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RELIGIÓN

La ley y Dios

La JMJ del pasado mes de agosto en Madrid fue un acontecimiento de una riqueza que, sin duda, llevará tiempo asimilar; y no solamente desde el punto de vista religioso. En los planos, social, económico y moral, en la comprensión de lo que está siendo el mundo, de la política y de cómo se ejerza la ciudadanía, etc., ofreció una perceptibilidad de distintas facetas de la realidad que difícilmente se puede encontrar en otros fenómenos.


	La JMJ del pasado mes de agosto en Madrid fue un acontecimiento de una riqueza que, sin duda, llevará tiempo asimilar; y no solamente desde el punto de vista religioso. En los planos, social, económico y moral, en la comprensión de lo que está siendo el mundo, de la política y de cómo se ejerza la ciudadanía, etc., ofreció una perceptibilidad de distintas facetas de la realidad que difícilmente se puede encontrar en otros fenómenos.

Claro está que esa riqueza no tiene por qué ser acogida, puede igualmente ser rechazada. Lo cual, en negativo, sería también un efecto, aunque parasitario, de esa intensa semana. Porque los que gustan de vivir en anti necesitan alimentarse de aquello que rechazan; sin su poder se agostarían. ¿Qué hubiera sido del clan 15-M esos días sin la publicidad que le daba el acontecimiento central?

Mas esto no quiere decir que la sociedad quede forzosamente dividida entre católicos y anti-católicos o, si se prefiere, entre religiosos y anti-religiosos. Sin creer en Jesucristo, ni siquiera en Dios, cualquier ciudadano puede enriquecerse con la presencia en el espacio público de lo religioso, o más concretamente de los católicos. ¿Será necesario para una convivencia social sana que lo religioso quede, por imperativo legal, bajo arresto domiciliario en el retrete del alma?

Como una interesante aportación para pensar –más allá de los tópicos al uso en los medios políticos, periodísticos y culturetas dominantes– la relación de lo divino con la moral, la economía y la política, podemos leer el libro de Rémi Brague La ley de Dios. Historia filosófica de una alianza. En él se analiza la comprensión de este concepto en el judaísmo, el cristianismo y el islamismo, y se esclarece cómo, en cada una de estas religiones, se ha entendido que el obrar del hombre, en todas sus facetas, no solamente en la política, recibe su norma de lo divino. Y cómo con la Modernidad esto ha variado, pero también cómo las concepciones medievales han hecho esto posible.

Saber distinguir estas tres visiones supone no confundir unas con otras y no juzgar o intentar entender a alguna desde presupuestos ajenos. No es infrecuente, pese a que vivamos en Occidente, escuchar opiniones en las que se da por sentado que el cristianismo opera desde unos supuestos que más bien cabría considerar como islámicos. No es inusual presuponer que la idea que el cristianismo tiene sobre la Ley divina es como la del islam.

Pero además de la clarificación, a través del pensamiento filosófico y religioso, de cuál sea la idea que de Ley de Dios haya en el judaísmo, el cristianismo y el islamismo, el libro es clarificador del presente, de los equívocos supuestos que sostienen el debate sobre la relación de lo divino con la praxis humana en la moral, la economía y la política. Merece la pena subrayar esto.

La reflexión europea sobre las relaciones entre lo político y lo religioso está dominada por uno de los grandes relatos (...) con los que la Modernidad se explica a sí misma: una salida de lo político fuera del ámbito teológico. Supuestamente, se han separado a partir de una unidad original. Para expresar esta unidad, la Modernidad reinterpreta el pasado y lo coloca en categorías ad hoc; y el movimiento por el que se desprende del pasado, tal como lo interpreta, recibe diversos nombres: secularización de un mundo supuestamente encantado; laicización de una sociedad supuestamente clerical; separación de la Iglesia y del Estado, a los que supone inicialmente confundidos (pp. 16-17).

¿Pero es esto así? ¿Responde a lo que ha sucedido históricamente o es solamente un mito sobre el que se construyen determinadas concepciones políticas y sociales, sobre el que se ha querido fundamentar la Modernidad? Para R. Brague, esto es insostenible. Para que fuera cierto tendría que haber habido una unión inicial y que tanto Iglesia como Estado –el uso que se hace de este término en el libro es frecuentemente anacrónico– hubieran existido desde siempre. A través del recorrido que se hace en estas páginas, el autor ofrece argumentos para ver que estas dos hipótesis son más que dudosas y que ambas instituciones han ido teniendo a lo largo de la historia un desarrollo paralelo, sin haber llegado nunca a formar una estricta unidad. Lo político y lo religioso, para él, han sido dos instancias independientes, aunque no yuxtapuestas, que se han entrelazado o desligado, con mayor o menor intensidad según las épocas, sin nunca confundirse ni separarse del todo.

El libro es de una incuestionable calidad, si bien lo apretado de la exposición no contribuye a la claridad y da lugar, a veces, a imprecisiones, en algún caso llamativas: "El cristianismo no propone ningún camino, que se supone conocido desde hace mucho tiempo, incluso quizá desde siempre. Es el de la moral común. El cristianismo sólo propone los medios para recorrer ese camino" (pp. 344-345). Lo que contrasta con una de las más conocidas frases de los evangelios: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Lo cual no es óbice para recomendar su lectura. Discutir sobre un buen libro, siempre merece la pena.

 

REMI BRAGUE: LA LEY DE DIOS. HISTORIA FILOSÓFICA DE UNA ALIANZA. Encuentro (Madrid), 2011, 472 páginas.

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