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PEPÍN BELLO

La memoria de un liberal

No conozco en la literatura española del siglo XX una crónica de la amistad más verdadera y bella que la contenida en este libro. Es la prueba mayor de que la reflexión analítica sobre la amistad es limitada, poca cosa, al lado de la inteligencia narrativa, de la descripción que hace José Pepín Bello de sus amigos de la Generación del 27.

No conozco en la literatura española del siglo XX una crónica de la amistad más verdadera y bella que la contenida en este libro. Es la prueba mayor de que la reflexión analítica sobre la amistad es limitada, poca cosa, al lado de la inteligencia narrativa, de la descripción que hace José Pepín Bello de sus amigos de la Generación del 27.
Pepín Bello.
A propósito de la reconstrucción narrativa de esas amistades, este libro muestra algunas claves de la historia cultural y, en cierto modo, política de España desde 1915 hasta hoy. En este sentido, quienes aspiren a "construir" una genuina "memoria histórica", en el supuesto de que esa tarea sea plausible, tienen aquí una obra para saciar su ansiedad.
 
Es un libro magistral. Genial. El autor es José Bello, más conocido por Pepín, el gran amigo de todos los grandes del 27. El hombre que mejor ha retratado el espíritu de una época que tuvo su principal alojamiento en la Residencia de Estudiantes entre 1915 y 1936. Se trata de una larga entrevista, según cuentan en el prólogo los que pasan por ser los "autores" formales, que ellos habían grabado en cintas. Los entrevistadores se han limitado a transcribir lo dicho por Bello, que tiene la mente lúcida y la mirada más que limpia, radiante. He aquí uno de esos libros que, una vez comenzados, ya no puede dejarse hasta el final. Especialmente impagable es lo narrado sobre la gran Generación del 27, que es casi una creación de Bello.
 
Habla, habla y habla con una precisión narrativa que parece la mejor prosa de un Galdós o de un Baroja. No tiene miedo a extenderse. Narra, narra y narra sin ningún límite postmoderno. Tiene cosas que decir. Y las dice sin ningún límite. No hay autocensura moral ni narrativa. No se esconde ningún as en la manga. No hay juego de trilero literario, menos aún tributos a lo "políticamente correcto". Las cartas quedan sobre la mesa desde el principio.
 
El afán de verdad de este hombre lo ilumina todo. Las preguntas que le lanzan al comienzo de la charla los entrevistadores, especialmente las que están cargadas de mala fe e intenciones perversas sobre la necesidad de construir una "memoria histórica" a la medida de la izquierda totalitaria, son contestadas con contundencia narrativa e intelectual. Por ejemplo, vale la pena recordar la respuesta que da Bello sobre la muerte de García Lorca, que no se entendería si previamente no hemos leído su narración sobre la vida y muerte del poeta José María Hinojosa:
Era un chico simpatiquísimo, que tenía mi misma edad. Perteneciente a una familia malagueña de ricos hacendados. Vivía en un hotel en el barrio de Salamanca, que se hizo decorar igual que un cuarto de la Residencia. Se encargó hasta los mismos muebles, la cama y las sillas que teníamos nosotros. Era muy buen chico. No era mal poeta. ¡Cómo lo mataron, qué canallada! Yo lo quería mucho. Era un tipo excelente. Lo mataron los descontrolados rojos, a él y a su padre. ¡Fue una cosa terrible!
A esa valoración de Bello, a ese recuerdo piadoso sobre el amigo asesinado, los entrevistadores responden con el siguiente comentario, o cruel comparación de mente "zapateril" y atrabiliaria: eso fue "la antítesis de García Lorca, al que mataron los nacionales". La respuesta de Bello es sintética como la poesía: "Hay que precisar. No vamos a hacer el favor de otorgar un crimen a una calificación política. A Federico y a José María Hinojosa los mataron unos criminales. Asesinos sin más".
 
Al final del libro, por si no hubiera quedado claro lo de la imposibilidad de manipular la memoria y, sobre todo, el pensamiento acerca del aquí y ahora de un hombre de mirada limpia, Bello arremete contra la peor forma de incultura impuesta por la izquierda totalitaria en la España de Zapatero: el anticlericalismo. Valga el siguiente ejemplo para acercarnos sin anteojeras a unas páginas sencillamente transparentes para conocer nuestro pasado reciente.
 
Después de mantener que la felicidad es inalcanzable, Bello reconoce que las religiones son para salvar esa infelicidad y desgarramiento que llevamos dentro. Al hilo de tal pensamiento, surgen un par de preguntas y respuestas que es menester leer, para que nos demos cuenta de que estamos ante alguien que no está movido tanto por el espíritu de originalidad como por el de verdad. Leamos:
¿No cree en Dios? "Por supuesto". ¿Es usted un poco nihilista? "Pues sí. En parte sí. Aunque siempre he admirado a los místicos y creo que la religión es necesaria. Siempre me he sentido mejor al lado de una persona religiosa que de una que no lo sea. Suelen tener generalmente más sensibilidad".
Ese espíritu de verdad, o mejor, esa voluntad de verdad, es inseparable de su concepción de la amistad, en realidad, de todo lo que nos cuenta –narración de la buena, oral– de sus amigos de la Residencia y alrededores. La verdad está por encima de todo. El antiguo adagio latino Fiat iustitia, et pereat mundus ("Que se haga justicia, y desaparezca el mundo") aparece aquí con toda nitidez. La función, me atrevería a decir, política de este curioso narrador –cercano al memorialista y al historiador, al novelista y al poeta– es enseñarnos la aceptación de las cosas tal como son, o mejor, como eran. De esa aceptación, que también puede llamarse veracidad, nace la facultad de juzgar, naturalmente sin comprometerse con otra cosa que no sea la búsqueda de la verdad y la imparcialidad.
 
El autor que, al modo de Homero, antes que comprometerse con Héctor o Aquiles, con fulanito o menganito, con la ideología de uno o de otro, cuenta las luchas entre los troyanos y los aqueos sin compromisos y con imparcialidad, o sea, lo sucedido tal y como fue, está tocado por la gracia de la sinceridad, que no es otra cosa que la manifestación personal de algo superior: la verdad. La subjetividad manifiesta o implícita, hiperbólica o escondida, en la narración no es nada sin la verdad objetiva, verdad de hecho, que esta obra recoge como si se tratara de una gran crónica del siglo XX.
 
Es un libro sincero, sí, pero no porque responda a una "apreciación", a una estimativa más o menos personal, sino porque expresa una verdad. No hay subjetividad alguna que no esté al servicio de lo realmente existente, es decir, de la reconstrucción de una historia de amistades precisa y concluyente. Una historia común. Una verdad compartida.
 
La sinceridad, sí, es sólo y exclusivamente la "virtud de la verdad" en una determinada persona, en el modo de ser una persona ante el mundo. Lo determinante es la verdad, no la sinceridad. El comportamiento sincero de uno consigo mismo no puede jamás confundirse con la conducta sincera de uno ante la verdad de lo real. La conducta sincera de Bello está íntimamente entretejida con la búsqueda desinteresada de la verdad. Ese cruce tiene una larga historia en la historia de la literatura y de la filosofía; pero cuando ha ido vinculado a la amistad, al trato más alto a que un ser humano puede aspirar con otro, entonces asistimos a un espectáculo único y singular: a la afirmación o la negación más radical. No hay término medio. No hay gradación. No hay más o menos. La amistad procede como la distinción entre el sabio y el imbécil. Sí, el vínculo de amistad exige una distinción absoluta. La amistad se tiene o no se tiene.
 
Se diría, como ha expresado poéticamente Campos, que una amistad "vale tanto como la verdad que resiste". Quienes tienen amistad, quienes disfrutan de la amistad, podrán soportar todo tipo de verdades que manifieste el amigo, incluidas todas aquellas que hablen de sus defectos. Quien no soporte la verdad, quien hable de más o menos amistad, renuncia a la amistad y a la verdad. Ahí reside la fragilidad de la amistad. Sin embargo, estoy convencido de que lo dicho, lo narrado, por Bello sobre sus amigos muertos es tan verdadero como su amistad. En otras palabras: si sus amigos resucitasen, aceptarían todo lo dicho, por duro que fuera, sobre ellos.
 
He aquí algunos ejemplos, que van más allá de la simple anécdota o el retrato divertido de personajes relevantes de la Edad de Plata de la cultura española. Son pruebas de verdad de esa historia común, de la amistad de Bello con personajes a veces excelentes y siempre interesantes de la cultura española:
– Durante la Guerra Civil temió por su vida; y, por supuesto, hubo momentos en que desconfió de sus amigos: "La primera vez fue durante la guerra en Madrid, cuando fui al palacio de Heredia Espínola, junto a Bergamín y Alberti, a un mitin de intelectuales antifascistas. Cuando todos vieron que no me exaltaba, y que no vestía como ellos, empezaron a mirarme mal. En ese momento tuve verdadero pánico, hasta de mis propios amigos, que eran casi todos republicanos, pero que habían enloquecido. Pasé miedo de verdad".
 
– Sobre la mentira vertida por su íntimo amigo Buñuel, en su libro de memorias (Mi último suspiro), acerca de que estuvo escondido en una embajada durante la guerra, Bello dice: "Eso es absolutamente falso. Luis era un irracional y un mentiroso. No me importa lo que dice porque sé cómo decía las cosas. Todos sabíamos que era un gran mentiroso. Las memorias eran totalmente fabuladas, Buñuel era un creador incluso de su propia vida. En las memorias hay mentiras más grandes que una catedral. Buñuel mentía como un bellaco. Era una cosa que le divertía sobremanera".
 
– En un momento dado, Castillo y Sardá dicen: "Es curioso que fueran conocidos Bergamín y José Antonio, cuando luego estuvieron tan distantes políticamente". La respuesta de Bello no deja dudas sobre el poeta. Vale por una tesis doctoral sobre los dislates de Bergamín, que murió defendiendo a ETA: "José Bergamín no estaba tan distante. Lo mismo iba a misa que era comunista. Era muy ecléctico. Tanto, que cuando murió en San Sebastián, el féretro envuelto en una ikurriña lo llevaban unos de Herri Batasuna".
 
– También habla de los "menos amigos"; y, por supuesto, opina sobre seres que jamás serían sus amigos, entre ellos el "canalla", según los entrevistadores, de Negrín: "¡Más que canalla! Negrín fue profesor mío durante el bachillerato y convivió un tiempo en la Residencia de Estudiantes (…) Yo a Negrín no le tenía ninguna ley. Me parecía un hombre abominable. Era una persona totalmente rechazable, de deshonesto, de amoral, de borracho, de mujeriego, y de codicioso. A mí no me gustaba nada".
 
– No deja tampoco de dar su opinión sobre Franco: "Yo en ningún momento he sido franquista ni republicano, siempre me he considerado un liberal. Pero Franco no era el hombre casi siniestro que quieren representar los enemigos. Era un hombre muy soso, muy honesto, muy católico y bien intencionado. Desde luego que hubo represión y censura, y que el panorama cultural se empobreció".
 
– Su opinión sobre el actual período político no puede ser más dura; o sea, si le dan a elegir entre la monarquía de Alfonso XIII, la dictadura de Primo, la Segunda República, Franco y la democracia actual, la respuesta de Bello es tajante: "No me quedaría con lo que estamos viviendo actualmente. Porque no me gusta nada. Yo nunca he sido marxista, ni mucho menos, ni socialista. Nunca me ha gustado eso. Yo siempre he sido un liberal".
 
DAVID CASTILLO Y MARC SARDÁ: CONVERSACIONES CON JOSÉ "PEPÍN" BELLO. Anagrama (Barcelona), 2007, 228 páginas.
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