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EL CAMINO A LA DEMOCRACIA EN ESPAÑA

Las dos transiciones

El uso político de la historia es legítimo y corriente, aunque no siempre inevitable. Las transiciones políticas recurren a él con frecuencia. Es lógico, porque las transiciones de un régimen político a otro suelen necesitar justificaciones retrospectivas y nuevas formas de interpretar los datos del pasado, por no decir auténticos derroches de imaginación para difuminar, variar o enriquecer según qué datos.

El uso político de la historia es legítimo y corriente, aunque no siempre inevitable. Las transiciones políticas recurren a él con frecuencia. Es lógico, porque las transiciones de un régimen político a otro suelen necesitar justificaciones retrospectivas y nuevas formas de interpretar los datos del pasado, por no decir auténticos derroches de imaginación para difuminar, variar o enriquecer según qué datos.
Detalle de la portada de EL CAMINO A LA DEMOCRACIA EN ESPAÑA.
La transición ocurrida en España tras la muerte de Franco fue bastante parca en esta clase de invenciones. Se podría pensar que fue porque procedió a un ejercicio de amnesia, colectiva e individual. Cualquiera que tenga un poco de memoria y recuerde el caudal de estudios, memorias y documentos que salieron a la luz en los años 70 sabe que no es así.
 
Manuel Álvarez Tardío lo explica bien en su último libro: El camino a la democracia en España. 1931 y 1978, que compara las dos transiciones españolas del siglo XX, la de la Monarquía a la República y la de la dictadura a la Monarquía parlamentaria. Lo que ocurre con la de los 70 es que el pasado se dejó a los historiadores, a sus protagonistas y en general a quienes estuvieran interesados en ella, mientras los políticos trabajaron para conseguir una democracia liberal.
 
Como dijo uno de ellos, citado por Álvarez Tardío, "la Constitución [de 1978] fue obra de una generación harta de que nos hablaran de la guerra civil". Hastío que no debe achacarse a frivolidad sino, como dice el autor, a la consideración de que la Guerra Civil fue un error colectivo que no se debería repetir, así como al recuerdo de que en la historia constitucional española entre 1912 y 1931 había predominado demasiadas veces la voluntad de hacer de cada nueva Constitución un trágala partidista.
 
En los años 70, el uso político de la historia quedó, por tanto, aparcado. En las discusiones parlamentarias no se habló demasiado de historia de España, no hubo intentos de revanchas, ni búsqueda de culpables, ni depuraciones ni catarsis. Álvarez Tardío atribuye a esa abstención una parte del éxito de la transición realizada entre 1975 y 1978.
 
Ya que se trataba de construir una democracia liberal, es decir un régimen político que garantizara la igualdad ante la ley y el respeto a los derechos humanos, lo mejor era no embarcarse en juicios de responsabilidades históricas que habrían propiciado la exclusión en vez de la integración de todas las fuerzas políticas posibles.
 
Exactamente lo contrario hizo la Segunda República en el período que media entre las elecciones municipales de abril de 1931 y la proclamación de su Constitución, en diciembre de ese mismo año.
 
Se suele echar de menos la retórica de aquellas Cortes, infinitamente más melodramática y torrencial que la de los años 70. Se olvida que aquel diluvio de evocaciones más literarias que históricas sirvió antes que nada para que la izquierda, mayoritaria en las Cortes constituyentes de 1931, impusiera una Constitución no pactada, que instauraba un régimen de apariencia democrática (pronto se vio que no era así) y, además, sin garantías jurídicas ni separación de poderes. La base de un régimen sin libertad, como fue la Segunda República.
 
De haber querido fundar una democracia liberal, como ocurrió 40 años después, la izquierda habría dejado de lado sus fantasías históricas y se habría dedicado a escuchar a su adversarios políticos en vez de monologar para luego silenciarlos.
 
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Este es uno de los aspectos más interesantes tratados en El camino a la democracia en España, que tiene muchos y muy sugestivos.
 
Manuel Álvarez Tardío ya había renovado en profundidad nuestro conocimiento de un fenómeno tan significativo como el anticlericalismo en la Segunda República. Con Paloma de la Nuez, es de los mejores conocedores y divulgadores en España de la obra de Lord Acton, liberal y católico.
 
Su trabajo sobre las transiciones de 1931 y 1975-78 no deja lugar a dudas de por qué la primera fracasó y la segunda fue un éxito. Además de no tirarse la historia a la cabeza, los protagonistas de la segunda se empeñaron en un proceso transparente, pactado y democrático, que debía conducir a un texto constitucional consensuado, no a una nueva imposición como la de la Constitución del 31.
 
Constitución de 1931.La comparación entre los dos procesos resulta esclarecedora y añade nuevos matices a los estudios ya existentes, menos numerosos sobre la transición del 31 que sobre la de los años 70. Son interesantísimas las consideraciones sobre el fracaso del anteproyecto constitucional de Osorio y Gallardo, y la descripción del debate constitucional de 1931, con una izquierda embalada en la argumentación antiliberal.
 
En conjunto, el trabajo es una contribución decisiva a la reconstrucción de la historia de la España del siglo XX. Además de su seriedad, su exhaustiva documentación y su excelente base teórica, el libro resulta oportuno.
 
La izquierda española lleva varios años embarcada en una revisión de la historia de la transición de los años 70. La tendencia es temprana y cuenta entre sus pioneros a quien fue director de los servicios informativos de la televisión de Arias Navarro: Juan Luis Cebrián, que ya en 1980 publicó un librito criticando (no es broma) el papel de la derecha franquista en la Transición. Se ha acentuado en los últimos tiempos, siempre pilotada por Cebrián el pionero. ¿Por qué? Sencillamente, por alentar intelectualmente el proyecto del PSOE de fundar un nuevo régimen que expulse al centro derecha de la vida pública española.
 
El trabajo de Álvarez Tardío no explica el por qué de esta pulsión historicista, por así llamarla, recurrente en la izquierda. Es cierto que el asunto cae fuera de sus objetivos. En cambio, tal vez hubiera podido dedicar algunas páginas a la evolución posterior de la democracia, en particular a investigar cómo un régimen que se quiso fundar en el respeto a las minorías nacionalistas se ha convertido en el régimen de gobierno de esas mismas minorías. Habría sido interesante explorar si esa tendencia tiene alguna relación, o no, con el consenso que se buscó en los años 70.
 
Claro que eso daría pie para un nuevo trabajo. En cualquier caso, este libro servirá de referencia obligada para todo el que pretenda saber, entre otras muchas cosas, por qué la transición a un régimen antiliberal y antidemocrático como fue la Segunda República es la referencia de la nueva izquierda que nos ha tocado padecer. Y por qué esta misma izquierda rechaza cada vez más el legado de la transición a la Monarquía parlamentaria.
 
 
Manuel Álvarez Tardío: El camino a la democracia en España. 1931 y 1978. Gota a Gota, 2005. 514 páginas. Prólogo de Rafael Arias-Salgado.
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