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TEORÍA DE LA AMBICIÓN

Hérault de Séchelles, o el talento despilfarrado

En los manuales de historia de la revolución francesa Hérault de Séchelles es apenas una nota a pie de página: casi siempre referida a la crítica jornada del 2 de junio de 1793, cuando, bajo su presidencia, la Convención hubo de hacer frente a la presión armada de Hanriot. En los manuales de historia de la literatura, la mayor parte de las veces, ni siquiera existe.

En los manuales de historia de la revolución francesa Hérault de Séchelles es apenas una nota a pie de página: casi siempre referida a la crítica jornada del 2 de junio de 1793, cuando, bajo su presidencia, la Convención hubo de hacer frente a la presión armada de Hanriot. En los manuales de historia de la literatura, la mayor parte de las veces, ni siquiera existe.
Tal es el destino de los raros. Envidiable. El tiempo, ese juez esencialmente injusto, más en literatura y arte que en ninguna otra cosa, los borra más deprisa que a nadie. Tal vez sea mejor así. ¿De qué sirve acaso la posteridad a quien ha sido en vida lo bastante inteligente como para no engañarse acerca de la nadería de eso a lo cual llaman posteridad los hombres?
 
Autor sin obra. Sin más obra que su propio personaje; más literario que la mayor parte de la literatura de su tiempo. Hérault de Séchelles es una de esas inteligencias excesivas que saben que sólo en el destruirse a sí mismas está la belleza del genio. Lo hace minuciosamente, aprovechando la ocasión única que su tiempo le brinda, como a tantos otros de su generación: a los más brillantes, al menos. De 1789 a 1794, Hérault construye en cuerpo propio la obra que soñó alguna vez ver impresa. Y, mediada apenas la treintena, la guillotina lo eleva al único infinito al alcance del hombre: morir joven. Y hermoso.
 
André Malraux ha escrito páginas fascinadas y elegíacas en torno a esa generación de genios perdidos, la del tiempo de la revolución, que es "el tiempo legendario de nuestra historia". La de ese tiempo que exalta a los adolescentes de Francia como el Nibelung exalta a los de Alemania, como Plutarco exaltaba a los de antaño; es una metamorfosis del mundo, uno de los tiempos en que todo se vuelve posible, en el cual nacen hijos de posadero que llegarán a reyes, hijos de pequeños gentilhombres que llegarán a emperadores.
 
Robespierre.Nadie tiene ya antepasados, si es que todavía tiene padres. No se envejece. Cuando Saint-Just ve a Hoche por última vez, ambos tienen 26 años. Danton muere a los 35, Robespierre a los 36. Una juventud de mármol mutilado vela sobre esos pocos años, victoriosos del viejo río heraclíteo. Nada de familia; "un destino alzado por mano de hombre" (Malraux, Le triangle noir). Caer bajo la guillotina de 1794, como Séchelles, a los 35 años, es casi ser un anciano. Uno de los últimos veteranos de la revolución, en todo caso.
 
Como escritor, Séchelles lo es de una sola obra, que es más un programa: los elípticos aforismos que, bajo el título de Théorie de l’ambition, dará a la imprenta en el año 1788, justo antes de que el vendaval revolucionario se desencadene. Y que su familia retirará precipitadamente de la circulación para evitar, parece, previsibles consecuencias poco agradables. El trabajo de retirada se hizo, en todo caso, lo suficientemente bien como para que de esa edición no se nos haya conservado un solo ejemplar conocido. La segunda, la de 1802, es la que ha servido de base a esta muy buena traducción de Jorge Jimeno que acaba de editar la colección de ensayo de Siruela.
 
El aforístico es un género peligroso. Más aún, en manos de un escritor joven. Hérault de Séchelles era un joven muy inteligente y muy ambicioso, al escribirlo. Se nota. Tal vez con exceso. Mas, ¿quién podría pedir a un escritor de 28 años que fuera comedido?
 
Ni por estilo ni por temática es un innovador. Séchelles se inserta en una tradición de la literatura francesa que ha hecho su recorrido demoledor desde los inicios del siglo XVII. A esa tradición se la conocerá como "libertinismo", antes de asentar los fundamentos, ya en el XVIII, de la Ilustración primero, del gran impulso revolucionario de final de siglo al fin. Él la conduce hasta su desenlace: la apertura de un tiempo histórico, el de después de la revolución, que hará cenizas de todos sus proyectos.
 
Hérault de Séchelles.Teoría de la ambición es, en primer lugar, un retrato anímico: el del hombre que se ve infinitamente por encima de la mediocre condición de los hombres de su tiempo; de la mediocre condición de los hombres de todo tiempo. Y que busca un lugar propio e incompartible. Y que escribe "con bonhomía" estas escuetas páginas, sin más fin que el de "reírse a solas, o todo lo más con un amigo que no sea ambicioso" (págs. 47-48). No busca lectores, Hérault. Más bien los rechaza. Como una vulgar excrecencia enferma del libro. A veces, casi los insulta.
 
"Cree en ti mismo, conócete, respétate. La práctica habitual de estas tres máximas es el secreto del hombre sano, ilustrado, bueno y dichoso" (pág. 49). Epicúreo y misántropo, Séchelles pertenece al mismo corte de espíritu de un Casanova: siempre en escena; siempre esencialmente solo. Sabe que "todo individuo es el centro del universo" para sí mismo; y que lo universal de esa centralidad hace de ella una vacía nadería.
 
Materialista lucreciano, gozosamente cínico en su plácida consideración de la virtud sosegante de los usos sexuales: "Cuando la salud se halla en su máximum, hay plenitud en las vísceras, y espasmo en los sólidos; la cabeza se embota, las tres facultades operan con dificultad: relajaos entonces con la ayuda de una mujer o de cualquier otro método análogo: todo se ablandará y será más flexible; el cerebro se despejará, el pensamiento se volverá libre y la palabra fácil, al igual que el gesto, el paso y todas las operaciones externas… Las imágenes voluptuosas despejan la cabeza, pues atraen la vida al centro del cuerpo" (págs. 59-60).
 
Aristocráticamente enamorado de la inteligencia y universalmente despectivo hacia el común de los humanos, también. Y entusiasta casi religioso de la biblioteca, que nos permite "ver con anticipación y en poco tiempo lo que de otro modo veríamos después y con mayor lentitud, disfrutar en un día de la experiencia de las naciones y los siglos; adquirir una prenoción de lo que estamos llamados a conocer; recapitular sobre lo que ya conocemos; aprender a reflexionar un poco más rápido de lo que el mero paso del tiempo nos enseñaría; adquirir desde jóvenes prudencia y sabiduría; en fin, aumentar nuestra influencia sobre los demás hombres gracias a una dicción plena, bien ordenada, pura, correcta, florida, amable, flexible, fina, viril, noble, elevada, majestuosa, tales son las principales ventajas que se extraen de una larga familiaridad con los mejores escritores" (pág. 73). Eso y, por encima de todo, "no hablar nunca de uno mismo" (pág. 108).
 
¿Hay otro nombre de la felicidad?
 
 
Hérault de Séchelles, Teoría de la ambición, Madrid, Siruela, 2005, 140 páginas.
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