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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Epopeyas de hojalata (y 2)

En mi anterior crónica he señalado las imprecisiones y errores de Albert Forment, en su libro José Martínez: la epopeya de Ruedo Ibérico, en lo que concierne a mis relaciones con esa editorial, pero no únicamente porque me considero tan buen testigo como cualquiera para precisar mi situación al respecto, sino para demostrar también que todo el libro está repleto de imprecisiones y errores. Porque, claro, no se “equivoca” sólo conmigo.

En mi anterior crónica he señalado las imprecisiones y errores de Albert Forment, en su libro José Martínez: la epopeya de Ruedo Ibérico, en lo que concierne a mis relaciones con esa editorial, pero no únicamente porque me considero tan buen testigo como cualquiera para precisar mi situación al respecto, sino para demostrar también que todo el libro está repleto de imprecisiones y errores. Porque, claro, no se “equivoca” sólo conmigo.
Imprecisiones y errores que sirven al autor para inventarse una epopeya, ya que su libro no es un estudio objetivo, sino una hagiografía de José Martínez. Como dije, mi colaboración con Ruedo Ibérico se limita a tres ocasiones; primera: a mediados de los 60 Acción Comunista, en cuya creación había participado activamente, estaba en plena crisis. No recuerdo quién había designado a los dos grupitos enfrentados como "leninistas" y "bakuninistas", y la publicación o no de la Carta abierta al Partido Obrero Unificado Polaco, de Karol Nodzelewski y Jacek Kuron, fue la gota que colmó nuestro vaso de agua turbia.
 
Habiendo triunfado la censura "leninista", dimití de "los grupos y revista AC", y me fui con el manuscrito a Ruedo Ibérico. Pero no, como escribe Forment, patrocinado por Jorge Semprún; al revés: éste se autorizó luego algún sarcasmo sobre Martínez, que publicaba en "su" colección un libro sin siquiera consultarle o informarle. Cabreado, como casi siempre, Martínez respondió que para "su" colección: 'Biblioteca Socialista', Jorge se había limitado a prestar su nombre, y sanseacabó.
 
El libro, publicado con el título, más ameno, o comercial, de ¿Burocracia o socialismo?, tenía el mérito de constituir una crítica "desde dentro" del totalitarismo, crítica aún muy lastrada de marxismo pero que, entre otras cosas, ponía en tela de juicio el dogma, aceptado también por los trotskistas, de la "propiedad colectiva de los medios de producción" en los países comunistas. Según los autores, en realidad, el Estado, a través del partido, o el partido-Estado, era el propietario único de todo, y no sólo de los medios de producción. Luego, como algunos recordarán, Nodzelewski y, sobre todo, Kuron desempeñaron un papel en Solidarnosc, o sea que continuaron evolucionado positivamente.
 
Karl Marx.En mi caso, su publicación y mi prólogo también constituyen una etapa en mi demasiada larga marcha hacia la liberación, no sólo del comunismo sino del marxismo. Si firmé dicho prólogo como Lorenzo Torres fue porque ese pseudónimo lo utilizaba en mis anteriores artículos en las publicaciones del FLP y en AC y era una manera irónica de decir adiós a ambos grupos, y a sus representantes, como Cerón, Arija o Sartorius, para el primero, y Ubierna, Riaño o de la Llosa, para AC.
 
Mi segunda colaboración con Ruedo Ibérico tiene, creo, su gracia. En 1968 ó 1969 Sylvina B., jovencita de unos veinte años, hereda una fortuna colosal. Como soplaban por aquel entonces los vientos lúdicos, libertarios y pseudorrevolucionarios surgidos en los eventos de Mayo 68, la joven millonaria se asustó, acomplejó, culpabilizó, y se puso a distribuir su fortuna a troche y moche. Me contaron que su nombre y dirección salieron en el Greenwich Village Voice, para que cualquier hippy de paso por París y con dificultades pudiera dirigirse a ella, porque era como la Dolores de Calatayud, amiga de hacer favores.
 
Resulta que mi sobrino Jaime Semprún conocía a Sylvina, y como durante y después de Mayo 68 habíamos asistido ambos a innumerables reuniones con innumerables proyectos de nuevas revistas, nuevos grupos, nuevas editoriales que habían terminado en agua de borrajas, decidimos montar juntos, Jaime y yo, una editorial, modesta y revolucionaria, of course. Comenzamos las laberínticas gestiones administrativas necesarias en Francia para montar cualquier empresa, buscamos y encontramos local, consultamos cuestiones jurídicas con la bellísima abogada Marianne Merleau-Ponty... y fuimos a dar un sablazo a Sylvina B. Ésta, tan acosada por mendigos de clase media-alta, se había refugiado en un estudio modesto y destartalado de San Germán de los Prados.
 
Conociendo a Jaime, nos recibió amablemente, pero de entrada nos aclaró que alguien (¿su psicoanalista?, ¿familiares?, ¿amigos? No lo precisó) le había convencido de no seguir distribuyendo su dinero a mansalva y a ciegas, aconsejándola seguir siendo generosa, desde luego, pero dedicándose a subvencionar sobre todo proyectos interesantes para ella, o interesantes en sí. Por lo tanto, sonriente y demostrando bastante sentido común, nos precisó que nos iba a dar 40.000 francos de anticipo, para iniciar nuestra editorial, y, siendo esa suma a todas luces insuficiente, cuando hubiéramos comenzado nuestra actividad –si la comenzábamos...– volveríamos a vernos y concretaríamos una nueva ayuda, compaginando en lo posible su interés (intelectual) y nuestras necesidades.
 
Nuestra gestión fue, pues, un éxito y comenzaba bajo auspicios favorables, habiendo demostrado Sylvina más sensatez de la que su fama de estrafalaria me hacía suponer. Lo que hoy me parece evidente, y no entiendo cómo no lo vi entonces, es que cuando pasamos a la etapa que hubiera debido ser la primera, antes de buscar local y pedir limosna, cuando nos pusimos a decidir qué libros íbamos a publicar primero, nuestro desacuerdo fue tan profundo que decidimos el "divorcio" antes del "matrimonio"; o sea, repartir el sablazo a medias, 50% para cada uno, lo cual era generoso por parte de Jaime, ya que sin él yo no hubiera obtenido –ni pedido– un céntimo.
 
Jaime, pues, se llevó 20.000 francos, y los puso en la producción de una película que dirigió y terminó pero que no enseñó a nadie – ni a mí–, por considerarla mala. Y yo me llevé los otros 20.000 francos a Ruedo Ibérico. Pero en absoluto, una vez más, ocurrió como lo cuenta Forment (pág. 374): ni fueron 40.000 francos, como hemos visto, ni cobraba yo "la mitad de las rentas obtenidas de la colección de [mi] hermano Jorge", ni "el contrato favorecía más a Carlos Semprún que a la editorial".
 
Cornelius Castoriadis.Todas esas mentiras constituyen un intento para presentarme como "el malo de la película". La realidad es que firmamos un contrato para la creación de una colección independiente: 'El Viejo Topo', y era totalmente lógico que dicha colección independiente (y no yo, que no cobré un céntimo) cobrara un porcentaje sobre la venta de sus libros, para poder seguir publicando, y Ruedo Ibérico otro.
 
Si Forment no se equivoca con los títulos de los libros publicados en 'El Viejo Topo' en su época en Ruedo Ibérico [1], se equivoca en sus comentarios, como, para dar un solo ejemplo, cuando escribe que Paul Cardan (C. Castoriadis) define los países comunistas como "de capitalismo burocrático moderno", cuando lo que escribe Cardan es "capitalismo de estado burocrático". No se puede pedir a un forofo de José Renau que distinga estos matices. De todas formas, yo no estoy de acuerdo con Castoriadis, y lo que me interesaba entonces lo expresa sin darse cuenta Forment, cuando escribe que "sus tesis socioeconómicas (...) caían como bombas entre los comunistas y a decir verdad entre casi toda la izquierda" (pág. 383).
 
Pero la ruptura de 'El Viejo Topo' con Ruedo Ibérico, al cabo de pocos años, no significó una ruptura personal con Martínez, como había ocurrido con tantos (F. Letamendia, J. T. de Salas, etcétera). Convencido por Xavier Domingo, Martínez aceptó publicar un número especial de su revista radicalmente diferente, iconoclasta, panfletario y humorístico, para romper definitivamente, así lo esperaba Xavier al menos, con la monotonía conformista de Cuadernos. Xavier escribió su artículo: 'Sobre la Iglesia, la educación y la izquierda', y yo el mío: 'Sobre la oposición y sus militantes', que comenzaba así: "La oposición antifranquista es una mierda".
 
En otro contexto seguramente hubiera empleado otros términos para decir lo mismo, pero resulta que los colaboradores habituales de Ruedo Ibérico se negaron a abandonar sus cátedras y sus togas y ese número especial fue un aborto, por falta de colaboraciones. Martínez publicó entonces nuestros artículos como 'Tribunas Libres', con lo cual el escándalo fue aún mayor, y Joaquín Leguina, con pseudónimo de Ángel Villanueva, arremetió contra mí tratándome de "tránsfuga profesional", y otras lindezas. Es curioso ver cómo el autor utiliza a Joaquín Leguina para insultarme.
 
Como la historia del exilio, sin leyendas ni epopeyas, la historia de Ruedo Ibérico queda, pues, por escribir. La historia, por ejemplo, de su "dinero sucio", a veces cubano, a veces "guineano", a través de los negocios malolientes de García Trevijano; otras, del Opus, por mediación de José Vidal-Beneyto, etcétera. Por cierto, el propio Rafael Calvo Serer publicó varios libros en Ruedo Ibérico.
 
Al morir Franco, Ruedo Ibérico murió. Eran inseparables.


[1] Capitalismo moderno y revolución (Paul Cardan), La revolución sexual (Wilhelm Reich), ¿Qué es la burocracia? (Claude Lefort) y Los bolcheviques y el control obrero (Maurice Brinton).
 
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