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SEMBLANZA

Manuel Chaves Nogales

Lo menos que cabe decir de Manuel Chaves Nogales es que fue un gran profesional del periodismo, al que venía destinado por tradición familiar. Su padre, Manuel Chaves Rey, fue un distinguido periodista local al que su colega y sucesor en la dirección de El liberal, don José Laguillo, dedicó uno de sus corrosivos aguafuertes ricos en claroscuros. Los claroscuros vitales y profesionales de Chaves Rey tenían al fin y al cabo una modesta dimensión municipal. Los de su hijo son de muy otra magnitud, ya que le tocó vivir una hora histórica en la que nadie podía situarse au dessus de la mêlée.

Lo menos que cabe decir de Manuel Chaves Nogales es que fue un gran profesional del periodismo, al que venía destinado por tradición familiar. Su padre, Manuel Chaves Rey, fue un distinguido periodista local al que su colega y sucesor en la dirección de El liberal, don José Laguillo, dedicó uno de sus corrosivos aguafuertes ricos en claroscuros. Los claroscuros vitales y profesionales de Chaves Rey tenían al fin y al cabo una modesta dimensión municipal. Los de su hijo son de muy otra magnitud, ya que le tocó vivir una hora histórica en la que nadie podía situarse au dessus de la mêlée.
Chaves Nogales dedicó al torero Juan Belmonte una gran obra.
Chaves Nogales se definía a sí mismo como un burgués liberal, y traspuso la frontera así que el Gobierno republicano, que ya ni era republicano ni era Gobierno, huyó a Valencia. Su causa fue la de su jefe político, don Manuel Azaña, a quien entre bromas y veras llegaría a pedirle el Gobierno Civil de Sevilla. Nada de particular tendría que hubiera sido hermano suyo, o sea, "hijo de la Viuda", y el caso es que, frente a los dos totalitarismos de la época, a los que era opuesto por principio, acabó decantándose por el que compartía sus fobias masónicas, que era el comunista.
 
Esa simpatía matizada –o a duras penas reprimida– que se trasluce en sus libros sobre la Rusia soviética y en sus juicios generales sobre la Europa de entreguerras no le hace perder clarividencia, de suerte que, al dar la Guerra Civil por perdida para los suyos y marchar al extranjero, asqueado por igual del terror rojo y de los bombardeos nacionales "asesinando a niños y mujeres inocentes", pronostica que el nuevo Estado que surja de la guerra no va a ser...
 
"ni colonia fascista ni avanzada del comunismo. Ni tiranía aristocrática, ni dictadura del proletariado. En lo interior, un gobierno dictatorial que con las armas en la mano obligará a los españoles a trabajar desesperadamente y a pasar hambre sin rechistar durante veinte años, hasta que hayamos pagado la guerra. Rojo o blanco, capitán del Ejército o comisario político, fascista o comunista, probablemente ninguna de las dos cosas, o ambas a la vez, el cómitre que nos hará remar a latigazos hasta salir de esta galerna, ha de ser igualmente cruel e inhumano. En lo exterior, un Estado fuerte colocado bajo la protección de unas naciones y la vigilancia de otras".
 
José Bergamín.Chaves Nogales pone esas palabras al frente de una serie de relatos agrios sobre la Guerra Civil de los que los más verosímiles y menos tendenciosos son los situados en el Madrid rojo. He aquí cómo describe una escena en una taberna vasca de la "capital de la gloria", donde ocupa una de las mesas un hombre joven "con la cabeza caída sobre el brazo doblado como si sollozase". Un camarero le explica que "es un francés que ha venido a España para batirse por la revolución".
 
"Un grupo de intelectuales antifascistas en el que iban el poeta Alberti con su aire de divo cantador de tangos, Bergamín con su pelaje viejo y sucio de pajarraco sabio embalsamado, María Teresa León, Pallas rolliza con un diminuto revólver en la ancha cintura, fue a rodear solícito al desolado francés que instantáneamente cambió la expresión desesperada de su rostro por una forzada y pulida sonrisa".
 
Manuel Chaves Nogales nació en Sevilla en 1897 y falleció en Londres en 1944. Hizo su primer aprendizaje junto a su padre en El Liberal, cuyo primer director fue su tío carnal José Nogales, hermano de su madre. Al quedar huérfano completaría una obra iniciada por Chaves Rey: Crónica abreviada o Registro de sucesos de la ciudad de Sevilla, aparecida en esta ciudad en 1915-16.
 
De 1918 a 1921 trabajó como redactor en El Noticiero Sevillano y en La Noche, y en 1920 contrae matrimonio con una sevillanita que le dará cuatro hijos. De ese mismo año data su primera tentativa de meditación sobre la ciudad en la obra colectiva titulada Quien no vio Sevilla…, y al año siguiente marcha con su esposa por unos meses a Córdoba, donde procura sacar el periódico La Voz y les nace su primera hija. También en 1921 desarrolla en libro su ensayo sobre Sevilla, La Ciudad, impreso en los talleres cordobeses de La Voz.
 
Al fundarse en Sevilla, en 1926, la revista Mediodía, Chaves, que desde 1922 ha emigrado a Madrid, figura entre sus primeros colaboradores. Allí trabaja en El Heraldo y en La Acción. En El Heraldo, que fue por cierto el periódico más amarillo de su tiempo, llegó a redactor jefe, y coincidió entre otros con César González Ruano, quien, al retratarlo, parece retratarse a sí mismo:
 
"Yo creo que era en su tiempo de los que mejor hicieron un tipo de reportaje europeo, sensacionalista y siempre escrito con cierto garbo. Chaves Nogales era gitano, gitano rubiasco muy fuerte, violento, alegre y sin ningún sentimiento o concepto moral".
 
Dos años atrás, en 1927, Chaves había ganado el Mariano de Cavia por un reportaje sobre la aviadora Ruth Elder, primera mujer en cruzar el Atlántico en vuelo solitario, con la que, en unión de otros periodistas, voló de Lisboa a Madrid. La aviación estaba entonces a la orden del día, y así fue como, por cuenta de El Heraldo, emprendió Chaves su audaz viaje a la Unión Soviética en avión, en el que, entre otras peripecias, sufrió dos aterrizajes forzosos y tuvo el honor de estrechar la mano de uno de sus "héroes populares": Ramón Casanellas, el asesino de don Eduardo Dato. Todo eso está en La vuelta al mundo en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja (Madrid, 1929). La bolchevique enamorada es también consecuencia de ese viaje.
 
César González Ruano.En 1930 vuelve a recorrer Europa, y el fruto son otros libros sobre la revolución rusa: Lo que ha quedado del imperio de los zares (1931) y la impresionante novela El maestro Juan Martínez, que estaba allí (1934). A fines de 1930 apareció el diario Ahora, del mismo dueño, Luis Montiel, de la revista Estampa. Chaves, factotum de ese periódico, ocupa su dirección casi al mismo tiempo que su jefe político la Presidencia de la República. El año anterior ha salido su obra cumbre: Juan Belmonte, matador de toros; su vida y sus hazañas, uno de los mejores y más amenos libros taurinos jamás escritos, en el que el autor se eclipsa tras el torero, igual que en El maestro Juan Martínez… se eclipsa tras el bailador flamenco.
 
Sobre su cultivo de la crónica hay que volver a la autoridad y el testimonio de González Ruano, cuando escribe: "Creo de verdad que el artículo nunca se escribió ni probablemente volverá a escribirse tan inmejorablemente bien y tan como representación absoluta del valor literario como se ha escrito por nuestra generación". De esa generación González Ruano destaca tres nombres: Manuel Chaves Nogales, Ernesto Giménez Caballero y Víctor de la Serna.
 
Al estallar el Alzamiento Nacional Chaves pone "el arma de [su] oficio" al servicio de la llamada "causa antifascista". El último reportaje que publica antes de salir de España se titula 'Bajo el signo de la svástica y el fascio de los lictores'. Ya en Francia, colabora en diarios de Hispanoamérica y publica en Chile, en 1937, sus relatos de la guerra civil, con el título de A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España.
 
En 1940 huye a Inglaterra, dejando a su familia en París, con su mujer a punto de dar a luz. Marchan todos a un campo de refugiados cerca de Irún, y de allí a Sevilla, donde se hace cargo de ellos su hermano José, que tiene un negocio de radios y bicicletas. En Inglaterra dirige Chaves una agencia de noticias, y funda después la suya propia.
 
Sobrevive al Blitz, como dicen los ingleses, pero sucumbe a una peritonitis en mayo de 1944.
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