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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Niñas, al salón (literario)

Hay mucha hipocresía en los comentarios y críticas sobre nuestra vida literaria, los premios, las editoriales comerciales y toda esa marabunta, pero el más hipócrita de todos es Juan Goytisolo, y lo es precisamente porque profesa desde un Panteón de la Moral que se ha construido él mismo; a lo que realmente va es a vivir del cuento, como cualquier quisque. De entrada diré que, como muchos, considero las Artes, con mayúsculas, o más llanamente los libros, las películas, los cuadros, etcétera, imprescindibles expresiones del espíritu humano.

Hay mucha hipocresía en los comentarios y críticas sobre nuestra vida literaria, los premios, las editoriales comerciales y toda esa marabunta, pero el más hipócrita de todos es Juan Goytisolo, y lo es precisamente porque profesa desde un Panteón de la Moral que se ha construido él mismo; a lo que realmente va es a vivir del cuento, como cualquier quisque. De entrada diré que, como muchos, considero las Artes, con mayúsculas, o más llanamente los libros, las películas, los cuadros, etcétera, imprescindibles expresiones del espíritu humano.
El escritor Juan Goytisolo.
No concebimos un día sin leer, ver cine, escuchar música, pero es asimismo evidente que la producción cultural y artística contiene mucha bazofia. Aquí entramos en el terreno indómito de la subjetividad: obra maestra para unos, tal libro, tal cuadro, tal sinfonía se convierte en alcantarilla para otros, y ni los premios, la publicidad, los críticos, la televisión, los amiguetes pueden anular esta subjetividad. Podrán limitarla, influirla, pero ¿cuántos ejemplos tenemos de libros lanzados al mercado a bombo y platillo que no se venden o que ni siquiera cubren los gastos de su promoción, mientras que otros, sin que nadie lo esperara, se convierten en éxitos mundiales? La planificación socialista de la economía editorial tampoco funciona.
 
Lo relativamente nuevo, con el paso de la actividad editorial artesanal a la industrial, y al consiguiente aumento de los gastos generales, publicidad, televisión, etcétera, que exigen rentabilidad a toda costa y rápidamente, es la peculiar esquizofrenia del escritor. Si el libro (para limitarme a un ejemplo) siempre ha sido un producto comercial, una mercancía, con un precio de venta, almacenes donde se venden, coste de fabricación, beneficios eventuales, antaño el escritor permanecía, por lo general, al margen de ese proceso. Escribía, entregaba su manuscrito y ¡a otra cosa mariposa! Claro que, ya en el siglo XIX (véase Balzac), cuando el escritor conocía a críticos influyentes los invitaba a cenar, y si formaba parte de una coterie la movilizaba a su favor y en contra de sus rivales.
 
La tumba de Marilyn Monroe.Lo nuevo es que el escritor se ha convertido él mismo en producto y tiene que venderse al mismo tiempo que se vende su libro. Autor y mercancía a la vez. Esquizofrenia. La tiranía de la imagen da a esa venta aspectos físicos: su jeta, su trasero, su familia, su casa, sus novios o novias, tienen que salir en la foto, o en la tele. Esta técnica, más o menos copiada de la utilizada con las estrellas de cine, pongamos, no parece que produzca en los escritores el "efecto Marilyn Monroe", o sea el suicidio. Tal vez porque los escritores son mucho más engreídos que los siempre frágiles actores.
 
En su artículo 'Cuatro años después' (El País, 28-1-2005) Juan Goytisolo, después de lamentarse porque, habiendo ya sentado cátedra hace cuatro años sobre estos temas sin que nadie le hiciese caso (¿a quién puede interesarle lo que digas sino a ti?), finge tomarse en serio la 'Carta abierta a Luis Bassets' de Ignacio Echeverría, para mejor ningunearle. Se indigna porque un centenar de personas del gremio se han solidarizado con Echevarría y su crítica a la censura políticoempresarial que ha sufrido por parte del Acorazado Potemkine de la censura: El País, y él, nada, cuando hace cuatro años...
 
Para restar importancia a esta manifestación de solidaridad gremial, que molesta a sus señoritos, exige que la mayoría de los firmantes sean decapitados en el acto, porque no son políticamente correctos. Buena muestra de su coránica defensa de la libertad de expresión. Salvo a Rafael Sánchez Ferlosio, al que considera "el mejor Cervantes español" (se trata del premio). Pues Sánchez Ferlosio, que domina admirablemente la lengua, es un escritor que escribe bien y no dice nada, y cuando dice algo es peor.
 
Hay diferentes formas de venderse como producto, para un escritor; una de ellas consiste en despotricar contra ciertos premios para obtener otros. Goytisolo aún no ha recibido el Cervantes, ni el Planeta, pongamos, pero ha recibido muchos, y últimamente otro, en Guadalajara (México). Pero en su cometido de producto biológico arremete contra el hecho de que "los premios de las editoriales más conocidas suelen otorgarse de antemano y los jurados que los avalan se limitan a plebiscitarlos". Esto es cierto y archisabido, y también se le han otorgado de antemano premios a él (hasta uno de ¡poesía!).
 
Como es un cobarde, su artículo está repleto de cartas anónimas y de alusiones perversas, y es así como ni se atreve a citar Planeta, por ejemplo.
 
Que el premio Planeta no tenga nada que ver con la literatura lo sabe todo el mundo, pero como al mismo tiempo es el más abundantemente dotado en euros desata pasiones, envidias, cabreos. Los que no lo han recibido se enfurecen hipócritamente contra esta operación comercial, y los, o más bien las (las chicas están de moda en la literatura), que lo reciben cobran y callan.
 
Pero semejantes operaciones comerciales las realizan muchas otras editoriales, más modestamente porque cuentan con menos medios, pero según el mismo criterio.
 
Recuerdo, por motivos obvios, el premio Comillas de Tusquets, atribuido a Manuel Azcárate por un pésimo libro de memorias cuyo título es algo así como "El arte de guisar garbanzos". Libro embustero, de autodefensa ante el "tribunal de la Historia", mejunje que cabe entre los ilustres mentirosos Federico Sánchez y Santiago Carrillo, en donde además me desplaza a mí y se atribuye los humildes menesteres que yo realizaba en Bruselas para la revista del PCE: Nuestras ideas. Cuando dimití de todo en ese partido fascista, en julio de 1957, me sustituyó otro "camarada" que no era Azcárate. Debía de estar muy chocho, pero tampoco es motivo para darle premios.
 
Ingenuo, le pregunté a Mario Vargas Llosa, miembro eminente del jurado, cómo habían podido dar el Comillas a ese pésimo libro. Y me confesó que no lo había leído. Lo mismo ocurre en otros jurados, y es lógico: ¿para qué leer los manuscritos, si todo está decidido de antemano? Esta estafa políticocultural de Tusquets, en este caso conducida por el Profesor Moriarty, me indignó más que los premios Planeta, los cuales son, casi diría, sin trampas, ya que todo el mundo está al corriente.
 
Yo, de todas formas, no los leo, y casi ningún premio literario en general, y sí he leído con interés varias novelas de Juan Marsé; no leí las "Bragas de oro", premiadas de antemano con el Planeta, como nos lo confesó él mismo en la playa de Calafell semanas antes de obtenerlo.
 
Yo diría a cualquier escritor novel: escribe, escribe lo que te salga de los huevos, escribe contra viento y marea, escribe contra críticos y editores, escribe con o sin premios, y no añores ni fortunas ni honores, porque lo único importante es la escritura en sí y escribir es lo más maravilloso que existe en el mundo.
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