaba de nacer a la literatura con un título que tanto puede corresponder a lo que corresponde como a una novela japonesa soporífera: El silencio del bosque. Con él ganó varios premios a la primera novela: el Edgar, el Anthony, el Macavity, el Barry y el Revelación del Año en los Premios Literarios Irlandeses, pero también el Clarion a la mejor obra de ficción. Y todos son rigurosamente merecidos.

Tana French es una irlandesa nacida en los Estados Unidos y criada en Vermont, Irlanda, Italia y Malawi. A los diecisiete años se estableció en Dublín. Estudió teatro en el Trinity College. Es actriz. Tiene treinta y siete años, edad perfecta para publicar por primera vez con ciertas garantías de madurez y lecturas. En español, sin que los editores lo previeran, agotó la primera edición en pocos días. Yo compré la segunda, y es probable que ya se encuentre en las librerías la tercera.

Tana French.Sin temor a traicionar la trama, diré que el libro trata de una superposición de tragedias. En 1984, tres niños desaparecen en un bosque de las afueras de Dublín. Uno de ellos es encontrado el mismo día, cubierto de sangre y sin recordar qué ha ocurrido. Los otros dos no regresan jamás. En el mismo lugar, muchos años después, una niña es asesinada. El detective de homicidios que se hace cargo del caso es aquel niño salvado por milagro, que sigue sin memoria alguna de lo sucedido aquel día aciago en que sus amigos de infancia se borraron del mapa sin dejar huellas.

Se trata, pues, de una doble investigación: la de los hechos actuales y la de los pasados: una exterior, real, concreta, y otra interior. Este proceso se expone en una prosa tersa y limpia –que la traducción, de Isabel Margelí Bailo, no traiciona: es excelente–, con impecables saltos de tiempo –lo cual no tiene nada de sencillo, pero lo parece cuando el escritor (y el cineasta) lo es de verdad– y avanza hacia un final tan improbable como doloroso. El silencio del bosque es también un libro sobre la memoria y el olvido, sobre las traiciones de la memoria cuando se pretende vincular los recuerdos con el presente, sobre el olvido como preservación del equilibrio: en ese sentido, es tan psicológica como policial.

Los personajes conversan, desde luego: es inconcebible una buena novela negra cuyo autor no maneje con soltura el diálogo ni proponga en él una moral o una visión del mundo. Pero Tana French no se abstiene de explicar con especial soltura su mundo, en muchos aspectos tan similar al nuestro:

Los políticos irlandeses son tribales, incestuosos, intrincados y furtivos, incomprensibles hasta para muchos de los implicados. Visto desde la barrera, no hay ninguna diferencia básica entre los dos partidos principales, que ostentan idénticas posiciones de autosatisfacción en cada extremo del espectro, aunque muchas personas siguen siendo entusiastas de uno u otro porque en tal bando lucharon los abuelos en la guerra civil o porque papá hace negocios con el candidato local y dice que es un chico estupendo. La corrupción se da por sentada y hasta se admira a regañadientes; la astucia guerrillera de los colonizados continúa arraigada en nosotros, y la evasión de impuestos y los tratos turbios se ven como formas del mismo espíritu de rebelión que escondía los caballos y quitaba las patatas a los británicos.

Y gran parte de la corrupción se basa en esa pasión primaria y estereotipada de los irlandeses: la tierra. Políticos y promotores inmobiliarios son amigos íntimos por tradición, y la práctica totalidad de las compraventas de terrenos incluyen sobres bajo mano e inexplicables redistribuciones y complicadas transacciones a cuentas en el extranjero.

Nadie puede negar que la cita precedente podría pertenecer a un español lúcido y cansado, aunque nuestros escritores de hoy no suelen ponerse tan en evidencia, ni se toman el trabajo de meditar acerca de tales cuestiones en el curso de un relato.

Históricamente, la literatura irlandesa en lengua inglesa ha ido varios pasos por delante de la británica, desde Jonathan Swift hasta Wilde y Shaw. Tana French, que en muchos aspectos recoge el testigo de Elizabeth George (nacida también en Estados Unidos) y de P. D. James para ir mucho más allá, no es, pues, la excepción.

 

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TANA FRENCH: EL SILENCIO DEL BOSQUE. RBA (Barcelona), 2010, 590 páginas. Traducción de Isabel Margelí Bailo.

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