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'EJÉRCITO ENEMIGO'

La solidaridad ha fracasado

En una entrevista concedida al diario ABC, Alberto Olmos declaraba que el progre es "una persona que disfruta de todas las ventajas de estar en la clase alta, pero que no quiere asumir ninguna culpa y entonces manifiesta supuestas emociones solidarias con todos los que sufren".


	En una entrevista concedida al diario ABC, Alberto Olmos declaraba que el progre es "una persona que disfruta de todas las ventajas de estar en la clase alta, pero que no quiere asumir ninguna culpa y entonces manifiesta supuestas emociones solidarias con todos los que sufren".

"El problema de los progres –proseguía Olmos– es que creen que los pobres quieren la igualdad, pero lo pobres no quieren la igualdad, quieren ser ricos. Todos sabemos que vivir bien es mejor que vivir mal, y que el dinero te hace feliz. La gente no quiere igualdad, la gente quiere ser rica".

La opinión la podría suscribir Santiago, protagonista de Ejército enemigo, sexta novela de un autor que ya busca la consagración tras quedar segundo en el Premio Herralde que ganó Roberto Bolaño, hacerse con un Ojo Crítico de RNE y ser considerado por Granta uno de los mejores narradores jóvenes del mundo hispano.

Para dar el salto de una editorial independiente (Lengua de Trapo) a una grande (Mondadori), Olmos ha decidido atizar a la izquierda caviar sin piedad.

Cuando José Jiménez Lozano escribía que la solidaridad con las víctimas de una desgracia tiene la función de dejarnos impolutos no se refería sólo a una actitud individual, sino a una verdadera medicina (¿opiáceo?) colectiva. Santiago/Olmos ahonda en el mundo de la solidaridad; en la solidaridad como ocio, como negocio, como bálsamo, como expositor de hipocresía. No siguiendo, desde luego, la estela escéptica y cristiana de Jiménez Lozano, sino mediante un nihilismo irreverente que exige lectores con estómago.

Santiago es un publicista cuyo padre se dedicaba al reparto de comida y bebida para los bares. Tiene dos aficiones: es adicto a la pornografía y mantiene una discusión permanente acerca de la solidaridad con Daniel, un viejo amigo progre. Pero un día Daniel muere asesinado y Santiago se ve impelido a hablar con quienes rodeaban a su amigo para desentrañar un misterio que se agranda mientras él descubre las verdaderas opiniones y ocupaciones del difunto.

El tono de la novela es duro, realista y chabacano. Olmos es un verdadero indignado cuyo protagonista ha podido mejorar su vida gracias al capitalismo y desprecia a quienes provienen de familias acomodadas pero critican el sistema que encumbró a sus padres (quienes les pagan los viajes a Davos); esos de quien Pablo Molina hizo el arquetipo en su célebre Borja Lenin. Contra ellos descarga toda su ira, escribiendo mediante sentencias que a menudo se nos quedan grabadas:

¿Quién se toma en serio una protesta que se hace el domingo por la tarde? ¿Quién hace algo en serio los domingos? Dime dónde estás los lunes y te diré por qué el sistema funciona.

El misterio procede de una observación que hizo Santiago al asesinado: "La solidaridad ha fracasado". A partir de ahí nuestro protagonista descubrirá cómo cambiaron las ideas de su amigo a lo largo de los últimos meses de su vida. En la investigación, Santiago se ve inmerso en el privilegiado mundillo del perroflauta del barrio de Salamanca. Él, en cambio, ha vivido atado siempre a su barrio de toda la vida, desde el que nos regala observaciones cínicas acerca del fracaso del multiculturalismo, el otro gran objetivo de su ira. Informa a la hermana de su amigo de que sólo tira papeles al suelo en su propio barrio, "porque el fracaso es una adicción" y la integración y la convivencia, una mentira que esconde la inhabilidad de algunas personas para salir adelante.

Ayudar, apadrinar, concienciar, manifestarse, defender, donar, reciclar, solidarizarse... suenan bien. Seguramente el persianero, el padre de tu amigo (...) no hace nada de eso, ni apadrina negritos ni lleva una pegatina en el coche de "Ahorro Agua" o lo que sea. Y cuando vosotros, con perdón, hacéis proselitismo, siempre dáis la impresión de situaros en un plano moral superior, de estar a la vanguardia de algo que, sin duda, es mejor que lo que tenemos, y de tener que aguantar el lastre de muchas personas que no hacen nada para mejorar el mundo. Sin embargo, ese tío arregla persianas, y el otro mete cajas de cerveza o barriles en un bar, y el otro conduce el autobús. Eso no sólo es hacer algo, sino que es hacer lo mínimo necesario para que el mundo, joder, funcione un poco.

Escapa de su barrio adentrándose en el mundo de internet y convirtiéndose en una suerte de hikikomori (que es, además, el nombre del blog de Olmos), todo ello sin abandonar su investigación. La decadencia de Santiago, aunque pronunciada, es menos perceptible de lo que cabría esperar porque no hace sino integrarse en el mundo que percibe: más que descender, el personaje acaba por completar el dibujo del mundo que ya estaba trazado en su mente.

Gracias a unos personajes muy creíbles y un notable ojo para el detalle, Olmos sale airoso de una narración deliberadamente cargada y rabiosa, que intercala con reflexiones sobre el mundo de la publicidad e internet generalmente clarividentes. Ejército enemigo es una novela sorprendente y despiadada, más cercana a Camilo José Cela o a Francisco Umbral que a cualquier autor coetáneo de Olmos. Es decir, que Olmos está aquí para escribir, y no para hacer amigos, medrar o ganar premios. Más allá de sus aciertos u errores, eso es lo que atraerá a los lectores a su obra.

 

ALBERTO OLMOS: EJÉRCITO ENEMIGO. Mondadori (Barcelona), 2011, 288 páginas.

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