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THEY KNEW THEY WERE RIGHT

Neocons = MC2

No se ha escrito todavía libro alguno que explique y analice con rigor e imparcialidad el origen, desarrollo y relevancia del movimiento neoconservador. Quien crea que They knew they were right (Sabían que llevaban razón), de Jacob Heilbrunn, viene a cubrir tal laguna se llevará una gran decepción. Ahora bien, los que anden buscando nuevas raciones de carnaza antineocon van a pasar con estas páginas un buen rato.

No se ha escrito todavía libro alguno que explique y analice con rigor e imparcialidad el origen, desarrollo y relevancia del movimiento neoconservador. Quien crea que They knew they were right (Sabían que llevaban razón), de Jacob Heilbrunn, viene a cubrir tal laguna se llevará una gran decepción. Ahora bien, los que anden buscando nuevas raciones de carnaza antineocon van a pasar con estas páginas un buen rato.
La tesis de Heilbrunn se puede resumir fácilmente en estos dos puntos: 1) los neoconservadores son muy malos, intrigantes y manipuladores, judios que anteponen el destino manifiesto de Israel a cualquier otra cosa; 2) en contra de lo que se viene diciendo últimamente, están lejos de ser una especie en extinción, y su influencia en América sigue siendo tan importante como nefasta. O sea, que según el autor –él mismo judío, y durante un tiempo seguidor de las enseñanzas de sus correligionarios Irving Kristol y Norman Podhoretz–, los neoconsevadores son como la energía, que ni se crea ni se destruye, sino que se transforma.
 
Con todo, They knew… es una obra de interés, porque su autor, intentando condenar a los neocons, pone de manifiesto la debilidad de los mitos negativos que se han construido en torno a ellos. Por otro lado, justo es decir que el recorrido que se hace por los primeros tiempos del movimiento neoconservador resulta bastante ilustrativo.
 
El principal problema analítico con que se topa Heilbrunn es común a todos los ensayos dedicados al estudio del neoconservadurismo: no hay una definición precisa del mismo, nadie da cumplida cuenta de sus postulados ni de sus fronteras; de por qué en su agenda pueden encontrarse tanto la lucha contra el contraculturalismo (sobre todo en los años 60) como la defensa de la democratización del mundo árabe, por citar dos cuestiones prominentes.
 
Como tantos otros antes que él, Heilbrunn, en vez de abrirse camino hasta el núcleo ideológico neoconservador, se decanta por lo fácil y se centra en la biografía de sus temidos cabecillas. Pero, por desgracia para él, el neocoservadurismo es mucho más que las peleas de Irving Kristol con sus compañeros de universidad.
 
Aun así, es posible sacar algo en claro de esta obra; pero para eso hay que leerla no como una denuncia del neoconservadurismo, que es lo que ha pretendido hacer el autor, sino con la intención de intentar comprender.
 
El neoconservadurismo se ha embarcado en dos batallas ideológicas y políticas. La primera tiene por enemigo a la izquierda radical americana, y por objetivo dotar a los conservadores de los instrumentos ideológicos apropiados para alzarse con la victoria. La segunda la libra para sustraer a los conservadores americanos de las garras de la escuela realista y hacer de los Estados Unidos un faro de libertad para el resto del mundo.
 
La obra de Gertrude Himmelfarb, esposa de Irving y madre de Bill Kristol,  aparentemente historicista y puramente académica, es uno de los grandes pilares del neoconservadurismo, tanto del de primera como del de última generación. Es una obra centrada en la sociedad británica victoriana. Nada que ver, pues, ni con Bush ni con Irak; pero mucho con ciertos valores fundamentales para la profunda comprensión del neoconservadurismo.
 
La sociedad victoriana valoraba cuestiones que desde los años 60 han sido puestas en cuestión desde la izquierda pero que para todos los neocons están en la base de una sociedad virtuosa, Hablamos del respeto a la tradición, del peso de las instituciones y de la historia, del concepto de sacrificio, del valor y el papel de la autoridad… Quienquiera que lea los libros de Himmelfarb verá que le pueden resultar muy útiles en esta hora y en esta España de Zeta...
 
Posiblemente lo mejor de They knew... se encuentre en los primeros capítulos, los dedicados a los principios del neoconservadurismo. En el resto del libro abundan las contradicciones flagrantes, especialmente cuanto más se acerca Heilbrunn a la actualidad. Me detendré siquiera un momento en una de ellas: por un lado se nos dice que la fama que han adquirido los neocons durante la Presidencia Bush es inmerecida porque no han ocupado puestos muy relevantes y porque su influencia externa ha sido más bien limitada, pero por otro se les culpa de todos los errores que, a juicio de Heilbrunn, ha cometido EEUU, o mejor, Bush. ¿En qué quedamos, pues? ¿Han sido relevantes o no lo han sido en absoluto?
 
He aquí la gran contradicción de They knew...: Heilbrunn quiere desmontar la idea de que los neocons han desempeñado un papel determinante en la política americana y a la vez alertar de que siguen siendo peligrosos porque siguen siendo influyentes. De nuevo, ¿en qué quedamos, señor Heilbrunn? No es razonable defender ambas cosas a un tiempo.
 
(Por cierto, resulta divertido leer los pasajes dedicados a las malas relaciones entre Donald Rumsfeld y el supuesto cerebro neocon de la campaña contra Sadam Husein, Paul Wolfowitz; así como los que hablan del maquiavelismo de gentes como Douglas Feith y Richard Perle y de su, oh sorpresa, incapacidad total para manejar una reunión o coordinar un comité...).
 
George W. Bush.Al poner el foco sobre el perfil profesional y las responsabilidades de los supuestos integrantes de la comunidad neocon, Heilbrunn ha errado el tiro. La politica de Bush sólo puede entenderse si se tiene en cuenta el peso de las ideas preconizadas por los neocons y las muy especiales circunstancias surgidas del 11-S, que, en ausencia de alternativas mejores, colocaron a aquéllas en el primer plano. El hecho de que Bush sea hoy el primer neocon no tiene más explicación.
 
Otra idea heilbrunniana más que discutible es ésa que hace del neoconservadurismo un fenómeno exclusivamente americano: la defensa de la extensión de la democracia en el mundo, incluso mediante el recurso a la fuerza, rebasa por completo las fronteras de EEUU, como quedó de manifiesto con la crisis de Irak.
 
¿Y qué decir de la noción de que los neocons son ante todo unos judíos preocupados con el destino de Israel? Pues, para empezar, que Heilbrunn no tiene en consideración el hecho de que la mayoría aplastante de la comunidad judía americana vota demócrata y de que no comparte la politica exterior de los neocons. Tampoco  tiene en cuenta que la extensión de la democracia en el Oriente Medio, bandera de Bush y de gentes como Kristol, es algo de lo más criticado en Israel. Asimismo, no quiere ver que, en la medida en que el neoconservadurismo se hace un fenómeno global, el factor judío deja de ser la característica principal de sus miembros. Dicho lo cual, cabe destacar que la defensa de la existencia de un Estado de Israel judío, fuerte y hegemónico en su zona es una idea que comparten todos los neoconservadores, sean o no judíos; no en vano ven en él una trinchera primordial de Occidente en la guerra contra el fundamentalismo islámico y el yihadismo.
 
El esfuerzo de Heilbrunn por reforzar a la escuela realista y apartar a los conservadores de las tesis de los neocons, algo a lo que tiene todo el derecho, está tan mal planteado que se vuelve en su contra. Los neocons aparecen en su obra no como unos monstruos formidables que conspiran para controlar el mundo, sino como unos intelectuales profundamente comprometidos con unas políticas morales, honestos y deseosos de confrontar sus ideas con sus adversarios... y entre ellos mismos. Y es que, como decía Irving Kristol, "si se junta a dos neoconservadores es mucho más probable que se enzarcen en una discusión en vez de en una conspiración".
 
Así las cosas, yo le recomendadría que leyese They knew they were rigth si dispone de muuucho tiempo libre. Si no, créame: hay libros mejores.
 
 
JACOB HEILBRUNN: THEY KNEW THEY WERE RIGTH. Doubleday (Nueva York), 2008, 320 páginas.
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