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EJEMPLARIDAD PÚBLICA

Libertè + Egalité = Vulgarité

Dos son compañía, tres son multitud y a partir de cuatro apuntan la anarquía o la dictadura. Cuatro eran los habitantes del planeta en tiempos primigenios, y a uno de ellos, Caín, le sobraba el veinticinco por ciento.

Dos son compañía, tres son multitud y a partir de cuatro apuntan la anarquía o la dictadura. Cuatro eran los habitantes del planeta en tiempos primigenios, y a uno de ellos, Caín, le sobraba el veinticinco por ciento.
Como somos animales sociales, Robinsones a la búsqueda de un Viernes con el que reír y disputar, nos gusta explicarnos echando mano de metáforas que nos vinculan a otros animales sociales, sean los lobos en plan Hobbes o las abejas, si nos ponemos como el virtuoso a fuer de vicioso Benard de Mandeville. Aristóteles definió al hombre como Zoon Politikon, animal social con vocación política en el ámbito de la ciudad y del logos.

Pero ¿qué tipo de animal social somos en la época del capitalismo, internet y las sociedades heterogéneas? ¿Cómo articular la finitud infinitesimal del ciudadano moliente en un mundo globalizado, en el que el Sistema parece imponerse con una lógica implacable? ¿Cómo conciliar las paradojas centrífugas del liberalismo elitista y la democracia plebeya? Javier Gomá ha emprendido la tarea filosófica de responder a estas cuestiones centrales de nuestro tiempo bajo la óptica de un liberalismo con rostro humano. Su liberalismo atento a las cuestiones espirituales entronca con la gran tradición filosófica española que arranca con Ortega y Gasset, tanto en problemática como en estilo, si bien traiciona al maestro en cuestiones clave. La traición que reclamaba Nietzsche a sus discípulos:
Ahora os mando que me perdáis y que os encontréis a vosotros mismos.
Y si Ortega se lamentaba de la emergencia imparable del hombre-masa, "ingrato hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia (...) no le preocupa más que su bienestar y es insolidario de las causas de ese bienestar (...) afirma el derecho de la vulgaridad y lo impone", Gomá requiebra el concepto de la vulgaridad, lo para, lo manda y lo templa, para concluir que la vulgaridad es el horizonte de nuestra cultura, el precio que tenemos que pagar por el matrimonio de nuestros particulares cielo e infierno: el liberalismo y la democracia y su problemática descendencia intelectual, la igualdad. Si Ortega contempla el mundo de la vida liberal y democrática con los pies enraizados en el aristocratismo de la Modernidad, Gomá lo hace desde el pesimismo trágico de la posmodernidad del siglo XXI, el que comenzó con la caída del Muro de Berlín. Y viene a decir: sí, somos vulgares, ¿y qué?  

Quentin Tarantino.Que la vulgaridad sea nuestro horizonte vital no significa que no podamos elaborar con ella maravillas sublimes. La posmodernidad de Gomá no tienen nada que ver con el relativismo blando y hueco de los defensores habituales del pensiero debole, entre otras razones porque no renuncia a la pretensión de universalidad, basada en su caso en "el común vivir y envejecer". Y es en esta paradoja donde sitúa Gomá el motor de su reflexión. Que la vulgaridad puede ser sublime es algo que no encontrará extraño el que frecuente las obras que en el siglo XX han conseguido aunar el favor del público y de la crítica. Por ejemplo, las películas de Tarantino, capaz de reelaborar el material tosco y desgarbado de la pulp fiction y transformarlo en tallados diamantes cinematográficos. Se trata, en suma, de desarrollar una teoría general de la cultura contemporánea y de la ética para nuestro tiempo a partir de una apología y superación dialéctica de la vulgaridad que deje paso a la ejemplaridad.

¿Cómo ser vulgar a la par que ejemplar? El problema reside, según Gomá, en que se está desarrollando una democracia sin mores, sin costumbres cívicas. Y es que si se construye, defiende, un Estado a la medida de demonios exigiendo sólo entendimiento, como pretendía Kant, se habrá puesto una condición necesaria pero no suficiente para que el orden social sea estable, bueno y justo. Porque, como apuntaría Aristóteles, nuestra esencial sociabilidad tiene como origen no sólo la razón, sino sobre todo una doble fuente emocional: la experiencia y la esperanza, a partir de las cuales se pretende conseguir el epifenómeno civilizatorio por excelencia,

la emancipación moral (...) pasar de una ociosidad subvencionada, típica de la minoría de edad, a experimentar una doble especialización de la vida madura, la del corazón y la del trabajo, fundar una casa y desarrollar un oficio al servicio de la comunidad (...) el único camino para una individualidad más auténtica.
A despecho de Carson McCullers, nuestro filósofo defiende que el corazón sin arritmias existenciales jamás es un cazador solitario.

Estas palabras resuenan con especial gravedad en un tiempo en el que desde la acción gubernamental del socialista Rodríguez Zapatero (que no es citado explícitamente, pero sí su filósofo de cabecera, Pettit) se ha actuado precisamente en la doble dirección de mantener inmadura a la población, extendiendo la fase estético-sentimental propia de la adolescencia a todo el ciclo vital e imponiendo una visión republicanista de la imposición desde el Estado de una políticas públicas encaminadas a forzar el cambio de costumbres cívicas en una sola dirección, desde un Gobierno estatalista y perfeccionista que promueve un determinado concepto de bien común. En este sentido y en este contexto hay que leer su advertencia contra un republicanismo que acabe
deslizándose hacia (...) un despotismo antiliberal que interviene hasta en los mínimos detalles de la educación de los ciudadanos para obligarlos a ser virtuosos.
Naturalmente, la ejemplaridad buscada es la de todos y en todas las esferas. Lo más importante es la microejemplaridad: por ejemplo, la del padre que espera con su hijo ante el semáforo en rojo aunque no pase ningún coche y el resto de los peatones cruce como si nada. Pero también está la macroejemplaridad, que llega a más gente por encontrarse sus protagonistas en el espacio público. A ellos, políticos y funcionarios, dedica Gomá la última parte de su libro, con especial referencia al político funcionario máximo: el Rey. Estas últimas páginas deberían ser lectura de obligada en el Palacio de la Zarzuela y aledaños; que luego pasa lo que pasa…
El oficio del rey se agota en simbolizar esa apertura [la fidelidad a su significado simbólico] (...) Si, encerrándose en su propia anécdota, es desleal a su simbolismo, pierde el punto de anterior gravedad y encanto, y se torna ininteresante, caprichoso cosmético, bagatela desechable. El antiguo mito político sólo vale entonces como cuento para niños.
Ejemplaridad pública (2009) es el último mojón de un camino intelectual que comenzó con Imitación y experiencia (2003), Premio Nacional de Ensayo, y continuó con Aquiles en el gineceo (2008), a la espera del último hito de lo que será una tetratología. Dividido en tres partes (I. Democracia; II. Virtud; III. Ejemplaridad.), es un libro denso conceptualmente, bellamente escrito, culturalmente rico. Se aprecia la mano elegante y leída de este bilbaíno que no podía ser menos que licenciado en Filología Clásica, doctor en Filosofía, letrado del Consejo de Estado y actualmente director de la Fundación Juan March.


JAVIER GOMÁ: EJEMPLARIDAD PÚBLICA. Taurus (Madrid), 2009, 274 páginas.

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