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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Lengua de palo

Como un huracán y como siempre, la señora de la limpieza tiró a la basura-papel (son muy ecólogos en ésta casa) toneladas de periódicos, y como otras veces me olvidé de guardar el artículo de Jorge Edwards, del que diré dos cositas, porque recuerdo lo esencial.

Como un huracán y como siempre, la señora de la limpieza tiró a la basura-papel (son muy ecólogos en ésta casa) toneladas de periódicos, y como otras veces me olvidé de guardar el artículo de Jorge Edwards, del que diré dos cositas, porque recuerdo lo esencial.
Jorge Edwards.
Se trataba de unas conversaciones con traductores literarios, de lengua española y afincados en los USA, precisamente sobre los problemas de la traducción literaria, y de la lengua más sensual para los escritores, y Jorge Edwards consideraba que la mayoría de los grandes escritores realizaban su obra en una sola lengua, por lo general en su lengua materna. Jorge, en su artículo señalaba algunas excepciones que confirmaban la regla, grandes escritores habían escrito su obra, o lo esencial de ella, en lenguas ajenas, por así decir, conquistadas. Si mal no recuerdo, dio como primer ejemplo el del polaco Korzentowski, oficial de marina, convertido en novelista y muy buen novelista inglés con el nombre de Joseph Conrad. Pero él jamás escribió la menor novela en polaco, su lengua literaria fue desde el principio el inglés. También cita el caso de Nabokov, pero intenta justificar su dominio de la lengua inglesa por motivos familiares que no vienen a cuento.
 
No te conviertes en gran escritor inglés porque te han enseñado esa lengua cuando tenías 10 ó 12 años, nada tiene que ver. Además, creo recordar que Nabokov, antes de pasar del ruso al inglés, había escrito una o dos novelas en francés, cuando vivía en París.
 
Pero Nabokov es un caso aparte, en cuanto a su genialidad para conquistar lenguas ajenas, y mejorarlas. No tengo la impresión que ocurra lo mismo con Milan Kundera: me parece menos interesante desde que abandonó el checo para pasarse al francés. Pero eso, como todo, puede discutirse, y sólo apunto una opinión muy personal. Lo que me extraña de Jorge Edwards, persona tan culta, tan cosmopolita, un escritor al que, pese a los numerosos premios literarios que ha recibido, tanto admiro, es que, en ese su tejemaneje sobre la inspiración, la lengua, las dificultades del bilingüismo, no cite el caso más evidente y, puesto que sólo habla de famosos, de los más famosos –y además premio Nobel–: Samuel Beckett. Creo poder afirmar que Beckett no escribía una línea en francés sin traducirla él mismo al inglés, ni una línea en inglés sin traducirla él mismo al francés. Y en ambos casos con un estilo perfecto.
 
Samuel Beckett fue un personaje más curioso aún que su leyenda. Por ejemplo, cuando la ocupación nazi de Francia llegó a la Gestapo una denuncia según la cual colaboraba con la Resistencia. Los nazis no debieron de tomar esa denuncia demasiado en serio, ya que sólo dos gestapistas fueron a registrar su piso abarrotado de libros, muchos de ellos alemanes: poesía, novelas, filosofía (los grandes filósofos fueron –ya no hay– casi todos alemanes), y hasta un libro de un tal Adolfo Hitler: Mein Kampf. "Una persona que tiene tanta literatura alemana, y hasta Mein Kampf, no puede ser un enemigo del Reich", se dijeron los gestapistas, y se fueron despidiéndose amablemente del irlandés, entonces profesor de inglés, perfecto bilingüe.
 
Samuel Beckett.Pero resulta que Beckett colaboraba efectivamente con la Resistencia, y al día siguiente de esa visita se largaron de París su mujer y él. Se refugiaron en el sureste de Francia, donde, por lo visto, siguieron colaborando con la Resistencia. Pongo "por lo visto" adrede, porque Beckett jamás habló de ello, jamás se vanaglorió de sus actividades antinazis, y en realidad nunca se metió en debates políticos. En este punto se singulariza de tantos intelectuales franceses que nunca fueron resistentes, o sólo quince días antes del desembarco aliado en Normandía, y que ostentan imaginarias cruces de guerra o legiones de honor... Algo parecido a los antifranquistas españoles que esperaron la muerte del dictador para serlo, y de aquí a que pasen no cinco, sino más de treinta años, para las condenas de "los crímenes del franquismo".
 
Yo conocí la obra de Beckett por primera vez cuando Roger Blin montó, en el pequeño y efímero Teatro Babilonia, a principios de los cincuenta, su obra Esperando a Dios, o sea En attendant Godot (en inglés, como hasta Garzón sabe, Dios se dice God). Sin meterme aquí en un análisis de la obra de Beckett, puedo sin embargo opinar que ese es el eje fundamental, metafísico, de su obra: la espera de Dios, que no viene, la ausencia de Dios, sin el cual el mundo no tiene sentido, y si su largo silencio significa que no existe.
 
Otros autores dramáticos que admiro, a veces incluso más que a Beckett, como Harold Pinter y, sobre todo, Eugenio Ionesco, sin ser ensayistas políticos o columnistas en El País, han expresado sus opiniones políticas de vez en cuando. Harold Pinter, enigmático, talentoso autor dramático y guionista, se ha tirado pestilentes pedos contra Bush y Tony Blair, lo cual nada tiene que ver con su obra literaria, su tono, su estilo, su mundo, pero en cambio le valió, probablemente su premio Nobel, cada vez más progre. Ionesco, en mi opinión el mejor de todos, y que también escribió su obra en una lengua no materna, no hizo grandes discursos ni escribió ensayos abiertamente políticos, pero nunca ocultó sus opiniones, que podrían calificarse, más certeramente que en otros casos, de liberal-conservadoras.
 
Ionesco vivió, como tantos, el trauma de un padre de la Guardia de Hierro –lo más parecido al fascismo en la Rumanía de los años treinta– que se convirtió al comunismo, aparentemente lo contrario pero en realidad lo mismo. El rinoceronte, una de las obras maestras de Ionesco, se inspira en ese su doble rechazo. Y no creo que sea por casualidad si Ionesco no ha recibido el Nobel, como tampoco Borges, por ejemplo, lo cual no quiere decir que Beckett fuera un autor realista-socialista; no: fue un autor metafísico con un lenguaje magníficamente pordiosero.
 
Llegando a estas alturas y a estas mis edades, creo haber entendido que el talento literario –y más aún el genio– nada tiene que ver con las opiniones políticas, filosóficas o religiosas de cada cual. Es un milagro. ¿Cómo dices? "Milagro".
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