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'EL INFIERNO DE LOS JEMERES ROJOS'

Muertos vivientes

En el año 2007 –hace dos días, como quien dice– fueron detenidos los últimos jemeres rojos, pero su régimen criminal no ha sido acreedor de muchas denuncias. Quizá porque las escasas voces críticas de Occidente estaban entonces demasiado ocupadas con lo que ocurría en la Unión Soviética, China o Cuba, o porque los libertadores de Camboya estuvieron poco tiempo en el poder.


	En el año 2007 –hace dos días, como quien dice– fueron detenidos los últimos jemeres rojos, pero su régimen criminal no ha sido acreedor de muchas denuncias. Quizá porque las escasas voces críticas de Occidente estaban entonces demasiado ocupadas con lo que ocurría en la Unión Soviética, China o Cuba, o porque los libertadores de Camboya estuvieron poco tiempo en el poder.

Los jemeres rojos sumieron Camboya en el más puro terror entre 1975 y 1979, cuando fueron desalojados del poder por el Ejército vietnamita. En ese corto espacio de tiempo (aunque lo cierto es que siguieron perpetrando desmanes después del 79) se las apañaron para exterminar a dos millones de personas, prácticamente un cuarto de la población de aquel país. Su líder era Pol Pot, "un loco sanguinario, un maoísta partidario de una revolución agraria extrema" que contaba con la "complicidad abierta" de los comunistas chinos.

Hija de un francés de origen indio que había llegado a Camboya en 1921 contratado por el Ministerio de Cultura para ejercer de preceptor del príncipe Norodom Sihanouk y de una vietnamita de fe budista, antes del advenimiento del régimen de los jemeres rojos Denise Affonço estaba unida a Seng, un empresario chino que le había dado tres hijos. Seng era uno de esos revolucionarios de salón que escondía sus opiniones comunistas ante sus clientes militares pero que no se cansaba de recitar los pensamientos de Mao en la intimidad del hogar, pese a que Denise era anticomunista.

En el momento en que los jemeres rojos instauraron la República Democrática de Kampuchea, Denise trabajaba en la embajada francesa en Phnom Penh. Aunque sus compañeros de trabajo le urgieron a abandonar el país con sus compatriotas –los evacuaba el Gobierno francés–, decidió permanecer en Camboya. Básicamente, porque su marido y su familia política, de nacionalidad china, no podrían marchar con ella y los niños.

A partir de la entrada de los libertadores o yautheas ("muy jóvenes, casi niños, con aspecto poco afable, pero muy orgullosos de su victoria [...] armados hasta los dientes") en Phnom Penh, los acontecimientos se precipitan en el país y en la vida de Denise. Como todos los habitantes de la ciudad, Denise y su familia –y la de su cuñada– deben abandonar sus hogares y partir rumbo a... ninguna parte. En el primer campamento serán despojados de casi todas sus pertenencias, e informados de los mandamientos de Angkar, la Organización, el Partido dueño desde entonces de sus vidas: no robar, decir la verdad a la Organización, no expresar sentimientos o sentir nostalgia del pasado, renunciar a la educación de los hijos (pasaban a ser propiedad de Angkar). Debían llevar ropa negra, el pelo corto, nada de ropa interior ni gafas; trabajar desde el amanecer hasta el anochecer todos los días del año, a cambio de dos comidas diarias; tenían prohibido cualquier cosa que oliera a actividad comercial, y no podían emplear los términos señor o señora a la hora de dirigirse a los demás. Y, ¿adivinan qué?, sólo podían manejar una lengua, la jemer; nada de hablar francés, chino o vietnamita, por mucho que fueran franceses, chinos o vietnamitas.

A pesar de lo que les estaba cayendo encima, para asombro de Denise, Seng continuaba sin manifestar ningún tipo de duda sobre las intenciones de Angkar: "¡Repetía infatigablemente a quien quisiera escucharle que los comunistas no eran salvajes, que tenían leyes y se podía confiar en ellos!". Como no podía ser de otro modo, llegará el momento en que Seng, junto a otros hombres, será separado de su familia, llevado a otro campo y, finalmente, asesinado, hecho del que la autora no tendrá conocimiento hasta un par de años después, cuando la obliguen a construir el "dique de las viudas".

Las condiciones de subsistencia empeoran de un campo de trabajo a otro. La gran preocupación de Denise son sus hijos. Preocupación material, puesto que el hambre acecha y hay amenaza de muerte –de hecho, acabarán muriendo de hambre su cuñada (Li), su sobrina (Hoa) y su querida hija Jennie, de sólo ocho años–, pero también espiritual, dado el lavado de cerebro a que son sometidos los niños: "Hijo, hija, papá, mamá: esas palabras ya no tenían ningún sentido. Todos los valores se habían reducido a la nada".

Denise hubo de poner a funcionar a toda máquina el instinto de supervivencia ("Curiosamente, pese a esa tortura lenta que sufríamos todos los días, nos aferrábamos a la vida") y buscar estrategias de adaptación a la ética de los jemeres rojos: "Si uno había cometido una falta, le convenía pronunciar de inmediato su mea culpa en público, confesar delitos que no había cometido, sin precisar nunca que el hambre era el móvil de la acción. Así se podía escapar a lo peor".

El testimonio de Denise Affonço estremece, tanto por la crudeza de las experiencias que le tocó vivir como por las presiones que hubo de soportar cuando se decidió a contárselas al mundo entero.

Escribió un primer borrador poco después de recuperar la libertad, a instancias del médico vietnamita que le atendió y prácticamente devolvió a la vida, el señor Mu, quien le explicó que su confesión podría utilizarse "en el eventual procesamiento de Pol Pot", como realmente ocurrió. El texto no se publicó, ni entonces ni cuando el escritor vietnamita Nguyen Khan Vien le aseguró que haría que se publicara en Europa, a condición de que suprimiera las páginas relativas a la confianza de Seng en los jemeres rojos. Ni siquiera cuando llegó a Francia pudo darlo a la imprenta. Es más, luego de referir su peripecia en los campos de los jemeres rojos en un pueblecito próximo a Nantes, un sacerdote le aconsejó que no volviera a hablar de ello, porque podría tener problemas.

Veinte años tuvieron que esperar estas páginas para ver la luz. Que cada cual extraiga sus propias conclusiones sobre los filtros ideológicos que imponen ciertos mediadores.

 

DENISE AFFONÇO: EL INFIERNO DE LOS JEMERES ROJOS. Libros del Asteroide (Barcelona), 2010, 249 páginas. Traducción: Daniel Gascón.

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