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TERCER VOLUMEN DE ESTE VASTO PROYECTO

La Biblia en la literatura española

En 1959 Luis Buñuel rodó uno de los títulos más interesantes de su período mexicano, Nazarín. Una obra en la que el trasfondo bíblico, pese a ser inundatorio, en buena medida resulta incomprensible para no pocos españoles por su ignorancia del libro más determinante de su cultura. Si esto es así para la película del cineasta aragonés, con cuánta más razón hay que decirlo de la homónima novela de Benito Pérez Galdós.

En 1959 Luis Buñuel rodó uno de los títulos más interesantes de su período mexicano, Nazarín. Una obra en la que el trasfondo bíblico, pese a ser inundatorio, en buena medida resulta incomprensible para no pocos españoles por su ignorancia del libro más determinante de su cultura. Si esto es así para la película del cineasta aragonés, con cuánta más razón hay que decirlo de la homónima novela de Benito Pérez Galdós.
Buñuel.
Pero esto no es exclusivo de nuestros días; de este desconocimiento hispano del libro que más honda huella ha dejado en Europa daba ya cuenta, en 1843, el libro de viajes de G. Borrow The Bible in Spain. La novedad de nuestros días acaso sea, además de la creciente desafección hacia la Biblia, la ignorancia oceánica que de ella hay entre las personas cultas y las miríadas de licenciados de la factoría universitaria española.

Como culminación de un ambicioso proyecto dirigido por Gregorio del Olmo Lete, ha aparecido recientemente, bajo la coordinación de Adolfo Sotelo Vázquez, La Biblia en la literatura española III. Edad Moderna. Como señala Noemí Montetes-Mairal, autora de una de las colaboraciones:
La literatura española, como tantas otras del ámbito occidental, ha sabido leer con atención y plasmar en sus páginas el eco de sus versículos a lo largo de los siglos hasta la actualidad. Ninguna época ha ignorado el poder de sus imágenes y símbolos, el vigor de un Verbo que se sabe eterno. Creyentes y agnósticos, devotos y ateos han bebido de sus libros, se han dejado mecer por el áspero acento de sus sentencias, la cadencia de sus alegorías.
En esta investigación sobre la presencia bíblica en nuestra creación literaria, a este tomo le precedieron otros dos. El primero de ellos, dividido en dos volúmenes, fue coordinado por María Isabel Toro Pascual y se centró en la Edad Media. El segundo, bajo la batuta de Rosa Navarro Durán, pone su atención en el Siglo de Oro. El que ahora nos ocupa comienza con la Ilustración, continúa con la literatura decimonónica, desde el romanticismo al realismo, y concluye examinando la creación literaria desde el modernismo hasta el recientemente fallecido Miguel Delibes. Como se ve, para tres siglos, un tomo resulta forzosamente insuficiente, apenas una insinuación.

En su conjunto, estamos ante una de esas obras de alta cultura que hacen que el lector no pierda del todo la esperanza en el futuro de la creación intelectual en lengua española. Y, sin embargo, como parte de su mérito, sus páginas no hacen sino dibujarnos una inmensa tarea de investigación aún por hacer. Basta ojear el índice para percatarse de que son muchos los autores que no han recibido un tratamiento en exclusiva, de que obras importantes apenas han sido acariciadas; ¿por qué no dilatar el significado del adjetivo española e incluir la creación de todo el orbe hispano? La lectura, llena de interés, va dejando con la miel en los labios; artículo tras artículo se da uno cuenta de que, pese a la calidad de los distintos trabajos, estamos realizando una navegación de cabotaje que despierta el deseo de singladuras por mar abierto. Se trata de un paso importante en la investigación que invita a seguir profundizando en una mina que, por la riqueza que de ella aflora, promete en su seno vetas inagotables.

Tratándose de una obra colectiva, cada uno de los autores usa la metodología que considera oportuna, deja su propia personalidad; hasta algunas veces se insinúa la relación con la Biblia, unas veces de frialdad o distancia, otras de mayor cercanía. E, inevitablemente en un conjunto de calidad, el contraste entre unos artículos y otros es palpable por muchos motivos. Señalemos solamente uno, de no pequeña importancia: el único biblista que colabora es José Manuel Sánchez Caro, y no será porque algunos de estos estudiosos no se hayan dedicado a investigar las relaciones entre la Biblia y la literatura, o no estén capacitados para hacerlo, por tener también estudios de Filología Hispánica; pensemos, por ejemplo, en "Mis fuentes están en ti": estudios bíblicos de literatura española, de L. Alonso Schökel y E. Zurro. En el prólogo de este trabajo decía el primero:
La Biblia ha sido matriz de nuestra cultura literaria (...). Estudiar esta presencia es asignatura pendiente. A ella pueden colaborar expertos en literatura castellana con conocimientos bíblicos y expertos en Biblia con conocimientos de literatura castellana.
No sé cuál haya sido el motivo de esa ausencia, pero en cualquier caso se da. Y en ambos sentidos. Pues no solamente colabora únicamente un biblista, sino que, en más de un caso, se echa en falta un conocimiento de la Biblia, aunque no de especialista, que estuviera más en consonancia con un trabajo de este tipo. Esto haría que las intertextualidades estudiadas aparecieran con una profundidad mayor, incluso que pudieran salir a la luz otras aún por hallar. Con todo, como ya he señalado, estamos ante una obra meritoria. Es de desear que este tipo de estudios continúen.
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