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OSEAS Y GOMER, SEGÚN CÉSAR VIDAL

Lo-ruhama (No Compadecida)

Oseas, el primero de los llamados "profetas menores", presenta dos rasgos que lo distinguen en el conjunto de los Libros proféticos: es el más político de los profetas, visionario del derrumbe militar y dinástico de Israel en el siglo VIII a. C.; e introduce una ética del perdón y la reconciliación que anticipa el ideal predicado por Jesús: "Dios es Amor".

Oseas, el primero de los llamados "profetas menores", presenta dos rasgos que lo distinguen en el conjunto de los Libros proféticos: es el más político de los profetas, visionario del derrumbe militar y dinástico de Israel en el siglo VIII a. C.; e introduce una ética del perdón y la reconciliación que anticipa el ideal predicado por Jesús: "Dios es Amor".
Creo que estas dos cualidades han debido de pesar lo suyo en la decisión de César Vidal de recrear el Libro con una mirada que acentúa justamente los dos planos más modernos (el político y el moral) de un personaje, por lo demás, fascinante, y especialmente dotado para la recreación literaria.

Oseas simboliza el paso de la vieja a la nueva interpretación de la Ley, de la vieja a la nueva concepción del Amor Divino. En él se da, por primera vez, la tensión entre la fidelidad a los estrictos preceptos de la Torah y la obediencia a Dios, un Dios que le ha mandado amar y desposar a Gomer, la perdida, la prostituta, en un caso de Justicia que ya no atañe a la estricta Ley (que exige castigar el adulterio con el repudio, incluso con la muerte), sino que parece anunciar el lugar central que el Amor tiene en el Evangelio como fuerza de redención. 

La potencia dramática del Oseas de César Vidal proviene de ese conflicto entre la razón (representada por la Ley escrita) y el Amor revelado. Oseas renuncia a los derechos que la Torah y la tradición le otorgan. Renuncia a su derecho a casarse con una doncella, renuncia al derecho a repudiarla por adúltera, simplemente porque Dios le ha encomendado la misión de amarla y no está en su mano cuestionar la Justicia divina, por muy alejada que parezca de la Justicia de la Ley. El Oseas de Vidal me recuerda un poco, en este sentido, al José en lucha con el Ángel de El lenguaje perdido de las fuentes, de Gustavo Martín Garzo. Ese debate interior, que en el Libro bíblico no aparece, se convierte en la novela en una materia fundamental que explica el destino del personaje e impulsa la salvación de su pueblo, Israel. 

El Antiguo Testamento está formado por libros de revelación y de instrucción sobre el Orden del mundo, pero, por lo general, falta carnalidad en los protagonistas, casi siempre planos. Son excepcionales las ocasiones en que los vemos y sentimos en su conflictiva humanidad: Job, el Cantar de los Cantares, Saúl ante Samuel, Daniel en el foso de los leones... En otras ocasiones, el carácter de los personajes se intuye en lo grave de su destino. Adivinamos una personalidad poderosa a través de los escasos datos que la Escritura nos ofrece. Oseas es el heraldo del Amor Divino que salva a todo un pueblo caído en la corrupción política y moral.

Pero ¿qué sabemos, en realidad, de alguien que observa escrupulosamente los Mandamientos revelados a Moisés y es capaz, en contra incluso de lo establecido por la Ley, de amar a una mujer promiscua que abandona a su familia para dedicarse a la prostitución? Es ahí donde entra el novelista y pone el foco en el conflicto individual. César Vidal lo hace sugiriendo, más que mostrando. A diferencia de otros novelistas históricos (estoy pensando en el Robert Graves de Yo, Claudio, que abre en canal la psique de los personajes con el bisturí de una subjetividad muy contemporánea), Vidal ha elegido ser lo más fiel posible a la forma de la Escritura, adoptando el punto de vista de los libros proféticos, el de un narrador todopoderoso e indiferente a los problemas de coherencia o verosimilitud de hechos que, muchas veces, son sobrenaturales y exigen una explicación para una mente racionalista como la nuestra, y dando el primer plano a la acción aleccionadora de los personajes, aquella que conduce inexorablemente a la conclusión moral de la trama. 

No es un molde formal sencillo para un escritor contemporáneo. Todo lo contrario: exige un conocimiento exhaustivo de los límites de la narración bíblica, porque lo fácil, para un escritor de nuestro tiempo, sería ceder al vuelo libre de la subjetividad. En vez de eso, Vidal ha optado por reproducir la forma del relato bíblico como una baza de verosimilitud histórica de su propio relato. En ese marco férreo, interpola detalles con los que va sugiriendo los rasgos de carácter de los personajes. Así, sabemos que Oseas tuvo que vencer a su propio orgullo para salir a la búsqueda de su esposa por los lupanares. Sabemos que estuvo tentado de llorar, de salir corriendo o de invocar la Torah y dejar que recibiera su merecido según la estricta Ley de Dios.

Vemos a los personajes comer aceitunas y queso de cabra o de oveja, o beber vino del Líbano. Vemos las escudillas llenas, asistimos a banquetes... E. M. Forster dijo que no comprendía por qué los novelistas de su tiempo jamás mostraban a los personajes comiendo. Pues bien, César Vidal nos abre la intimidad de sus personajes a través de sutiles interpolaciones en una forma casi canónica del relato bíblico. En este sentido, su estrategia narrativa recuerda a la del Borges del Manual de zoología fantástica: aprovecha la potencia de la forma clásica para introducir una mirada contemporánea. 

En la fuente bíblica, Yahvé revela a Oseas que, después de la caída de Israel en el cieno de su propia corrupción, tras su derrota militar a manos de los asirios y la desaparición de su Casa Real, Él vendrá para reunir a las tribus bajo el liderazgo regeneracionista de Ezequías, rey de Judá. La caída de Israel será su redención; después vendrá el perdón y una nueva era de prosperidad. La No Compadecida será Compadecida.

Se juntarán los hijos de Judá y los hijos de Israel en uno, se nombrarán un solo jefe y desbordarán de la tierra, porque será grande el día de Yizreeel. Decid a vuestros hermanos: "Mi pueblo", y a vuestras hermanas: "Compadecida" (Oseas 2,2). 

Gomer, la esposa promiscua de Oseas, simboliza el destino de Israel: un pueblo decadente que dice ser fiel a la Ley de Dios mientras se entrega al sexo, la codicia, la corrupción política y el culto a las imágenes. Gomer experimentará en su propio cuerpo la descomposición de toda una nación y sentirá que todos los actos tienen consecuencias, no sólo para uno mismo, sino para la comunidad. Esta concepción política hace del de Oseas un libro moderno, comparado con los de otros profetas.

César Vidal ha tenido en cuenta la vigencia de Oseas en el mundo de nuestros días a la hora de recrear esta fábula moral sobre la caída y la salvación por el Amor, tal y como declara en la nota final a los lectores. La clave está en esa fuerza que transforma la Ley en Perdón. El paso de lo inmutable de la Palabra (Lo-ruhama, No Compadecida) a lo regenerado por la fuerza del Amor (Ruhama, Compadecida), que anuncia un nuevo ideal de Justicia y una Nueva Alianza de Dios y su pueblo. En esta novela asistimos a ese momento fundacional de nuestra civilización con la mayor fidelidad al relato clásico y la máxima profundidad en la dimensión humana de sus protagonistas; el más complejo y fascinante de los cuales es, a mi juicio, Oseas, más que Gomer. 


CÉSAR VIDAL: LO-RUHAMA. Grupo Nelson, 2009, 270 páginas.
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