Menú
LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

La pérdida de la voluntad de razón

Allá por 1953 Georg Lukács, un curioso ejemplar de marxista que fingió una ortodoxia de la que distaba muchísimo, nos convenció a unos cuantos de los méritos del realismo y consiguió hacer de Thomas Mann un escritor pesado, publicó El asalto a la razón, un excelente análisis del irracionalismo en la filosofía moderna y de su relación con el auge de la violencia como motor político en el nazismo y, más en general, en los fascismos.

Allá por 1953 Georg Lukács, un curioso ejemplar de marxista que fingió una ortodoxia de la que distaba muchísimo, nos convenció a unos cuantos de los méritos del realismo y consiguió hacer de Thomas Mann un escritor pesado, publicó El asalto a la razón, un excelente análisis del irracionalismo en la filosofía moderna y de su relación con el auge de la violencia como motor político en el nazismo y, más en general, en los fascismos.
Georg Lukács, en 1913.
Desde luego, como figura señera del revolucionarismo leninista que era, Lukács obvió toda referencia al comunismo, que cabría definir legítimamente como la defensa irracional de una doctrina de apariencia severamente racional. Ahora, Juan José Sebreli, el más importante pensador argentino contemporáneo (¡cuál no sería su fama si hubiese nacido en París!), en El olvido de la razón actualiza, completa y supera el proyecto de Lukács, muy ligado a las obviedades políticas de posguerra, al tomar como asunto central de su obra el triunfo del irracionalismo en nuestro tiempo, ya no por mediación de la violencia, sino por el simple, espantoso olvido al que la dinámica ideológica de un pensamiento intencionadamente vacuo, intencionadamente descontextualizado, ha condenado a la razón.
 
Sebreli (Buenos Aires, 1930) ocupó un lugar fundamental en la sociología y la historia argentinas ya en los años 60, con su clásico Buenos Aires, vida cotidiana y alienación (1964), un texto imprescindible para comprender la ciudad, a la vez que un modelo ejemplar de la llamada "sociología de la vida cotidiana". Ya había hecho el repaso necesario del pensamiento nacional en Martínez Estrada, una rebelión inútil (1960), y pronto se lanzaría a la crítica de los clichés de las izquierdas al uso en Tercer Mundo, mito burgués (1974) y El riesgo de pensar (1984, recogido en 1997 en Escritos sobre escritos, ciudades bajo ciudades). A la vez, trabajaba en la traducción de Kojève y de Lukács, tarea que no es ajena al conjunto de sus lecturas, que desembocan en El asedio a la modernidad (1991), ejemplar obra de madurez que, con El vacilar de las cosas (1994) y Las aventuras de la vanguardia (2000), abre el camino de la que hoy comentamos.
 
Muchos de los temas que alimentaban sus obras anteriores reaparecen aquí, en una forma nueva, más rica y elaborada. Por ejemplo, si el eje de El asedio a la modernidad era el Romanticismo como molde del relativismo cultural, en el nuevo libro la lectura de la oposición Romanticismo-Ilustración va mucho más allá, hasta la crítica de los fundamentos del psicoanálisis, religión del siglo XX en la misma medida que el marxismo. Sebreli, naturalmente, no hace una reivindicación global de la Ilustración, de cuyo árbol son ramas podridas el marxismo vulgar y el positivismo, nacidos de la deriva de la izquierda hegeliana hacia los totalitarismos; pero en toda la obra está presente el espíritu de Kant. (En cierta ocasión, un culto y digno dirigente del PSOE me dijo: "Yo sé que la verdadera izquierda viene de Kant y no de Hegel, como suponen los tontos").
 
Schopenhauer.Como suele suceder con todos los textos realmente importantes, a medida que avanzaba en la lectura de El olvido de la razón, lápiz en mano y subrayando sin piedad ni descanso, me iba preguntando una y otra vez: ¿cómo es que no me había dado cuenta de esto? Porque parece evidente, en cuanto se lo piensa, que Freud estaba más cerca de Schopenhauer, padre del antisemitismo, que de Heine, por poner un ejemplo; tal vez el aire de los tiempos y el clima cultural general pesen más en la formación intelectual de un individuo que la propia tradición familiar.
 
Considerando que el inconsciente es un producto del imaginario del Romanticismo más reaccionario, como propone Sebreli (exponiendo la genealogía del concepto y sus peripecias antes de llegar a Freud), uno comprende de pronto el ardor patriótico que rebosan las cartas del psiquiatra vienés durante la Gran Guerra, el orgullo con que dice a sus amigos que su hijo está en el frente sirviendo a Austria, y también lo mucho que le costó asumir que el nazismo era un realidad, que alguien, un austriaco como él, quería verdaderamente quemar sus libros y, en cuanto se le diera ocasión, quemarlo a él.
 
Es absurdo decir que Freud era judío, tan absurdo como decir que no lo era: era un hombre de su época, de la universidad de su época, de su ciudad, de su sociedad; es decir, era, como usted y como yo, querido lector, un mestizo ideológico, muchas veces, casi siempre, en contra de sus propios intereses, y no digamos ya de los de la ciencia. Freud, como usted y como yo, cayó en el olvido de la razón.
 
Pero la historia de Freud y la noción de inconsciente no es más que el principio. Ahí está Nietzsche, de quien su hermana, los nazis y, más tarde, la izquierda han hecho lo que han querido, siempre al servicio del irracionalismo, al que el hombre no era en absoluto ajeno. ¿Y Heidegger? ¿Vamos a seguir convencidos de que su afiliación al nacional-socialismo fue un pecado de juventud, "nada más que para conservar la cátedra", como vilmente se lo justifica? Pues no: era un nazi redomado, entusiasta y proselitista. Sebreli cuenta los detalles, las piruetas intelectuales, las miserias prácticas del hombre al que Hanna Arendt, en pleno síndrome de Estocolmo, amó hasta el punto de aproximársele ideológicamente. Y después vienen Sartre, Levi-Strauss, Bataille, Barthes, Derrida, Lacan y otros más, tan fácil y acríticamente aceptados. El siglo XX fue el siglo del irracionalismo, que primero fue violento y luego devino impúdicamente perezoso, pero eso se gestó desde la falsa razón del XIX.
 
Recuperar la razón olvidada requiere dos cosas: abandonar las medias tintas, las negociaciones con la historia de la que venimos para hacerla más tolerable, por una parte; y leer o releer cuanto haga falta, hasta la extenuación, con la mayor honestidad, con voluntad de verdad. Quizás ese espacio de no pensamiento al que, a falta de un nombre mejor, llamamos posmodernidad sea únicamente eso: la pérdida de la voluntad de verdad y, como consecuencia, el olvido de la razón.
 
 
JUAN JOSÉ SEBRELI: EL OLVIDO DE LA RAZÓN. Debate (Madrid), 2007, 448 páginas.
 
Pinche aquí para acceder a la página web de HORACIO VÁZQUEZ-RIAL.
 
0
comentarios