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ENTREVISTA

Montaner y 'La mujer del coronel'

Carlos Alberto Montaner, uno de los referentes del liberalismo hispano de los últimos 50 años, regresa a la ficción con La mujer del coronel, una trepidante novela cargada de pasiones y erotismo que denuncia la inquisición de bragueta de la revolución castrista.


	Carlos Alberto Montaner, uno de los referentes del liberalismo hispano de los últimos 50 años, regresa a la ficción con La mujer del coronel, una trepidante novela cargada de pasiones y erotismo que denuncia la inquisición de bragueta de la revolución castrista.

La mujer del coronel ha aparecido ya en la Florida (EEUU). En España aparecerá –en el mismo sello, Alfaguara– el próximo otoño. Recientemente su autor me concedió una entrevista, de la que paso a darles cuenta.

¿Qué es, escuetamente, en una frase, La mujer del coronel?

–Así, forzado con una pistola en el pecho, definiría la obra como una novela de amor. De un tipo de amor muy especial, concebido como una aventura fugaz que se complica inesperadamente y tiene un desenlace violento, amargo. Es, también, una indagación profunda sobre la sexualidad, especialmente la femenina.

–Cuando comencé a leerla, para hacerle esta entrevista, pensé que era una novela política, que era lo que esperaba de usted, pero luego no estaba segura. Se me convirtió en un thriller erótico.

–Es las dos cosas. O las tres cosas. Es una novela de amores contrariados que ocurre en una determinada atmósfera política, en la Cuba de los años ochenta, pero también es una novela erótica cuyos episodios más notables ocurren en Roma. El carácter de thriller lo da "la ansiosa necesidad de conocer el desenlace", como me dijo uno de los primeros lectores.

–En efecto, también es erótica. ¿Por qué escribió una novela erótica?

–En realidad no es una novela erótica. En eso discrepamos. Es una novela en la que existen situaciones eróticas, o que muchos lectores perciben de esa forma, pero el propósito del libro no es estimular la libido, que es el objetivo de los libros eróticos. Digamos que en esta novela el erotismo es una consecuencia no esperada.

–Bueno, no habrá sido su propósito, pero al lector pudiera sucederle.

No lo sé. No era mi intención. Depende del lector. Tal vez las mujeres son más sensibles en ese terreno. Recurro al erotismo porque es una dimensión fundamental de la naturaleza humana y porque es clave para definir la relación entre Nuria, la protagonista, y Valerio, su amante. Son dos personajes unidos por la cama y por la fantasía. Ella es una mujer de cuarenta años, que ama a su marido, pero está sola en Roma durante varios días y decide explorar una cierta dimensión de su sexualidad, convencida de que esa transgresión no pone en peligro su vida conyugal.

–El amante es un erotómano consumado, como dice el reclamo de los editores.

–El amante, que sabe que esas relaciones están limitadas a unos pocos encuentros, es un neurolingüista que estudia el impacto del lenguaje sobre la sexualidad. Al mismo tiempo, pese a que tiene bastantes años, es un tipo sensual que ama el sexo, la buena mesa, el arte.

–Marcos Aguinis lo compara a usted con Henry Miller. ¿Le parece justo?

–Me halaga, porque admiro a Miller y respeto mucho la opinión de Aguinis, un excelente novelista que fue psicoanalista, pero Miller era mucho más brutal. Creo que en este libro hay más sutileza. Valerio Martinelli, el personaje que seduce a Nuria, es un gozador con cierta dosis de amoralidad. Se deleita jugando física e intelectualmente con la sexualidad.

–Y el juego se convierte en tragedia...

–Por las cartas que él le escribe. Era un juego íntimo entre dos amantes. Son cartas que tenían un propósito: excitar a Nuria y estudiar sus reacciones. Se suponía que nadie más las iba a leer. Era un secreto entre dos amantes. Cuando las leyó la policía política, ardió Troya. El juego literario es que el lector de la novela, sin advertirlo, también se convierte en un objeto de los experimentos del profesor Martinelli.

–¿Cuánto de realidad tiene esta novela?

–La ficción siempre parte de personajes y anécdotas reales. Hubo una Nuria, o muchas Nurias. Hubo un Arturo, su marido, y muchos Arturos. Seguramente abundan los Martinelli. Fueron personas que se convirtieron en personajes y en el libro se mezclaron y enriquecieron.

–¿Y cuánto tiene de autobiográfico?

–Nada, en la medida en que no me escondo tras Arturo o Valerio –el marido o el amante–, pero todo, en el sentido de que éstos y el resto de los personajes, y la historia que cuento, forman parte de mi experiencia vital indirecta. He visto, conocido, observado seres que tienen los rasgos psicológicos de estos personajes y a los que les han ocurrido cosas parecidas. La vieja frase de Flaubert, "Yo soy Madame Bovary", es cierta para cualquier escritor.

–Ahora que lo menciona. Cuando leí la novela me vino a la mente Madame Bovary. ¿Se inspiró en esa novela?

–No. Flaubert hizo el retrato psicológico de una mujer frustrada y mediocre que cae fatalmente en el adulterio. La mujer del coronel es otra cosa. Nuria explora la sexualidad y el erotismo sin sentido de culpabilidad. Es mucho menos neurótica e intelectualmente es más interesante.

–Por cierto, ¿qué es para usted la literatura erótica?

–No estoy seguro, pero me parece válida la maliciosa descripción que le atribuyen a Berlanga: "Los libros eróticos son aquellos que se leen con una sola mano". Por eso insisto en que La mujer del coronel no es literatura erótica. El erotismo es sólo un aspecto del libro.

–Pero un aspecto importante. ¿Fue difícil este aspecto, como usted le llama?

–Muy difícil. Para el escritor, encontrar la frase exacta sobre cuestiones sexuales puede ser muy complicado. No quiero jugar con las palabras, pero el sexo literario suele ser muy resbaloso. Creo que hay pocas cosas tan difíciles como escribir ficción con un alto contenido erótico. La prosa siempre se mueve al filo del abismo. Uno, por temor, puede deslizarse hacia la ñoñería, pero la temeridad puede llevarnos a la vulgaridad, que es un pecado aún mayor. El lector no perdona los errores.

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