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SUECIA DESPUÉS DEL MODELO SUECO

La imposibilidad del Estado del Bienestar

Durante muchos años Suecia ha sido el modelo de Estado de Bienestar que todos los países querían imitar. Los socialistas adoraban ese país donde se conciliaba crecimiento económico con igualitarismo social; pero desde que fue azotado por la crisis económica no han vuelto a mencionar el milagro sueco. ¿Por qué?

Durante muchos años Suecia ha sido el modelo de Estado de Bienestar que todos los países querían imitar. Los socialistas adoraban ese país donde se conciliaba crecimiento económico con igualitarismo social; pero desde que fue azotado por la crisis económica no han vuelto a mencionar el milagro sueco. ¿Por qué?
Como explica Mauricio Rojas, diputado del Partido Liberal Sueco, en su brillante libro Suecia después del modelo sueco: del Estado tutor al Estado posibilista, los socialdemócratas no quieren ni oír hablar de este experimento, porque los suecos, al darse cuenta de que su sistema no funciona, lo han reformarlo drásticamente.
 
El origen del sistema sueco es ciertamente curioso: se presentó como la forma de crear una comunidad tradicional en medio de la industrialización. Ya en 1830 se comenzó tímidamente a mejorar las infraestructuras y la educación al tiempo que se mantenía el derecho de propiedad, la libertad de contratación y el libre mercado. En 1912 se introduce el sistema de pensiones, mientras que en 1917 se establecen subsidios para los más desfavorecidos. Las reformas sociales se sucedían y, curiosamente, Suecia no dejaba de crecer.
 
Cuando Per Albin, líder del Partido Socialdemócrata, se convierte en presidente del país, el aparato estatal empieza a incrementarse bajo una premisa básica: hacer de Suecia un "gran hogar" donde no existan diferencias sociales. Se utilizó la política económica para subir los impuestos, regular la economía y, de este modo, controlar la demanda, pero no perjudicar en exceso el lado de la oferta, esto es, el capital.
 
En 1960 se empiezan a apreciar grietas en el sistema. El empleo cae en picado. Los impuestos ahogan a los ciudadanos. El gasto público se dispara para aliviar la situación. Pero de nada sirve, porque el Estado del Bienestar sueco acabó buscándose su ruina al prometer el paraíso socialista en la tierra.
 
No es de extrañar que, como apunta Rojas, "el sistema de formación de los salarios y transferencias tendió a cambiar el principio distributivo social de 'igual pago por igual trabajo' a 'igual pago o ingreso independientemente del trabajo'". Para muestra, un botón: en 2003 el sector privado empleaba a 300.000 personas menos que en 1965. El sector público, en cambio, había incrementado el número de funcionarios en más de 900.000. En lo que a impuestos se refiere, la presión fiscal era 20 puntos superior a la media de los países de la OCDE. Entre tanto, el desempleo se disparó de un 2,6% en 1989 a un 12,6% en 1994.
 
Carl Bildt.El motivo de esta crisis no es otro que la arrogancia socialista de creer que nadie va a aprovecharse del sistema. Sin embargo, esta tesis utópica fracasa porque no se puede penalizar el esfuerzo y pedir al mismo tiempo que la gente trabaje más, cuando puede vivir a costa de "Papá Estado" sin derrochar una gota de sudor.
 
Ante esta situación, los suecos se percataron de que cuanto más necesitaban el Estado de Bienestar, menos podían contar con él. Por eso, en 1991, eligieron al conservador Carl Bildt como presidente del Gobierno, para que desmantelara esta red socialista, metiera en cintura el gasto estatal y permitiera más "libertad de elegir". Los primeros pasos demostraron que las ideas liberales funcionan: se introdujo el bono escolar, que permitió que los ciudadanos, con dinero estatal, pudieran elegir el centro educativo al que llevar a sus hijos. Como la gente aceptó de buen grado estas medidas se siguió por esa vía liberal, hasta el punto de privatizar el sistema de pensiones y permitir que cada individuo sea dueño del 2,5% de su salario bruto y lo destine a los fondos de inversión que prefiera para garantizar su jubilación.
 
Los resultados no se hicieron esperar y Suecia salió del atolladero. Tal y como señala Rojas, "estos cambios importantes han hecho que Suecia sea una sociedad de bienestar más humana y libre en la que competidores privados y públicos proveen servicios a los ciudadanos y los consumidores disfrutan a una amplia posibilidad de elección". "El Estado sigue asumiendo importantes funciones en esta sociedad del bienestar –prosigue nuestro autor– pero no en exclusiva y de forma paternalista (…) sino como un Estado posibilista, que garantiza no sólo que los ciudadanos tengan acceso a servicios sociales sino también la calidad de los mismos".
 
Pero no todo el monte es orégano, de ahí que Rojas advierta: "Queda mucho por hacer y muchos problemas importantes por resolver". Por ejemplo, cómo acabar con el parasitismo y evitar que los inmigrantes no se apunten al carro del absentismo laboral para percibir subsidios estatales.
 
Aunque nos cueste aceptarlo, el modelo sueco es un ejemplo de lo que nos puede suceder. Por eso, los españoles deberíamos preguntarnos si vamos por el buen camino, si nuestro sistema funciona a pesar de que perdamos poder adquisitivo, nuestros ingresos se evaporen por los impuestos y cotizaciones a la seguridad social o las pensiones corran grave peligro –porque cada día son más los beneficiarios y menos los aportantes–. Mientras que la demagogia sea el pan de cada día, es difícil que seamos capaces de pedir más libertad de elegir, desde el colegio de nuestros hijos a la forma de garantizarnos nuestra jubilación, pasando por el médico y la clínica que queremos.
 
Está en nuestras manos cruzarnos de brazos, perder bienestar y que decidan otros por nosotros o aceptar que somos individuos libres que quieren dirigir sus vidas. Como decía una canción del grupo de rock Rush, "si eliges no decidir, ya has hecho una elección".
 
 
Mauricio Rojas, Sweeden after the Swedish model: From Tutorial State to Enabling State, Fundación Timbro, 2005, 92 páginas. La segunda parte del libro está disponible en español en la web de la Fundación Cadal.
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