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LA ECONOMÍA: VERDADES Y MENTIRAS

Las verdades de Sowell

Cuando se disfrutan los artículos de Thomas Sowell, empezar a leer sus libros de economía es un placer asegurado. En ellos encontramos la misma capacidad de razonar, la misma facilidad para la crítica a los socialistas de todos los partidos, los mismos ejemplos perfectos para aclarar ideas...

Cuando se disfrutan los artículos de Thomas Sowell, empezar a leer sus libros de economía es un placer asegurado. En ellos encontramos la misma capacidad de razonar, la misma facilidad para la crítica a los socialistas de todos los partidos, los mismos ejemplos perfectos para aclarar ideas...
Thomas Sowell.
Sowell dedica el primer capítulo de La economía: verdades y mentiras a explicar las cuatro principales falacias que se cometen al hablar o escribir sobre economía, y dedica el resto del libro a detallar cómo se aplican éstas y otras de menor calado a asuntos como la organización de las ciudades (transporte, urbanismo, vivienda), la educación superior o las diferencias entre hombre y mujer, ricos y pobres, gentes de distintas razas, países occidentales y del Tercer Mundo.

La primera de las falacias que estudia Sowell consiste en considerar la economía un juego de suma cero, en el que lo que unos ganan necesariamente lo pierden otros, y olvidar que en todo acuerdo voluntario las partes esperan ganar algo. Cuando se introduce a un tercero (el Estado) para que fije ciertos límites a los acuerdos, se prohíben pactos que podrían mejorar la situación de los implicados, de modo que todos acaban peor de lo que estaban.

Consideremos, por ejemplo, las leyes sobre alquileres. Si, como sucede en España, se impone un mínimo de duración en el contrato y se dificulta el desahucio en caso de impago, el número de propietarios dispuestos a ofrecer viviendas en alquiler será inferior que en caso de que tales trabas no existieran. Así las cosas, los propietarios de viviendas tendrán menos opciones de ganar dinero y los buscadores de viviendas en alquiler tendrán menos y peores opciones disponibles. Incluso los que ya residen en viviendas de alquiler estarán peor, pues pagan más porque la oferta está artificialmente reducida.

Sowell estudia casos reales en los que el precio de la vivienda subió como consecuencia de las diversas restricciones políticas. Las Vegas triplicó su población entre 1980 y 2000, pero el precio de la vivienda no aumentó. Todo lo contrario ocurrió en Palo Alto (hogar de Google, y de Sowell) en el mismo lapso de tiempo: la población se mantuvo pero el precio de la vivienda se triplicó, debido a las restricciones impuestas a las nuevas construcciones. Sowell dedica especial atención a las trabas relacionadas con la altura de los edificios, ésas que Esperanza Aguirre ha impuesto en la Comunidad de Madrid, en uno de los pocos casos donde la presidenta popular ha actuado en contra del aumento de opciones para los madrileños.

Aunque, por supuesto, donde más se sigue aplicando esta falacia del juego de suma cero es en las explicaciones que circulan sobre las diferencias entre ricos y pobres. Por lo general, se sigue creyendo que la pobreza del Tercer Mundo es culpa de la riqueza del Primero, o que los más pobres lo son porque existen ricos.

La segunda de las falacias que desmonta Sowell es la de considerar que lo que es bueno para una parte también lo es necesariamente para el todo. Se suele asumir que es bueno para la sociedad subvencionar a un sector en crisis si así se salvan los puestos de trabajo de un millar de obreros, pero lo cierto es que con esta manera de proceder se roba a Pepe para pagar a Paco (y, de paso, quedarse con una parte para gastos, claro). Este tipo de juegos no son de suma cero, sino directamente negativos. Pero sigue actuando la máxima de Bastiat, y lo que se ve son esos obreros que siguen conservando su empleo, de modo que los políticos seguirán actuando así mientras la gente no se dé cuenta de lo que no se ve: se han dejado de crear puestos de trabajo más productivos y se ha perjudicado notablemente la productividad.

Sowell desprecia a ese tipo de gente que –según la descripción que hizo Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales– "parece imaginar que puede reordenar a los distintos miembros de una sociedad compleja con tanta facilidad como la mano coloca las distintas piezas en un tablero de ajedrez". Los ingenieros sociales, pese a fracasar una y otra vez, parecen pensar que pueden probar una cosa y luego otra sin mayores consecuencias, cuando en realidad la gente cambia su comportamiento y deja de pensar en un largo plazo especialmente incierto cuando los gobernantes cambian cada dos por tres las reglas del juego.

Reparemos en los urbanistas, decididos a imponer sus ideas sobre cómo debe vivir la gente sobre las propias preferencias de la propia gente. Sowell toma prestado de Jane Jacobs el ejemplo de un barrio bostoniano de inmigrantes italianos que, pese a la pobreza de sus habitantes y el hacinamiento, tenía unos niveles de mortalidad infantil, delincuencia y enfermedades mejores que la media. Dado que para los urbanistas es dogma de fe que en ese tipo de cuestiones el hacinamiento no puede sino hacer que las cosas vayan peor, optaron por recurrir a la fortaleza de los habitantes del barrio susodicho como explicación. Para los poderes públicos, el North End era un lugar desfavorecido que debía ser demolido para dar paso a unas casas construidas según las ideas de, sí, los urbanistas.

La cuarta de las falacias que Sowell analiza es la propia de quienes ignoran el hecho de que los recursos son escasos y lanzan cruzadas a favor de "la sanidad", "la seguridad" o "la naturaleza"... que sólo pueden ser eternas. Siempre se puede hacer más por mejorar las condiciones sanitarias de la gente, o por hacer la vida más segura, pero a veces los costes son tales, que no merece la pena tanto esfuerzo. Sin embargo, con frecuencia los cruzados, a base de ocultar el precio que hay que pagar por cada objetivo concreto, logran llegar mucho más lejos de lo que desearía la gente si estuviera al tanto de que se les hurta.

Lo peor de La economía: verdades y mentiras es la traducción, que parece haber sido realizada por alguien que no sabe inglés ni, desde luego, español. Así, mass transit se convierte en estas páginas en "tránsito masivo", cuando ha de traducirse por "transporte público" o colectivo, y eminent domain en "dominio eminente", cuando de lo que está hablando Sowell es de expropiaciones. Estos son sólo los ejemplos más flagrantes (o "instancias egregias", que es como prefiere expresarlo el traductor). Si se sienten cómodos con el inglés, les recomiendo que recurran al original, pues además Sowell no es un escritor de expresión complicada.

Lo mejor son los datos y ejemplos con que Sowell ilustra cada una de sus afirmaciones. En este punto destacaría su explicación de por qué las mujeres cobran en general menos que los hombres: desmontando que la principal causa pueda ser la discriminación, Sowell muestra que es la maternidad –y sus consecuencias, algunas de ellas indirectas– la clave de la cuestión. Así, las mujeres tienden a trabajar menos, a ausentarse del mercado de trabajo durante más tiempo y a estudiar materias cuyos conocimientos tardan menos en quedar obsoletos, razones todas ellas que explican por qué ganan menos. Por cierto, las mujeres solteras y sin hijos acaban ganando más que los hombres en la misma situación cuando llegan a los cuarenta...

Sí, todo el libro es así de políticamente incorrecto. Es decir, así de bueno.


THOMAS SOWELL: LA ECONOMÍA: VERDADES Y MENTIRAS. Deusto, 2008, 288 páginas // ECONOMIC FACTS AND FALLACIES. Basic Books, 2008, 261 páginas.
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