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LEER POR LIBRE

Enfermos de lectura

Todo cuanto existe es dado al hombre en la red de sentido que imponen las palabras.

Todo cuanto existe es dado al hombre en la red de sentido que imponen las palabras.
LD LIBROS
Es la tragedia sobre cuyos, a veces deslumbrantes, las más desoladores, escombros se alzan las paradójicas tareas del mamífero hablante. Y, mucho, muchísimo antes –como dos mil quinientos años– de que Freud nos enseñara hasta qué punto es falso que vean los humanos mediante órgano otro que no sea su lengua, un griego le había dado fórmula irrevocable, que todos repetimos, aun aquellos en cuyas amuermadas madrigueras el nombre de Heráclito el efesio jamás ha existido: no decimos ni ocultamos, tan sólo trazamos signos.

Somos, al cabo, animales enfermos de lengua. Somos la enfermedad que la lengua pone en nosotros. Y nuestra escasa vida se agota en el combate perdido con esa patología que –demasiado bien lo sabemos– sólo se extinguirá con nuestras vidas. La seducción de la muerte, que también desde los griegos hasta Freud desasosiega toda página escrita, no tiene otro sustento: desentrañar la enfermedad de hablar es abrir el camino a lo único para lo cual la enfermedad nos habrá, al fin, servido. Pascal le dio en el siglo XVII su más perfecta metáfora de adorno ante el vacío:
Corremos despreocupadamente hacia el precipicio, una vez que hemos puesto delante de él algo que nos impida verlo.
Escribir no es, al cabo, más que regular artesanalmente esa maestría del engaño, del autoengaño. Leer es desentrañarlo. Por eso Platón inventa la filosofía –y es, de verdad, sin átomo de retórica, sobrecogedor alzar constancia de hasta qué punto la filosofía nace y muere, como lo postulaba Giorgio Colli, en el vértigo de una sola generación e incluso una sola obra, la platónica– como arte de leer. Y de no decir nada. Como escritura sobre la escritura; como desentramado de la pantalla ante el abismo, de la pantalla que hace gratamente invisible el abismo; como abismo. Fedro: "A quien considera que en los discursos escritos sobre cualquier materia hay necesariamente gran parte de juego, y que jamás discurso alguno con verso o sin verso valió mucho la pena de ser escrito", a ese llamaremos filósofo.

Leer por libre es pleonasmo. Como lo es leer por desesperado. Libre y desesperado son lo mismo: condición de quien apuesta por la inteligencia. Lo que exactamente es la misma cosa: condición de quien apuesta por la voladura del sentido. Agapito Maestre, que opta por jugar con todas las cartas descubiertas al proponer ese título, sabe demasiado bien que leer es ir quedándose sin mundo, sí. Pero es algo aún mucho más corrosivo: leer, esto es, dejar que la sintaxis revele el automático teorema al cual no hay voluntad que pueda resistirse, es dejar al descubierto cómo allá donde decimos yo no estamos diciendo nada. Yo nada significa; es nudo, sólo en apariencia aleatorio, de los hilos de palabras, de las redes de escritura, de las madejas de imágenes que hilos y redes conglomeran; nudo, una vez desenmarañado el cual, no queda nada; salvo el lugar vacío donde aquel enredarse de los signos fingió continuidad, perennidad, sentido, orden. Pero no hay orden ninguno en nuestro mundo o nuestras vidas. El orden es la orden sólo que el modo de decir impone como coto disciplinario a la locura. "Mis comentarios –escribe, con lúcida resignación, Maestre– son relatos sobre la Libertad de la Lectura". Amenazada. Como siempre. Más que nunca.

El mundo –la ficción que en el mundo somos– emerge así cuando hablamos de nuestros libros (más bien, debiéramos en rigor decir que de los libros de los cuales nosotros, y entre nosotros quienes los escribieron, somos propiedad efímera); emerge, así, cuando Agapito Maestre da razón del estupor que, ante lo real, la oscura luz de lo leído pone. Como emerge el lector; el mismo que escribe de lo leído, para saber lo poco que es posible, en rigor, llegar a saber sobre uno mismo. Puede que sea el único modo no perfectamente deshonesto que tiene un animal humano de esbozar líneas de alguna cosa a la cual pueda llamarse biografía: los libros que hemos leído; las metódicas demoliciones de nosotros; también –y es, en ese sugerirlo, un maestro el autor de este libro–, la de la hosca España en la que nos toca vivir, al borde del desastre. Por eso, cuando leer se ejerce con rigor, lo que queda en nuestras memorias no son letras; es todo cuanto hemos sido y todo cuanto se nos negó que fuéramos; lo abominable en idéntica medida a la de lo excelente. A eso llama nuestro agonizante mundo griego filosofía. Muy pronto dejará de hacerlo. Porque los griegos se extinguen con nosotros. Y Leer por libre es un hermoso fogonazo en el crepúsculo; una elegía por lo ya perdido. Leer, después de la generación de los Maestre, se desleirá en la nada. No quedará recuerdo. Ni verdad. Ni hombre libre. Ni enfermedad. Mundo, tampoco.


AGAPITO MAESTRE: LEER POR LIBRE. Anaya (Madrid), 2009, 288 páginas.

Pinche aquí para ver la entrevista que CARMEN CARBONELL y VÍCTOR GAGO hicieron a MAESTRE en LD LIBROS con motivo de la aparición de este libro.
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