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CIENCIA

Las fronteras de la vida

En 1996 Lynn Margulis obtuvo un sonado éxito editorial con un título nada original: ¿Qué es la vida? Con él, la bióloga norteamericana nos abrió a no pocos los ojos a una biodiversidad oculta y fundamental, un tesoro vivo que forma parte del corazón de la biosfera y que a menudo ha sido desdeñado por la divulgación científica: el mundo de los microorganismos.

En 1996 Lynn Margulis obtuvo un sonado éxito editorial con un título nada original: ¿Qué es la vida? Con él, la bióloga norteamericana nos abrió a no pocos los ojos a una biodiversidad oculta y fundamental, un tesoro vivo que forma parte del corazón de la biosfera y que a menudo ha sido desdeñado por la divulgación científica: el mundo de los microorganismos.
Lynn Margulis.
Este libro que hoy comentamos tiene mucho de aquél. No en vano parece un intento renovado de colocar a los seres microscópicos en el lugar de la cadena vital que les pertenece: la cumbre.
 
Aunque a veces nos resulte repugnante pensarlo, los microbios están en todas partes: desde el intestino humano al aire que respiramos, pasando por la agarradera de un carrito de la compra, el teclado del ordenador y el vaso de agua que acaba usted de beberse. Además, se comportan de maneras muy diversas: algunos actúan como si fueran plantas y viven gracias a funciones similares a la fotosíntesis. Otros parecen animales capaces de metabolizar alimentos. Aquellos son más parecidos a los hongos y proliferan de similar manera. Y ¿esos otros? Bueno, esos no se parecen a nada conocido: son virus, los únicos microorganismos vivos que no parecen vivos.
 
El hecho de que sean invisibles no se antoja suficiente excusa para que no hayan recibido la atención del gran público. Si a cualquiera de nosotros se nos pide que elaboremos una lista de seres vivos, seguro que citaremos varias docenas de animales y plantas antes de acertar con el nombre del primer microbio. Y ello a pesar de que tenemos constancia de su existencia desde que en el siglo XVII Antoni van Leuwenhoek hallara unos pequeños "animáculos" que se reproducían espontáneamente en el interior de su preparado de pimienta.
 
Desde entonces, el microbio ha sido observado con estupor y miedo. Nos hemos fijado más en lo que es que en cómo es. En lo que provoca que en cómo lo provoca. El microbio es una amenaza, un agente extraño, una infección.
 
Pero hoy sabemos que las fronteras de la vida realmente se dibujan en la pequeña escala de los microorganismos. No hay otro grupo vivo con tamaña versatilidad funcional. Los microbios pueden fertilizar y esterilizar, infectar y depurar, defender, sintetizar, metabolizar, corroer, fijar, descomponer, limpiar, hacer a las cosas cambiar de estado... Y lo hacen usando una increíble variedad de estrategias. Si atendemos a cómo se comportan los seres vivos superiores (los macroorganismos), observaremos que su productividad es terriblemente aburrida. Prácticamente todos: desde los perros a los peces, las lechugas, las lombrices o nuestra tía, realizan cuatro funciones básicas: consumen alimentos orgánicos, respiran oxígeno, se reproducen sexualmente y dejan que en su interior actúen millones de células. Todas estas funciones se resumen en una: sobreviven.
 
Los microbios, sin embargo, han ideado una lista interminable de trucos para cumplir el mismo objetivo de sobrevivir. Los hay que viven en el fondo del mar, cerca de calderas hidrotermales, sin necesidad de aire ni luz. Los hay que metabolizan elementos tan insalubres como el azufre en lugar de alimentos; que soportan presiones imposibles; que habitan salmueras secas; que sobreviven a las radiaciones cósmicas sin coraza. Hay bacterias prácticamente inmortales que llevan dando la lata sobre la faz de la Tierra varios miles de millones de años y otras que, nada más nacer, mueren si las respiramos.
 
La primera presencia viva en la Tierra fue un microorganismo. Y probablemente lo sea también la primera muestra biológica que hallemos fuera de nuestro planeta. Hace 3.500 millones de años ya había seres unicelulares, que soportaron las inclementes condiciones de clima y volcanismo propias de un mundo recién nacido. Hace 1.000 millones, algunos de esos bichitos empezaron a vivir de metabolizar elementos del agua y liberar oxígeno. La producción en masa de estos seres generó una nueva atmósfera y cambió la faz terrestre. Fueron responsables de la aparición de los primeros organismos consumidores de oxígeno, primero simples y unicelulares, luego cada vez más complejos, dotados de racimos de células con funciones distintas. Células que permitían a estos entes buscar la luz, luego aprovechar las sombras, luego alimentarse de compuestos orgánicos, luego reproducirse sexualmente... A medida que los grupos de células fueron especializándose y creciendo en número, las funciones de que eran capaces sus seres portadores fueron más complejas: hacer una tela de araña, construir un nido, cazar, educar a la prole... rellenar una quiniela.
 
Si nos pregunta qué es la vida, entonces, ¿qué debemos responder? Pues que es el torpe devenir de unos animales grandotes que sólo saben hacer bien cuatro cosas y llevan sólo 500 millones de años sobre la Tierra. O bien que es la sabia perseverancia de unos microorganismos con un currículo de más de 3.500 millones de páginas.
 
Cuando lo que generalmente consideramos vida no era siquiera un proyecto de la evolución, ya había microbios. Cuando lo que generalmente consideramos vida haya desaparecido del planeta, seguirá habiendo microbios. ¿Vamos a seguir llamando "bichitos" a lo que en realidad es la auténtica frontera vital?
 
 
JOHN POSTGATE: LAS FRONTERAS DE LA VIDA. Crítica (Barcelona), 2009, 344 páginas.
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