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NARRATIVA

'La buena gente del campo'

Joy (que significa alegría en inglés) es la protagonista de La buena gente del campo. Doctorada en filosofía, representa al intelectual soberbio y frío, hasta el punto de que se ha cambiado legalmente el nombre para llamarse Hulga, el más feo que se le ocurría. Considera el cambio su mayor logro creativo. Joy/Hulga perdió la pierna de niña en un accidente de caza y se declara atea. Es un personaje fascinante.


	Joy (que significa alegría en inglés) es la protagonista de La buena gente del campo. Doctorada en filosofía, representa al intelectual soberbio y frío, hasta el punto de que se ha cambiado legalmente el nombre para llamarse Hulga, el más feo que se le ocurría. Considera el cambio su mayor logro creativo. Joy/Hulga perdió la pierna de niña en un accidente de caza y se declara atea. Es un personaje fascinante.

Al igual que Flannery O'Connor, una mujer que por culpa de una enfermedad tuvo que recluirse en una casa del campo, Hulga suma a su pierna cercenada una condición cardiaca que la mantiene en casa con su madre, una mujer simplona que idealiza a "la buena gente del campo", como dice ella. Hulga desprecia a su madre y a todas las demás personas que están a su alrededor. A pesar de sus treinta y dos años, actúa como una adolescente rebelde y de humor sombrío. Su consideración del cambio de nombre como "acto creativo" dice mucho del arte moderno y su tratamiento de lo feo y lo trivial. El cambio de Joy a Hulga es precisamente eso: feo y trivial.

El ateísmo soberbio que profesa, desdeñoso del cristianismo y de los cristianos, convierte a Hulga en un personaje orgulloso e independiente, incapaz de expresar emociones y seguro de poder manipular al resto de personajes de esta historia, especialmente a un vendedor de biblias aparentemente ingenuo e hipnotizado por la propia Hulga.

Esa noche, Hulga se había imaginado que lo seducía. Imaginó que los dos caminaban hasta el granero que había más allá de los dos campos, y allí las cosas llegaban hasta tal punto que lo seducía con facilidad, y luego, por supuesto, tenía que vérselas con el remordimiento de él. Un genio de verdad podía llegar a hacer entender una idea hasta a un cerebro inferior. Imaginó que ella transformaba su remordimiento en una comprensión más profunda de la vida. Ella le arrancaba toda la vergüenza y la transformaba en algo útil.

Tratando de evitar spoilers, diré que la única emoción que expresará Hulga se dará hacia el final del relato, cuando vea peligrar su prótesis de madera. Ésta tiene para nuestra protagonista una cualidad totémica que representa la idea de que todos, incluso los más descreídos, vivimos mediante axiomas, y que la supuesta revolución del pensamiento simplemente ha consistido en cambiarlos, nunca en abolirlos.

La confianza de Hulga en su entorno desentierra un tema muy chestertoniano, y es que se trata de una confianza que se basa, precisamente, en el hecho de que es un entorno cristiano. Es decir, Hulga en el fondo cree en la bondad de quienes la rodean porque son cristianos; si fueran ateos como ella, entonces mostraría mucha más precaución. Hulga es un personaje paradigmáticamente moderno que desde la confianza en la razón acaba atrapado en el laberinto de la modernidad. No por ello resulta menos complejo, y a pesar de todo el lector sentirá empatía hacia ella, como la siente hacia el pirómano Darl Bundren de Mientras agonizo. No es el único paralelismo entre este relato y la obra de Faulkner, con la que comparte mucho más que el ambiente sureño. Aunque menos experimental (los relatos de Faulkner también lo eran menos que sus novelas), Flannery O’Connor muestra un talento impresionante para captar personajes y momentos significativos de lo que a primera vista es poca cosa; nada tiene que envidiar en este punto al gigante de Mississippi.

La buena gente del campo es un relato largo que originalmente formó parte de la colección de cuentos A good man is hard to find, la única que publicó O'Connor en vida, a pesar de su reputación. Como en muchos de sus textos, aquí O'Connor, católica practicante, muestra su preocupación por la moralidad y sus raíces. No con ánimo sermoneador, desde luego, y con una prosa sencilla que lo oculta todo bajo la superficie. Si Hulga de pronto se volviera cristiana, no sería desde luego por el ejemplo de quienes la rodean, cristianos de apariencia, tan miserables como ella pero al menos más humanos. Hacia el final de la historia, su madre dice:

Pero si parece ese buen joven aburrido que trató de venderme una biblia ayer (...) Era un simplón, pero creo que el mundo sería mucho mejor si todos nosotros fuéramos así de simples.

La buena gente del campo, editado por Nórdica Libros, recuerda por su calidad y ambición a los títulos de la colección Alianza Cien, entre los que se contaban relatos de Faulkner, Cela y Cortázar o ensayitos como El verano, de Albert Camus. Su precio es algo superior (alrededor de unos 8 euros), pero la edición también es mejor. Los de Alianza Cien y éste de Nórdica son textos indispensables para cualquier amante de la buena literatura.

 

FLANNERY O'CONNOR: LA BUENA GENTE DEL CAMPO. Nórdica (Madrid), 2011, 72 páginas. TRaducción de Marcelo Covián.

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