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CIENCIA

El yo clonado

Nicholas Humphrey, científico romántico, se hacía en su ensayo El momento denso esta cascada de preguntas: ¿qué es lo que nos hace ser lo que somos?, ¿cómo puede el pedazo de materia que es el ser humano constituir la base de la experiencia que cada uno de nosotros reconoce como su propio ser?, ¿cómo pueden un cuerpo y un cerebro humanos ser, además, una mente humana?

Nicholas Humphrey, científico romántico, se hacía en su ensayo El momento denso esta cascada de preguntas: ¿qué es lo que nos hace ser lo que somos?, ¿cómo puede el pedazo de materia que es el ser humano constituir la base de la experiencia que cada uno de nosotros reconoce como su propio ser?, ¿cómo pueden un cuerpo y un cerebro humanos ser, además, una mente humana?
Más de trece años después, todas esas preguntas siguen sin respuesta, siguen estimulando una nada desdeñable producción literaria, igual que ha venido haciéndolo desde hace siglos el impúdico deseo humano de preguntarse: "¿Qué soy?".
 
Con permiso de Eduardo Punset, el mejor candidato a Humphrey español es Francisco Mora. Este médico aporta la fisiología allá donde Punset ofrece la lógica. Y así, desde el conocimiento del sustrato material del ser humano, desde la minuciosa disección del tejido neuronal, pretende ofrecer una hoja de ruta para entender mejor por qué decimos de nosotros mismos que somos seres conscientes y dudamos de que lo sean los delfines y las lechugas. ¿O no?
 
En el largo camino inconcluso del pensamiento científico hacia la explicación del yo humano, no pocas tentaciones han atacado la mente objetiva del investigador. Está, por ejemplo, la tentación de la conciencia reflexiva: "Sólo podemos considerar a un ser consciente si demuestra un cierto conocimiento introspectivo de sus estados mentales". En otras palabras, sólo es consciente aquel ser que se puede preguntar si es consciente. Vistos de ese modo, los psicólogos naturales que somos los humanos gozamos de una condición de exclusividad: somos los únicos capaces de leer nuestra mente y la de los demás.
 
Aunque en un principio el argumento parecía pecar de cierta simplicidad retórica, la ciencia de laboratorio ha venido a darle relevancia empírica. El reciente descubrimiento de las neuronas espejo ha contribuido a ello. "Se trata de un grupo de células nerviosas que existen en el cerebro humano y que responden directamente con su actividad física a una situación vista, reviviendo o copiando en el sujeto que ve aquello que está sucediéndole al otro", nos explica Mora. Cuando torcemos el gesto al observar el dolor físico sufrido por otro, cuando sonreímos ante la imagen de un padre acurrucando a su bebé, cuando somos, en fin, capaces de ponernos en la piel del otro, lo hacemos gracias a este mecanismo fisiológico fieramente humano. ¿O no?
 
Porque he aquí que las neuronas espejo no parecen exclusivas del ser humano. Ciertos grupos neuronales similares se han descubierto también en otros primates superiores. Quizás en este caso muy limitados, especializados apenas en reproducir algunas conductas motoras relacionadas con la alimentación o la huida, pero dotados de cierta capacidad de empatía. El estudio de este racimo de neuronas está abriendo nuevas puertas para la explicación fisiológica de conceptos como el de intuición y, quizás, el de solidaridad. Pero desde una perspectiva más global podría conducir a toda una revolución en la fundamentación del yo, amén de arrojar luz sobre el origen de disfunciones, como el autismo, el síndrome Asperger o las psicopatías, en las que subyace una manifiesta incapacidad de empatizar.
 
A partir de ahí se puede dar vía libre a la especulación, y Mora, consciente de que la divulgación también puede ser espectáculo, no la embrida. ¿Puede el yo ser una entidad única localizada en alguna parte del cerebro? ¿Es la conciencia un fenómeno de sustrato fisiológico, un grupo de células y tejidos manifestándose electroquímicamente? De ser así, ¿podría ser algún día replicada, cercenada, clonada?
 
Este libro es el fruto de las muchas notas tomadas por Mora durante sus conferencias, en las que a menudo suscita este tipo de preguntas entre la audiencia. Quizás porque es sabio en el manejo de las neuronas espejo de quienes le escuchamos.
 
Pero lo que Mora puede contarnos es sólo lo que la ciencia ya sabe. Y eso, honestamente, es muy poco. Se limita a la comprensión de la conciencia a un nivel muy inferior, no reflexivo. Se queda en la experiencia primaria del ser en forma de sensaciones, en la constatación de que, en este momento determinado, soy la única entidad viva del planeta que experimenta este mismo calor, este mismo frío, esta misma cantidad de luz y de sonido llegados de mi entorno. Ese es el momento denso que proclamara Humphrey, y ese es el limitado pero fascinante entorno en el que la ciencia contada por Mora puede moverse.
 
 
FRANCISCO MORA: EL YO CLONADO. Alianza (Madrid), 2008, 159 páginas.
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