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EL CUÑADO DE NIETZSCHE Y OTROS VIAJES, DE VÁZQUEZ-RIAL

El último escritor

Hubo una época en que ser escritor no estaba reñido con la vida; es más, se solía pensar que para poder escribir era indispensable vivir. Claro que la vida, en aquel entonces, poco o nada tenía que ver con eso que hoy llamamos "experiencia personal"; o, por mejor decir, una vida de la que fuera posible desgajar lo personal del resto sencillamente carecía del menor interés. La historia, la política, las ideas aún no se habían convertido en ese resto que con el tiempo ha ido adquiriendo el rostro liso y sin rasgos, propiamente inhumano, de lo social, lo colectivo u –horresco referens– la cultura.

Hubo una época en que ser escritor no estaba reñido con la vida; es más, se solía pensar que para poder escribir era indispensable vivir. Claro que la vida, en aquel entonces, poco o nada tenía que ver con eso que hoy llamamos "experiencia personal"; o, por mejor decir, una vida de la que fuera posible desgajar lo personal del resto sencillamente carecía del menor interés. La historia, la política, las ideas aún no se habían convertido en ese resto que con el tiempo ha ido adquiriendo el rostro liso y sin rasgos, propiamente inhumano, de lo social, lo colectivo u –horresco referens– la cultura.
Se sigue escribiendo, desde luego, y aun se publican hoy más libros que nunca, pero de este hecho estadístico sería inapropiado deducir que haya aumentado el número de escritores. No citaré nombres, porque lo obvio carece de interés. Sí me interesa, en cambio, señalar el curioso y recurrente fenómeno que consiste en atribuir a "la novela" o a "la ficción" o aun a "la poesía" un agotamiento, incluso a veces una agonía, que con propiedad sólo cabe predicar de los hombres. De quienes escriben novelas o cuentos o poemas. De los escritores.
 
Horacio Vázquez-Rial es un escritor que se muestra inmune a la fatiga o el desaliento que es fácil advertir en tantos autores. Es posible que pierda la cuenta y me deje algún título en el tintero, pero si no me equivoco ha publicado veinte novelas y libros de narrativa (sólo recordaré Historia del Triste, Frontera Sur –llevada al cine por Gerardo Herrero–, El soldado de porcelana, Las dos muertes de Gardel, Revolución y El camino del norte), nueve ensayos (incluido el extraordinario Perón, tal vez la historia, que vale por todas las biografías del último gran caudillo argentino) y algunos cuentos que merecen figurar en las mejores antologías del género (como "La navaja", "La vergüenza de haber sido, el dolor de ya no ser" o "La golem"). Es autor, además, de numerosos artículos sobre política, historia, pensamiento o literatura, que regularmente ha publicado en diversos medios, impresos y digitales, desde hace un cuarto de siglo. De esta última faceta destaco especialmente sus comentarios políticos de lo que acontece tanto en Argentina como en España, siempre penetrantemente originales, y sus análisis de esa plaga ideológica que es el antisemitismo de izquierdas, que ha sido uno de los primeros en lúcidamente exponer y denunciar en España.
 
Pero además, digamos, de su fertilidad literaria, Horacio Vázquez-Rial es el último auténtico escritor que me ha sido dado conocer, y he conocido a unos cuantos. Lo de "último", huelga decirlo, no es indicio de jerarquía, sino que apunta a la pervivencia de una realidad que, aunque los incluye, no se reduce a la práctica y el dominio de un oficio: Vázquez-Rial, como suele decirse, vive de la literatura desde hace más de tres décadas, y además lo hace con maestría no sólo cuando escribe novelas y cuentos (y cuando escribía poesía) y biografías y ensayos y artículos, sino cuando edita o traduce o corrige libros. Ya esto es indicio de una idea del oficio de escritor que también ha comenzado a desvanecerse entre nosotros.
 
Aunque es otra la distinción que me parece más significativa: ser escritor, para Vázquez-Rial, es un modo de vida, más allá de que también se haya convertido para él en su modo de ganarse la vida. Esto quiere decir, entre otras cosas, que no le interesa en absoluto discriminar entre lo que sea o no literatura, ni mucho menos elucubrar sobre la supremacía de la realidad sobre la ficción, o viceversa, porque sabe que estos debates tienen poco o nada que ver con lo único que puede y ha de hacer un escritor: ser consciente (como apunta en "La vergüenza de haber sido, el dolor de ya no ser") de que "todavía hay cosas que no puedo nombrar, cosas que no voy a nombrar jamás", y que de esa conciencia "desdichada", como solían decir los hegelianos, la literatura ofrece la posibilidad –la única, quizás, de sus funciones vitales– de "nombrar sin nombrar, para contar sin contar".
 
Vista así, la literatura deja de ser una gimnasia más o menos grácil del espíritu para convertirse en una puerta abierta al mundo. No está de más conocer, con la vista puesta en esa concepción de la literatura, al menos estos dos datos biográficos de Vázquez-Rial: que, nacido en la Argentina, ha pasado la mayor parte de su vida en el exilio y que se licenció en Historia Medieval y doctoró en Geografía Humana. Que el mundo y la historia y la memoria sean los materiales de su obra es, pues, un indicio más de coherencia entre su vida y su escritura.
 
Adolfo Bioy Casares."Los escritores, entre otros vicios, tenemos el de querer ser otros". Vázquez-Rial confiesa, en el texto de donde proviene la cita, que durante mucho tiempo, en su adolescencia y temprana juventud, quiso ser Adolfo Bioy Casares. Tengo para mí que peca de modestia, porque el enorme lector que también es (lo de "enorme" no es exageración: he conocido a pocos escritores que hayan leído como él bibliotecas enteras, y no sólo pobladas de textos literarios), intuyo que también quiso o ha querido ser –por sólo citar dos o tres de sus dioses literarios– Albert Londres, Norman Mailer o Raymond Chandler, y aun el Juan Goytisolo de Reivindicación del conde Don Julián. Huelga decir que esa pulsión no ha dejado en su obra rastro alguno de mimetismo, pero en los amores literarios de Vázquez-Rial ya resuena la nota dominante de sus libros: el ideal de escritura que, en grado mayor o menor, todos ellos representan es la fértil conjunción de la literatura (del "nombrar sin nombrar, contar sin contar") y de la historia.
 
La originalidad que aporta Vázquez-Rial a este arquetipo de escritor es una magnífica vuelta de tuerca: hacer pivotar la ficción no principalmente sobre la experiencia individual, sino sobre las experiencias colectivas. La historia, la memoria, el pasado y también el presente colectivos, este escritor logra convertirlos en el corazón del relato y el cuerpo de la ficción. Con lo cual la dichosa puerta que es siempre, o que siempre debiera ser, la literatura no da hacia afuera, hacia el mundo, para que pueda recorrerlo una subjetividad individual, sino que abre del mundo hacia dentro, para que éste pueda arrojar luz sobre la siempre tenue y fragmentaria experiencia de los hombres.
 
Recientemente se ha publicado uno de esos libros de Vázquez-Rial que más de un lector quisiera haber escrito. No tengo empacho en reconocer que soy uno de esos lectores. El cuñado de Nietzsche y otros viajes (que hace dos años recibió el III Premio de Narrativa Corta Generación del 27) produce la admiración y sana envidia que deja la lectura, por ejemplo, de la Historia universal de la infamia de Borges. Vázquez-Rial propone el retrato de cuatro formas de la abominación, pero, a diferencia de Borges, no le interesa dirigir el foco de la narración a sus protagonistas principales para elevarlos a la condición ejemplar de arquetipos, sino que logra devolverlos a la historia para que podamos ver y descifrar su inscripción en la trama del tiempo humano. "Convencidos los hombres de la imposibilidad de contar la historia real –anota Vázquez-Rial–, de reiterar hasta el infinito los acontecimientos –que no servirían al testigo para superar la mediación narrativa, puesto que la mirada es ya representación–, intentan tejer con frases un mapa de los tiempos más meticuloso que los tiempos mismos y, por lo tanto, más prolongado".
 
Balzac.Los cuatro relatos de El cuñado de Nietzsche tejen uno de esos meticulosos mapas de los tiempos que habitan los hombres. Pero a este proyecto de cartografía temporal Vázquez-Rial añade una de esas ambiciones típicas de su arte narrativo, que operan el milagro de la mencionada vuelta de tuerca. No se trata de ilustrar, con más o menos detallismo, unos tiempos y un puñado de personajes históricos que los ejemplifican, también en mayor o menor grado, sino de reconstruir lo que el autor llama "la tercera historia". Una historia que no está poblada por grandes hombres y hazañas (esa es la primera historia, la que fundaron Herodoto y Homero), ni siquiera por hombres que no fueron grandes, en el sentido de heroicos, y cuyas vidas nada tuvieron de épicas (esta es la materia, nos recuerda Vázquez-Rial, de la segunda historia, que ilustran de Thackeray a Tolstoi y Balzac, de Alejandro Dumas al Aldous Huxley de Los demonios de Loudun, y que elevó a rigor historiográfico Carlo Guinzburg), sino la historia de "los tipos anónimos que se movieron por el mundo, tal vez con alguna esperanza, y acabaron enterrados en mierda o en sangre muy lejos de su casa".
 
La historia de unas vidas literalmente sepultadas por la Historia, con el agravante añadido de tratarse de vidas desplazadas, a su vez, en su propio tiempo, vidas de exiliados y transterrados, vidas desarraigadas y, por ello, más expuestas a la desmemoria y el olvido. La vida de Leandro Alem, "el turco Alem", que no era de origen turco sino gallego y fue matarife de la Mazorca, la temible policía política de Rosas. O la de Juan Moreira (cuya muerte Borges refirió a su manera, siempre vagamente idealizadora, en "La noche de los dones"), asesino profesional que es la imagen en negativo de Martín Fierro, verdugo que devino en víctima y que ilustra el principio de la impunidad, que, nos recuerda Vázquez-Rial, tan a menudo basta para "cimentar el edificio simbólico de una nación", de cualquier nación. O la del magnífico relato que da título al conjunto, la vida de Elizabeth Nietzsche, hermana del filósofo, y su patético marido, Bernhardt Förster, que fueron a fundar junto al río Araguaya, en Paraguay, la Nueva Germania, una de tantas colonias de alemanes que salpicaron o aún salpican la geografía de Chile, Argentina, Bolivia o Venezuela, y que llevaron con ellos a América Latina el rancio antisemitismo alemán. Y quizás la más conmovedora y dolorosa de todas, la de Isaac Braun –que es asimismo la de su hija, Jassy, y la de su esposa, Malke Besser–, judío que viajó de la Argentina a la Unión Soviética para sumarse a la construcción de la Región Autónoma Hebrea de Birobidján, utopía impulsada por Lenin que, como todas las del comunismo, desembocó en pesadilla: Braun fue de los pocos, poquísimos judíos argentinos que también hicieron aquel viaje, menos del 10%, que lograron escapar y regresar a la Argentina.
 
"En la historia general no hay desarrollo dramático. Hay ficción fría". Vázquez-Rial en estos relatos demuestra que se puede escribir la historia de unos tiempos y sus moradores salvando el helador escollo de la historia y sus ficciones ejemplarizantes o ilustradoras, para devolvernos la absurda, dolorosa y a menudo infame historia de la mayoría de quienes habitamos la tercera historia. La única historia, quizás, genuinamente real.
 
 
HORACIO VÁZQUEZ-RIAL: EL CUÑADO DE NIETZSCHE Y OTROS VIAJES. Fundación José Manuel Lara (Sevilla), 2007, 165 páginas.
 
Pinche aquí para ver el CONTEMPORÁNEOS dedicado a ANA NUÑO.
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