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EL PRESIDENTE, EL PAPA Y LA PRIMERA MINISTRA

La espada, la cruz y el dólar

Hay una corriente historiográfica –muy atenta al comportamiento en los años 70 de Willy Brandt, Olof Palme, los laboristas ingleses y Jimmy Carter– que atribuye la caída del comunismo en Europa a la política de apaciguamiento de la izquierda, los buenos oficios de Helmut Kohl y el espíritu democrático y pacifista del soviético Gorbachov. Otra corriente prefiere, en cambio, hablar de la "alianza de la cruz y el dólar", si se nos permite parafrasear a Samuel Huntington.

Hay una corriente historiográfica –muy atenta al comportamiento en los años 70 de Willy Brandt, Olof Palme, los laboristas ingleses y Jimmy Carter– que atribuye la caída del comunismo en Europa a la política de apaciguamiento de la izquierda, los buenos oficios de Helmut Kohl y el espíritu democrático y pacifista del soviético Gorbachov. Otra corriente prefiere, en cambio, hablar de la "alianza de la cruz y el dólar", si se nos permite parafrasear a Samuel Huntington.
De acuerdo con esta segunda interpretación, la derrota del comunismo se explica, precisamente, por el abandono del pacifismo y la adopción de una política de rearme físico y moral en defensa de la democracia de raíz liberal. Fue esta táctica combativa, basada en un análisis certero de las debilidades económicas del socialismo real y en el apoyo a los movimientos de resistencia política, cultural y religiosa a la URSS, lo que ocasionó una verdadera revolución en el seno del bloque soviético, pese a los deseos de sus dirigentes, empezando por Gorbachov.
 
El presidente, el Papa y la primera ministra es la crónica del triunfo que la firmeza (de Reagan, Juan Pablo II y Margaret Thatcher, los protagonistas de esta obra) brindó a la democracia occidental. Reagan hablaba de "paz por la fuerza". El procedimiento elegido por el autor, el periodista medioatlántico (británico afincado en EEUU) John O'Sullivan, figura clave en la renovación del discurso de la derecha norteamericana en las últimas dos décadas, combina la observación directa, la lectura de los relatos de otros periodistas y políticos y la consulta de diversos archivos, algunos de ellos prácticamente inéditos para el público español, como el de la Fundación Margaret Thatcher o el del disidente soviético Vladimir Bukovsky.
 
Como es habitual en él, O'Sullivan compagina la reminiscencia, subgénero literario que cultiva en sus artículos para la National Review, con el análisis político erudito que trasciende el mero comadreo barnizado de falsa intelectualidad tan caro a muchos opinadores profesionales "de la actualidad", parleros de tercera más dados al brete y al bochinche que a la información. Nada de eso hay en las páginas de El presidente..., por lo demás una valiosa aportación a un asunto fascinante para numerosos aficionados a la historia: el papel de la personalidad y el liderazgo en los acontecimientos políticos. En este punto, conviene recordar lo que escribió Arthur Salter en su magistral Personality in Politics (1947):
El poder y la determinación son el cuerpo y el alma de la política; sin el primero, la segunda no es más útil a los asuntos mundanos que el espíritu inane de un santo cuya entidad es demasiado delicada para pervivir y cuya influencia pasa inadvertida a sus descendientes. La prueba del ácido de un ideal es que posea un poder de atracción para los que, en último caso, estén dispuestos a usar la fuerza para servirlo (...) con el mismo ardor que quienes defienden su contrario.
O'Sullivan explica cómo fue posible que, frente a la macgovernización del Partido Demócrata y el aggiornamiento de buena parte del establishment republicano, Reagan articulara una alternativa asentada en el espíritu y el ethos de la Constitución norteamericana –iniciativa y autonomía personales, afán de superación, igualdad de derechos–. A esto, el ex actor y gobernador de California añadió un argumento en pro de una acción exterior activa y rebelde contra el totalitarismo bolchevique basado en la propia supervivencia de la nación americana, para lo que contó con el apoyo de los líderes sindicales del país.
 
Los éxitos electorales de Reagan, propiciados en buena medida por su gancho entre trabajadores y antiguos votantes demócratas, desmienten la idea de que la política es una construcción de fracturas, fallas y desfiladeros infranqueables para los electores. La amplitud y el mantenimiento de la denominada "coalición de Reagan" es buena prueba de ello.
 
Ronald Reagan.Consciente de la bancarrota del modelo económico socialista, de su impopularidad en muchos países comunistas y de la eficacia de las actividades desestabilizadoras que los agentes soviéticos realizaban en todo el mundo, el presidente Reagan llevó a cabo una política de contención y réplica de todas las iniciativas de la URSS –Centroamérica, Afganistán...– que provocó el agotamiento y la claudicación del bloque comunista, hundido bajo el peso de sus propias contradicciones.
 
Por lo que hace a Margaret Thatcher, tuvo que librar una ardua batalla interna –que sólo parcialmente ganó– contra los miembros de la grandeza tory y no pocos de sus ministros, más inclinados al consenso socialdemócrata y al intervencionismo económico que a dar un giro hacia posiciones más liberales. En su empeño contó con dos aliados imprevistos: el líder laborista Tony Benn, cuyo radicalismo provocó la ruptura de su propio partido, y la dictadura argentina, cuya miopía sirvió para proporcionar al pueblo británico y a su primera ministra la autoestima y la confianza perdidas en las décadas anteriores.
 
La alianza de Londres con Washington y la defensa de Thatcher de la política de Reagan, tanto en la Comunidad Europea como en la OTAN, sirvieron para que otros mandatarios europeos abandonaran la Ostpolitik, es decir, el temor a la URSS, y  aceptaran medidas como el despliegue de nuevos misiles nucleares en Europa Occidental y la reivindicación de los derechos humanos frente a los abusos cometidos por las dictaduras comunistas y el imperialismo soviético.
 
Por su parte, Juan Pablo II actuó como un sostén fundamental de la política anticomunista del eje angloamericano. Al desterrar el derrotista "diálogo con el marxismo", denunciar la Teología de la Liberación, adoptar una actitud más favorable al capitalismo, fomentar o cobijar iniciativas de respuesta cultural al bolchevismo, y sobre todo tras convertirse en el portavoz oficioso del movimiento polaco de resistencia y liberación nacional catalizado por el sindicato Solidaridad, el Papa privó de argumentos a quienes en nombre de la paz, el amor y la concordia se oponían a los planes de Reagan y Thatcher.
 
Juan Pablo II.A este respecto, la atención especial que presta O'Sullivan a Polonia está plenamente justificada, puesto que el triunfo, primero moral y luego político, de la organización liderada por Lech Wallesa puso en evidencia la inoperancia y la impotencia soviéticas y asestó al comunismo un golpe letal que, andando el tiempo, acabaría derribando el Muro de Berlín y poniendo fin a la tiranía del PCUS en la propia Unión Soviética.
 
Pese a la brillantez, el rigor y la belleza del texto, necesario en estos tiempos de reescrituras interesadas e ideologizadas de nuestra historia más reciente, cabe achacar a O'Sullivan cierta tendencia a la redundancia a la hora de recapitular la información al final de cada capítulo. La reiteración se antoja innecesaria y algo cansina, y resta brillantez a una narración fresca y trepidante que no desmerece el estilo de las buenas novelas de suspense.
 
Mención aparte merece la torpeza de la editorial Gota a Gota, que una vez más asusta al lector potencial con una cubierta de diseño feísta y repelente, obra de RaRo –y tanto–. Por si esto fuera poco, la traducción de Delia Mateovich está plagada de descuidos, falsos amigos (deception no equivale a decepción, sino a engaño o a impostura), párrafos alambicados perfectamente incomprensibles y errores derivados de un total desconocimiento de la terminología política: el empleo que se hace del término liberal, que en inglés se emplea para designar políticas o sujetos progres o izquierdistas, provoca algunos de los equívocos más trágicamente desternillantes que recuerdo en mucho tiempo.
 
No es la primera vez que la editorial de FAES produce desaguisados de este tipo, de modo que ya es hora de reclamar a su directora, Pilar Marcos, la adopción de las medidas oportunas. Como presumo diría el mismo O’Sullivan, it’s no laughing matter.
 
 
JOHN O'SULLIVAN: EL PRESIDENTE, EL PAPA Y LA PRIMERA MINISTRA. UN TRÍO QUE CAMBIÓ EL MUNDO. Gota a Gota (Madrid), 2007, 540 páginas.
 
ANTONIO GOLMAR, politólogo y miembro del Instituto Juan de Mariana.
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