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'MARTIN DRESSLER. HISTORIA DE UN SOÑADOR AMERICANO'

Más lejos, más alto, más fuerte

¿Quién no ha jugado en alguna ocasión al Monopoly? El popular juego de mesa consigue que cualquiera de nosotros, siquiera durante unas horas, se convierta en todo un empresario (o emprendedor, como ha dado en llamarlos ahora todo el mundo, especialmente en campaña electoral, para distinguirlos de los perversos capitalistas) y funde su propio imperio inmobiliario.


	¿Quién no ha jugado en alguna ocasión al Monopoly? El popular juego de mesa consigue que cualquiera de nosotros, siquiera durante unas horas, se convierta en todo un empresario (o emprendedor, como ha dado en llamarlos ahora todo el mundo, especialmente en campaña electoral, para distinguirlos de los perversos capitalistas) y funde su propio imperio inmobiliario.

Aparte de que el juego pueda inspirar ideas peligrosas al alcalde de turno, como la de cobrar cada vez que se pasa por una calle, el Monopoly es un pasatiempo de lo más atractivo, en el que no siempre gana el jugador que compra las propiedades más caras o se hipoteca hasta las cejas, sino quien gestiona mejor sus activos, es capaz de trazar una estrategia, sabe cuándo arriesgar y cuándo ser prudente y, claro está, además tiene suerte.

En la vida real, cumplir estos requisitos no garantiza convertirse en un empresario de éxito: hace falta algo más. Las biografías de los más famosos triunfadores en el mundo de los negocios muestran que, por muy diferentes que sean entre sí, todos ellos comparten una serie de rasgos comunes. Dichos rasgos los posee también el protagonista de la novela que hoy nos ocupa, Martin Dressler. Historia de un soñador americano. Martin, un joven hijo de inmigrantes alemanes en el Nueva York de finales del siglo XIX, muestra desde bien temprano una iniciativa y capacidad asombrosas. Su inteligencia, laboriosidad y buena disposición le abrirán muy pronto el camino en el mundo de la hostelería neoyorkina, si bien lo que le distingue de otros trabajadores igualmente dispuestos y no menos inteligentes es lo que caracteriza a los verdaderos triunfadores en el mundo empresarial: saber identificar y satisfacer las necesidades del consumidor; presentar un producto innovador y atractivo; ser capaz de correr riesgos en el momento preciso.

Martin Dressler posee todas esas características, además de una viva imaginación y confianza en sí mismo, y tiene la suerte de encontrarse en un entorno que le permite llevar a la práctica sus sueños: América, como menciona el padre de nuestro protagonista, es la tierra de las oportunidades, donde con capacidad y esfuerzo es posible llegar muy lejos. No hay barreras burocráticas que frustren su iniciativa, Nueva York está en plena expansión y su población, deseosa de novedades. Está en el momento y el lugar perfectos para triunfar.

La eterna insatisfacción humana, ese arma de doble filo, será el talón de Aquiles de Martin. El mismo motor que nos impulsa a progresar, a innovar en busca de soluciones más eficientes y a no estancarnos, es también la causa de que a menudo no sepamos valorar los logros obtenidos o que sintamos que no nos basta con lo que ya poseemos. Dressler experimenta esa sensación continuamente. Los hoteles y restaurantes que construye no son para él un objetivo en sí mismos. Es el proceso de ponerlos en pie y convertirlos en un éxito lo que realmente le interesa: descubrir los problemas que plantea su puesta en marcha, hallar soluciones a los mismos, crear locales que combinen novedad y tradición, mejorar continuamente su gestión y, sobre todo, atraer y retener a los clientes de tal forma que, como comenta en una ocasión, éstos no sólo entren en sus establecimientos, sino que se conviertan en adictos:

Quiero mucho más que eso: quiero que ya no vuelvan a salir. Quiero que vuelvan. Quiero que cuando no estén aquí sean infelices.

Así, Martin Dressler vive en una competición constante por llegar más lejos que los demás, construir edificios cada vez más altos, ser el más fuerte en la lucha por captar clientes. Mas, una vez alcanzada cada una de sus metas, pierde interés en ella. Olvida sus triunfos, sus sueños dejan de satisfacerle al poco de convertirse en realidad, tanto en su carrera profesional como en su vida privada. Intenta crear ilusión y traer felicidad a otros, pero no es capaz de hallarla para sí mismo.

Martin Dressler, obra por la que Steven Millhauser obtuvo en 1997 el Premio Pulitzer, parece en principio una novela muy clásica y realista; sin embargo, conforme avanza la narración comprobamos cómo se van integrando en ella los elementos fantásticos, que, gracias a la maestría del escritor, no llegan a resultar inverosímiles. Desasosegadoras y a la vez fascinantes son las imágenes de esos edificios colosales que idea Dressler: torres inmensas que albergan viviendas, teatros, comercios, calles enteras, monumentos, bosques y lagos artificiales y hasta un cielo estrellado, como falsos alephs borgianos que trataran inútilmente de contener el mundo entero.

El autor posee un estilo limpio, claro, nada rebuscado y muy ameno. Recuerda a menudo a Henry James, si bien sin alcanzar su finura y profundidad en el retrato de personajes. En cierto sentido, nunca llegamos a conocer realmente a los protagonistas o a simpatizar con ellos; resultan demasiado esquemáticos y lejanos en algunas ocasiones. Pero la relativa frialdad en el tratamiento de los personajes se compensa con la maestría de Millhauser para describir ambientes y, sobre todo, con el magnífico retrato de la Nueva York de la época que nos muestra: una ciudad en ebullición y pleno crecimiento, en la que se alzan edificios cada vez más altos y espectaculares. Obras continuas, innovaciones tecnológicas, prodigios de la ingeniería y una actividad incesante cautivan al lector, como le sucede al propio Martin Dressler:

Lo que más le impresionaba era el terrible desasosiego de la ciudad, su deseo de demolerse, de saltar en pedazos para volver a emerger bajo nuevas formas.

Ésta es la verdadera protagonista de la novela: Nueva York, una ciudad que es mucho más que cualquiera de los tópicos que existen sobre ella: ciudad que nunca duerme, Gran Manzana, capital del mundo, crisol de culturas... Tal vez sea el lugar que mejor refleje la esencia de Estados Unidos y de Occidente entero. La ciudad y sus habitantes poseen un espíritu indomable contra el que no pueden los cambios, las crisis, ni siquiera los ataques terroristas. Nueva York, más fuerte que ellos, nunca se da por vencida.

 

STEVEN MILLHAUSER: MARTIN DRESSLER. HISTORIA DE UN SOÑADOR AMERICANO. Libros del Asteroide (Barcelona), 2011. 270 páginas. Traducción de Marta Alcaraz.

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